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113- Opaca nitidez. Por Gatsby

Tres podrían guardar un secreto si dos de ellos hubieran muerto.

Benjamin Franklin (1706-1790)

Fui a verle la tarde en que murió.

Todavía recuerdo su mirada, puro reflejo de su seguridad irritante, testigo de aquella serenidad que me sacaba de quicio, perfectamente a juego con la sonrisa casi socarrona que esbozaban sus labios desde donde me hablaron, tras la mesa de roble de su estudio que se interponía entre ambos.

            Me habla, pero es como si no lograra procesar sus palabras. Cada vocablo se amontona en la entrada de mi cerebro y mi torpe mente no es capaz de establecer una jerarquía natural entre ellos.

            Tardo unos segundos en comprender lo que me dice, y sus palabras disipan todos los titubeos que hasta hace unos segundos me acechaban. Ahora estoy segura.

                                                           *          *          *

 

En algún recoveco de su corazón gris despiertan los recuerdos, que se suceden como instantáneas amarillentas de una vieja Polaroid, llenos de añoranza y algo dolidos, también, ya que ella casi los había abandonado al olvido. Resurgen con fuerza, creyéndose fénix por unos instantes.

Ella piensa entonces en la complejidad del alma humana, en lo extraño de los sentimientos, la clave que dota de humanidad a la bestia. Siempre se había sentido esclava de sus emociones; cada segundo de su vida se hallaban presentes, haciéndola oscilar, en ocasiones, en espirales de dicha y sufrimiento que no parecían tener fin.

Fue él quien se lo hizo saber, fue él el detonante, aquella tarde de enero, mientras escuchaban de fondo el monótono repiqueteo de la lluvia en el cristal. Eres demasiado sentimental, dijo, como un libro abierto para mí. Rozó entonces con cariño su nariz contra la suya. Ella levantó la vista y clavó en él sus ojos de miel, pero no dijo nada. ¿Para qué? Ya sabía que tenía razón. No había secretos, ni mentiras entre ellos:

De algún modo, sus charlas cómplices la ayudaban a desprenderse de emociones, como quien se quita un peso muerto de los hombros, y se sentía liberada cuando compartían en susurros los temores que la ensombrecían.

Pero algo ocurrió justo en ese instante, en el momento justo en que ambos compartían aquella mirada enternecedora en un día de lluvia, aquel gesto de amor, o, al menos, eso creía él, porque ella ya andaba lejos de esa habitación, divagando sobre sus últimas palabras que, curiosamente, habían hecho mella en la dócil mujer. Seductora, le susurró al oído si de verdad creía que era tan transparente como el agua cristalina de un arroyo. Su respuesta la dejó sin aliento:

-No tienes secretos para mí.

Por un momento, ella se sintió vulnerable, nítida y clara, notó, incluso, como el miedo se alojaba en su garganta y le impedía hablar. Y allí, abrazados los amantes junto al alfeizar del ventanal, dejan vagar sus pensamientos mientras permiten que el silencio del invierno invada poco a poco el ambiente, como un gas pestilente.

En realidad, él no piensa en nada en particular. Por un momento le preocupa la insistencia de ella en la pregunta y el silencio reflexivo y a la vez misterioso que la habían sucedido. Frunce el ceño, preocupado, aunque pronto se centra en asuntos banales en los que ella poco tiene que ver.

Sin embargo la otra no puede evitar dejar de darle vueltas al asunto, a pesar de que sabe que él no se equivocaba en su respuesta. Siempre tuvo la tendencia de  hacer mutar las preocupaciones que convivieron con ella alguna vez. Así, pequeños granitos de arena acababan por convertirse en montañas abismales tras las que se ocultaban los peores fantasmas a exorcizar. Era una manía odiosa y alarmista, y era consciente de ello, ambos lo eran, pero no podía evitarlo. Nunca podía. En realidad, ahora que analizaba detenidamente su respuesta, se sentía algo furiosa, puesto que la vulnerabilidad fugaz que había creído notar, únicamente revelaba una cosa: dependencia. Y eso la ponía de los nervios.

Le había quedado claro que para él, ella no era más que una  frágil muñequita de porcelana, transparente y enclenque, de la que además, se podía adivinar con toda facilidad cualquier movimiento o reflexión. O mejor, se imagina a si misma como una marioneta con el semblante entristecido que danza al son de los compases que le marca un grotesco titiritero. 1,2,3…1,2,3, la marioneta se desliza delicadamente mientras las cuerdas se tensan y relajan al son de la música.

De modo que la pequeña muñequita, la marioneta obediente, tomó la divertida decisión de comenzar a ocultarse tras un dulzón halo misterioso y a envolverse en cortinas de humo que acabaron por colmar su relación de un desagradable aire viciado.

