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188- Yogur de vainilla. Por Thomas Guhó

Escuchaba abajo los ronquidos del viejo y encorvado George. Bueno, en realidad era tío Jorge, pero él le llamaba así, tenía la cabeza llena de literatura gótica. El viejo y encorvado George no se privaba. Dormiría boca arriba, como era su costumbre, con aquel pijama blanco que no era pijama ni blanco, entiéndase: en realidad se trataba de una muda de ropa interior que hacía las veces; unos calzoncillos largos y una camiseta de felpa, abierta arriba con unos botoncitos. No era blanco porque debía ser tan viejo como él y había adquirido a fuerza de deterioro y lavados la pátina amarillenta que lucía. Y un gorrito; avanzados sus ochenta, pelo en la cabeza no le sobraba.

Dormía boca arriba, ahora lo veía –abierta la puerta de su habitación, a contraluz de la ventana de su cuarto. La ventana que caía a la calle y dejaba pasar la menguada fluorescencia del alumbrado público. Los ojos cerrados, la cara mirando al techo, la boca abierta de par en par; por aquella nariz fina y de aguda curvatura le costaría trabajo aspirar el aire.

¡Caramba, George! –se dijo, mientras recorría el pasillo. ¡Qué capacidad de imaginar la tuya! Manías te dé la vejez.

En la fría desolación de la nevera, habitaban un cardo mustio y una rodaja de calabaza enmohecida, en la parte de abajo. Arriba no había quedado, de entre cuatro, más que un yogur, bailando en su soledad consigo mismo. Naturalmente, se trataba del menos deseado. Podía ser de otra manera si él, en lugar de comer primero los que más le gustan, reservara ese placer para el final. Pero no actuaba así y no le iba a dar más vueltas: quedaba un único yogur y era el de vainilla. No le resultaba muy agradable, eso es cierto, la idea de ingerir aquel yogur. Ni siquiera su aspecto se presentaba tan apetecible como el de los demás. El de fresa, con ese fresco color rosado. El de plátano, con ese cálido color amarillo. Hasta el de macedonia, con esa alegre mezcla de colores. Pero el de vainilla… Con aquel color desvaído, sin personalidad, ni marrón ni beige; un color mediocre y apagado. Sin embargo, no le iba a dar más vueltas: eran las tantas de la madrugada y sentía un lógico desconsuelo en el estómago. Se le estaban quedando las piernas congeladas y los ojos deslumbrados por aquella luz blanca en medio de la oscuridad, de modo que agarró el solitario yogur de vainilla y cerró la nevera. Encendió la lámpara de la cocina.

Lo pensó, cuchara en mano, antes de abrir la tapa. A decir verdad, levantó ligeramente la pestaña de papel aluminio, aunque sin llegar a abrirlo. Entonces lo pensó. Vino a su memoria aquel sabor desagradable que había experimentado otras veces, y, con él, la duda. Pero no le iba a dar más vueltas: no quedaba otra, ni el cardo ni la calabaza estaban en condiciones de ser ingeridos. Así que abrió de una vez el yogur y hundió en él la primera cucharada. Antes de colocar esta dentro de su boca, ya le llegó a su estrecha y angulosa nariz el olor nauseabundo que desprendía, y no por que estuviera caducado. La descargó en ella y tragó. Se preguntó por qué los fabricantes de yogur incluían en sus paquetes de a cuatro siempre uno de vainilla. ¡Qué falta de imaginación! Por qué infligían aquella tortura a los estómagos de sus clientes. Por otra parte, no sabía cómo pensaba calmar el desconsuelo de su estómago con aquello, cuando aquello entraba en su estómago como una tormenta de piedras y objetos punzantes, rayos y truenos, y lo estragaba aún más. Pero ya no tenía remedio.

A la vuelta, reparó en que la luz de la escalera estaba encendida y él juraría que cuando salió de su habitación estaba apagada. No había bajado de arriba ningún sobrino, ningún sobrino vivía con él, él vivía solo. Ni siquiera sabía si tenía algún sobrino; ninguno, en todo caso, conocido por él.  Fue hacia el interruptor con la intención de apagar. La idea de que alguien la hubiera encendido lo inquietó. ¡Qué estupidez, viejo George! ¿Quién habría de encender la luz de tu escalera a las dos de la madrugada? El paso del tiempo deteriora irremisiblemente tu memoria. Alargó la mano hacia el mecanismo, lo pulsó con un dedo rígido y le sacudió una especie de calambre. ¡Narices! La luz se apagó y la casa volvió a quedar en la penumbra, con la sola iluminancia de aquel flujo tenue que penetraba por la ventana de su cuarto.