Dejó de ser como un libro abierto.

Cortó los hilos del titiritero.

Tornó la porcelana en piedra. Ella misma levantó alrededor de su corazón un muro de roca inquebrantable, roca esquiva, roca oscura y opaca. No volvió a permitir que la luz se filtrara a través de ella, dejándola al descubierto. Nunca más volvió a sentirse vulnerable.

Así fue como empezó todo.

Se abandonó a los excesos, se dejó dominar por los vicios y cayó víctima de las vanidades más censurables.

Así fue como nacieron las escapadas.

Salidas nocturnas, diurnas, furtivas, furtivas, al principio, descaradas, más tarde, excitantes, agotadoras y, en ocasiones, difíciles de recordar.

Así fue como se presentaron las nuevas compañías.

Amistades dudosas que entraban en su vida sin previo aviso, sin preliminares, a veces efímeras. Conocidos que despertaban recelos. Desconocidos amistosos. Todos anhelantes de vivir los excesos y todos alarmantemente solos.

            Su vida acabó contaminada como el arroyo que recoge y transporta ceniza. Los días transcurrían con una confusión desquiciante. Acabaron por adueñarse de su rutina los excesos, las llamadas de voces irreconocibles, las sustancias familiares, los aromas extraños.

            Y entonces llegó el día en que él volvió a mirarla a los ojos de nuevo después de tanto tiempo para darse cuenta de que ya no la reconocía, se habían convertido en extraños. Cuando se lo hizo saber, procuró acompañar sus palabras con caricias tiernas y silencios que lo decían todo. Durante un pequeño instante, ella se vio reflejada en su mirada y comprobó en que se había convertido. Tampoco ella se reconoció el reflejo. Se dijo a si misma que aquello era una locura, que no podía más y que debía acabar cuanto antes con aquel juego de niña orgullosa: aquella misma noche le confesó, como tantas otras veces, sus peores temores y sus mayores problemas, solo que en esta ocasión, todo fue distinto, ya que la carga resultó ser mucho más pesada.

            Serena, confesó uno a uno sus deslices, hasta llegar al último. No pudo evitar estallar en sollozos lastimeros que a él le encogieron el corazón, tratando de que perdonara y olvidase el que ella buscara el calor de otros brazos en los momentos más crueles de la soledad. Él intentó comprenderlo para encontrar el perdón, pero sintió que ya nada sería igual entre ambos. Y es que el muro con el que ella protegió su corazón había logrado separarlos para siempre.

                                               *          *          *

-Ve con él. Ya no me importa- me asegura con voz queda.

            Yo esbozo una sonrisa triste, aunque en el fondo sus palabras me pillan por sorpresa. Incluso me había costado procesarlas. Uso el mismo tono para confesarle que está casado, y entiende enseguida que me refiero a él, al otro. Sin embargo, se encoge de hombros, gesto con el que pretende transmitirme su aparente indiferencia. Pero su mujer ya no es un problema, me atrevo a asegurar. Observo, satisfecha y triunfante, como clava sus ojos en mí, buscando una buena explicación.

            Y lo confieso, como siempre había hecho, en el preciso instante en que nuestras miradas se encuentran en el tenso silencio de la estancia.

-La maté yo.

Intenta parecer sereno, pero sé con toda seguridad que tiene miedo, y que anhela gritar con todas sus fuerzas, al mundo y a mí por lo que he hecho. Le sudan las manos.

            Yo, que fui para él tan transparente, tan translúcida, ahora irradio una opaca nitidez que, sin duda, le confunde.

            A pesar de todo, se aventura a darme la bendición; ambos tenemos claro que desea con toda su alma que desaparezca de su vida aunque en algún recóndito recoveco de esa misma alma intuyo  que aún no ha dado con el modo de liberarse de aquellos sentimientos que tiempo atrás lo ataran a mí.

            También yo trato de serenarme, diciéndome con total tranquilidad que él también debe salir de la mía, aunque sería mejor que se volatilizara de ella. Ahora lo sé, y por eso he ido a verle.

-Sin ti, todo será más fácil. Me conoces demasiado.

Sin dudas ni titubeos absurdos.

Siento el contacto del metal helado entre mis dedos, y la ligereza del gatillo cuando lo acaricio levemente. Cierro los ojos y el parpadeo es tan sutil que hasta puedo sentir como el aire viciado me mece las pestañas entre motas de polvo. Disparo, aún con ellos cerrados. Mi pequeño verdugo libera el proyectil con una elegante ligereza, rasgando el aire, quebrando el silencio, aventurándose en el vacío que nos separa. Y atraviesa limpiamente su corazón de ceniza apelmazada. Lo sé porque me obligo a mi misma a abrirlos justo en el momento en que la sorpresa se adueña de su rostro. Grabo a fuego esa expresión en mi memoria, sabiendo que jamás me libraré de ella, antes de atravesar el umbral de la puerta.