Dejó la puerta entreabierta, no tan abierta como antes. Quizás una débil corriente de aire estuviera recorriendo la casa. Volvió a tumbarse como siempre, y a taparse hasta la barbilla. Miró al vacío negro en que se había sumido la casa. En el intervalo de un parpadeo, le pareció ver el albor fugaz de unos ojos. ¡Bah, George –se dijo-, tienes la cabeza llena de historias de terror y suspense! Se propuso no mirar, pero el propósito duró poco. Miró de nuevo al compacto vacío de la oscuridad. Lo miró fijamente, para no perder detalle, aunque se cansó pronto de mantener los ojos tan abiertos y la atención tan presta, y, justo cuando lo hizo, volvió a ver de relance unos ojos en aquella negrura, por el rabillo del ojo. ¡Viejo frenopático, estás insomne y ese jodido yogur de vainilla te está produciendo alucinaciones! Autosugestión era de lo que se trataba, bien lo sabía. Pensó en cortar el proceso cerrando la puerta de la habitación por completo. Lo pensó, si bien no se decidía, había ya algo que lo paralizaba. Venció, no obstante, su propia resistencia y caminó descalzo. El suelo parecía estar magnetizado, comunicaba una extraña sensación a sus pies que nada tenía que ver con el frío del pavimento. Prendió con la mano el pomo y la cerró con urgencia. Regresó a saltitos al refugio de la cama, pensando estar a salvo de aquella estúpida obsesión. Se tumbó mirando al techo, tapándose hasta la barbilla. Ahora no necesitaba echar ninguna mirada inspectora a la puerta. La puerta actuaría como un muro contra la propia sugestión. Pero sus ojos, facultad que le daban ser grandes y estar un poco desorbitados, eran capaces de hacer un barrido de más de 180 grados a su alrededor sin mover la cabeza. ¡George, ¿qué has hecho?! ¿Acaso no acabas de levantarte a cerrar la puerta? Entonces, ¿por qué está otra vez abierta de par en par? La bandera había vuelto a estar pegada contra la pared y a dejar la habitación expuesta al vacío del pasillo. Y ahora, ¿por qué está encendida la luz de la escalera? ¡Oh, George, eres un auténtico desastre! ¡Tu memoria es un estropajo inservible! Miró compulsivamente hacia la puerta, la luz que bajaba del piso de arriba. ¿Sería cierto, y lo ignoraría, que habitaba algún sobrino en aquella parte de la casa? No respiraba, no pensaba en nada, solo la mente en alerta; los sentidos abiertos, preparados, los ojos a punto de saltar de las órbitas. Un estruendo se oyó hacia lo alto de la escalera, como el reventar de una puerta, como un trueno. Lo siguió el estrépito que haría un cuerpo rodando por ella, el retumbo de irse despeñando. ¡Tranquilo, tranquilo George, el médico dice que tu corazón es el de un ternero! Se llevó la mano al pecho, le dolía. Esperaba que lo que quiera que fuese se frenara al llegar abajo, y apareciera en el pasillo, frente a él; pero no apareció nada, absolutamente nada. No sucedió nada, nada se oyó después, en los minutos siguientes. Hizo lo que pudo por calmarse, por atribuirlo a un hecho casual. Lo que quiera que fuese que había rodado por la escalera… ¿habría quedado oculto a su vista? Se dijo con pesadumbre que no había otra forma de comprobarlo que levantarse y mirar, además había que volver a apagar la luz, cerrar la puerta. Todo eso le parecía ahora una tarea ingente, una montaña insalvable. Aún tenía el cuerpo encogido, la mente ofuscada. ¿Cómo levantarse de allí con lo que acababa de suceder? Si en verdad había sucedido. La situación empezaba a ser angustiosa. También podía dejar todo como estaba, pero ¿acaso eso no lo angustiaría aún más hasta el punto de hacerlo insoportable?

– ¿Qué estupideces estás pensando, viejo inútil? –farfulló de repente.