            De vuelta a casa, me pregunto si hubiera sido posible evitar todo aquello y no haber llevado tan lejos aquel orgulloso juego de locos. Quizá sí, pero ya de nada sirve.

 Hacía tiempo que la muñeca de porcelana sentenció a muerte al corazón gris que tantas veces acogiera sus miedos e inseguridades. Solo que tardó demasiado en reparar en ello.

14 Comentarios a “113- Opaca nitidez. Por Gatsby”

  1. Gatsby dice:

    Hvala, Lovecraft, aunque mentiría si dejara que sé algo de croata…

  2. Gatsby dice:

    Me alegra que el relato te haya despertado esas reflexiones, Hóskar-wild, pues esa era mi intención.

    Suerte para ti también,

    Gatsby.

  3. Hóskar-wild is back dice:

    Siempre somos títeres. No hay posibilidad alguna de cortar los hilos y, aunque suceda, alguien los trenzará de nuevo y manejará la marioneta que llevamos dentro para llevarnos a la locura o a la cordura. ¿Hay alguna diferencia? Suerte.

  4. Gatsby dice:

    Te agradezco muchísimo la crítica, Lotte Goodwin, y que hayas decidido emplear unos minutos de tu tiempo en leer este relato; y sí, tienes toda la razón cuando dices que son buenos los personajes que evolucionan hacia la locura o el crimen. La verdad es que no le deseo a nadie que se tope con ninguno de estos dos individuos en la vida real 😉

    Un efímero saludo,

    Gatsby

  5. Lotte Goodwin dice:

    Creo que aciertas desde el principio, desde el título. Me gustan los personajes que evolucionan, y más si lo hacen hacia el crimen o la locura. Pero solo en literatura, ¿eh?, que soy muy pacífico.
    Suerte.

  6. Gatsby dice:

    Le transmito mi más sincero agradecimiento por la valoración, Bonsái.
    Sí que es cierto que el principio está pensado de forma meticulosa, cuidado tanto o más como el final de este relato, puesto que considero que el inicio de un texto es crucial y muchas veces debe atrapar al lector. Si no lo hace, pronto pierde la atención y abandona la lectura.
    En este caso concreto, un concurso con cientos de obras por leer, un principio «misterioso» que llama a seguir leyendo es un aspecto bastante importante(entre otros muchos, claro está)

    Un cordial saludo,

    Gatsby.

  7. Bonsái dice:

    Gatsby:

    Un relato muy bien escrito.
    También voy a recalcar la primera frase: “Fui a verle la tarde en que murió.” Ya lo hizo Lovecraft. Pero yo deseo añadir algo, ese inicio ha servido para atraer mi atención, darle suspenso… Los inicios son casi tan importantes como los finales.

    Un abrazo.

  8. Gatsby dice:

    Muchas gracias, Sacha.

    Por mi parte, idem.

  9. sacha dice:

    Suerte.

  10. Gatsby dice:

    Muchas gracias por la sugerencia, la tendré en cuenta. A veces resulta complicado poner el punto y final a un relato y acertar con las últimas palabras así que se agradece el consejo.

  11. Dies Irae dice:

    Buenas tardes, Gatsby.

    Un relato inquietantemente lento, como el descenso al fondo de un pozo. Buena mano sosteniendo un ritmo difícil y una escritura sin tacha. Me sobran las dos últimas frases, creo que el relato no necesita más justificación. Muy bueno.

    Salud y suerte en el concurso.

  12. Gatsby dice:

    Gracias, me alegra que te gustara el relato.
    En efecto, la primera frase no tiene otra intención que inquietar al lector e invitarle, así, a que siga leyendo. Algo parecido intenta la cita de Benjamin Franklin del inicio, ya que si continúas la lectura, acabarás descubriendo que está muy relacionada con la trama.

  13. Lovecraft dice:

    Cuan complicadas pueden tornarse a veces las relaciones humanas, ¿verdad? A pesar de su rebelión, el grado de dependencia de la protagonista hacia su pareja era de tal magnitud que sólo con su muerte pudo liberarse de él. La primera frase me encanta, porque está cargada de intencionalidad: «Fui a verle la tarde en que murió.» (no deja de ser inquietante teniendo en cuenta que si no hubiese ido a verlo, aquella no habría sido la tarde en que murió).

    Suwerte

orden

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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