¿Quién tiene miedo? ¿Miedo tú, que creciste bajo las bombas, que atravesaste todas las miserias, que viste con tus propios ojos las más grandes atrocidades? ¿Miedo tú, que desde la defunción de tu santa esposa, veinte años atrás, vives solo? ¡Miedo tú, que a tus ochenta y seis te reirías en la cara de la mismísima muerte! Se destapó y sentó en la cama, agitado, tembloroso; calzó las zapatillas, se puso en pie. Miró la luz macilenta que emanaba de la escalera e iluminaba con debilidad el pasillo. Anduvo encorvado, a pasos cortos. Adelantó la cabeza con la intención de visualizar los primeros peldaños. Si zumbara una mosca por delante de su nariz caería muerto allí mismo. ¡Calma,  George! –se dijo, echándose mano al pecho. No había nada. La escalera trepaba intacta. Giró la cabeza; al otro lado el pasillo se iba oscureciendo hacia la cocina. Adelantó otros pasos hasta llegar al interruptor, lo pulsó y se dio la vuelta. Se echó la oscuridad y tuvo la sensación de que un número incontable de armas de fuego lo estaban acribillando por la espalda: ¡pum, pum! Podía sentir los impactos sobre su carne. Caminó raudo hasta la cama. Se metió enseguida y se envolvió en su ropa hasta la cabeza. Ahora se daba cuenta de que, con la prisa, había dejado la puerta tal y como estaba. ¡Maldita sea, George, me enfadaré contigo en serio si continúas así! Luego le creció la rabia y se armó de valor. ¡Qué más da! ¡Que se quede abierta la jodida puerta! Entonces volvió a ver los ojos, con más nitidez. Aparecer y desaparecer en la oscuridad.

– ¡Estúpidas jugadas de la mente! ¡Mi importa un rábano si sois reales o imaginarias! ¡Muéstrate si eres algo, maldito lo que seas! Y si no, déjame en paz.

Volvieron a aparecer los ojos, esta vez como un destello indubitable. Los acompañó un gruñido áspero, ronco, que resonó en la casa como en una caverna. Ahora se mantuvieron ahí, sin desaparecer. Solo el albor de aquellos ojos blancos contra el negro de la oscuridad.

– ¿Quién eres? –preguntó, con la mandíbula de abajo batiendo. ¿Sobrino?

Escuchaba un aliento sofocado, como el de una bestia de proporciones enormes, que se acercaba. De pronto, por debajo de las sábanas lo atrapó una garra y tiró de él con furia, sacándolo de allí como si fuera una piltrafa; pero no se veía nada, solo los ojos, destellando; aquella fuerza manteniéndolo en el aire y aquel terrible gruñido ronco que expresaba complacencia en hacer el mal. Lo sacó de la habitación como un arrugado papel que se ha recogido del suelo. La casa se había transformado; ahora era un túnel que ascendía o descendía en rampa, como un aparcamiento subterráneo. Se borró su habitación como si se la hubiera tragado una pared. Se repitió aquel gruñido horrible. ¿De qué, a quién podía tener miedo? Pero el viejo se iba cagando literalmente mientras descendían por el túnel. Lloraba como un niño y solo acertaba a gritar: ¡Maldito yogur de vainilla!

17 Comentarios a “188- Yogur de vainilla. Por Thomas Guhó”

  1. Thomas Guhó dice:

    No tengo por menos, como es natural, que agradecer vuestros comentarios Hóskar-wild is back, Bonsái, Dies Irae. Cada vez estoy más convencido de que el lujo y el verdadero premio de este certámen es que nos lean, que nos leamos (y nos enjuiciemos, por qué no) unos a otros.

    Gracias.

  2. Dies Irae dice:

    Enhorabuena, Thomas Guhó. No esperaba ver este relato entre los finalistas, pues no me causó ninguna impresión favorable. Me recordaba demasiado, como te dijeron ya, a la primera parte de uno de mis relatos favoritos de Poe en la recreación de la angustia… y es difícil apreciar su valor cuando tu cabeza se empeña en comparar ambos. Celebro que haya habido lectores más abiertos que yo, y procuraré aprender de ello.

    Mucha suerte en la elección final.

  3. Bonsái dice:

    Te felicito estás entre los finalistas!!!
    Un abrazo!

  4. Hóskar-wild is back dice:

    Mi más sincera enhorabuena por tu elección como finalista. Poco puedo añadir que no dijera en mi comentario anterior (otro relato que no necesita quien le haga la ola porque es brillante), salvo desearte mucha suerte.

  5. ms rioja dice:

    He llegado a tu relato por casualidad (me es imposible leer todos) y me alegro porque me ha encantado. Tu manera de escribir es fácil de leer y atractiva. En la primera mitad del relato no pasa nada en absoluto, un viejo solitario va a la cocina a tomar un yogur, pero estaba enganchada a la historia. El relato provoca muchas emociones; hay toques de humor, consigues que el lector sienta pena por George y, claro, hay mucha tensión y angustia en la segunda parte. Mezclas bien los pensamientos de George con la voz del narrador de una manera muy acertada. Te dejo mis puntos

  6. jazzmina dice:

    Está claro que hay que tener “amigos” Thomas. Quiero decir “amigos” para esto de inflar la estadística. Y luego, también, habilidad para “auto engrosarla”. Bueno no voy a seguir por este camino porque acabaría como el rosario de la aurora. Así que me voy a centrar en el relato. Tú ya me entiendes, ¿verdad?
    Interesante forma de ir describiendo el miedo a través de las diferentes percepciones que le van angustiando. La luz, la puerta que acaba de cerrar y vuelve a estar abierta, el sobrino (exista o no, da igual para que haga de cebo en el relato), un estruendo en lo alto, algo que rueda por las escaleras…Hay un párrafo donde comienzas a hablar de él mismo, de lo que había sido su vida en lo relativo a situaciones duras que había tenido que sobrellevar. Quizás ahí, hablar algo más de él…Pero eso es cosa del autor. Si lo que pretendías era, únicamente, contarnos la ansiedad de un viejo en su senilidad, pues está perfecto. A mi juicio, está muy bien logrado.
    Felicidades y suerte Thomas

  7. Thomas Guhó dice:

    Muchas gracias, Rulfo, por tus interés, por tu análisis, por tu opinión favorable y sugerente sobre mi escrito. Es probable que hubiese sido un acierto hacer lo que me sugieres, haber titulado de otra forma. Es una sugerencia valiosa para mí porque, aunque no valga ya para este intento, sí que es un notación que me puede servir para otros.
    Soy nuevo en este concurso, no conocía la mecánica de los comentarios, que me han parecido tan interesantes, y he estado un poco a verlar venir; a andar con la prudencia, pienso que debida, para los neófitos en cualquier campo. Eso me ha restado participar en el debate general, pero, mira por dónde, de entre los relatos que más me han gustado, han venido a comentarme sus autores, con la consiguiente alegría. Lo digo y aprovecho para felicitarte y desearte toda la suerte, porque uno de esos relatos fue desde un principio «El Librito».

  8. rulfo dice:

    Tu relato lo podía haber firmado tranquilamente Chicho Ibáñez Serrador. Mantienes un suspense atractivo con frases eficaces: “Se destapó y sentó en la cama, agitado, tembloroso; calzó las zapatillas, se puso en pie. Miró la luz macilenta que emanaba de la escalera e iluminaba con debilidad el pasillo. Anduvo encorvado, a pasos cortos. Adelantó la cabeza con la intención de visualizar los primeros peldaños. Si zumbara una mosca por delante de su nariz caería muerto allí mismo. ¡Calma, George! –se dijo, echándose mano al pecho. No había nada. La escalera trepaba intacta”. Y hay bastantes más como estas.
    Sólo una pequeña y modesta idea Thomas. Yo no hubiera indicado nada en el título. Cualquier otro hubiera servido. De manera que, a partir de la ingesta del yogur, no se intuyera que algo tendría que ver en el desenlace final. Algún terror—o todos— le persigue. El miedo aparece en todos los recovecos del relato. Eso está perfecto. Hasta el último párrafo que hubiera sido absolutamente explosivo cuando dices que se iba cagando y maldiciendo el yogur de vainilla.
    Muy original Thomas Guhó. Suerte

  9. Thomas Guhó dice:

    Muchas gracias por tu comentario y tus palabras tan favorables, Hóskar-wild. Yo también te deseo mucha suerte.

  10. Hóskar-wild is back dice:

    Una verdadera joya. Como no podía ser de otra forma, con pocos votos. Tampoco los necesita su autor. Por cierto, ¿Alguien se preocupó de mirar la fecha de caducidad del yogur? Mucha suerte.

  11. Thomas Guhó dice:

    Me abruma lo que dices, Lovecraft. No estoy seguro de que Yogur de Vainilla lo merezca, pero, en todo caso, te quiero hacer constar aquí mi más sincero agradecimiento. Es curioso lo que está pasando en este concurso. Yo no suelo presentar mis trabajos a estos certámenes, sin embargo, me motivé a enviarlo a este porque me parecía bastante legal y sobre todo bonito. Bonito porque daba la oportunidad de publicar inmediatamente a la participación, y que te leyeran, y leer lo del resto de participantes, y eso me pareció un gran acierto, lo hacía muy atractivo para mí. Debo confesar que los he ido leyendo casi uno por uno y que me he llevado bastantes y muy agradables sorpresas. Sorpresa de encontrar trabajos de un nivel extraordinario para una convocatoria como esta, con un premio en metálico poco atractivo, vamos a llamarlo así. Trabajos como, por poner un ejemplo, Waterloo punto 1815, que es una labor preciosista de encaje. Sorpresa de este caudal de intercambio entre los participantes, este foro abierto sobre literatura, en el que tanto se aprende.
    De modo que ya, sin que gane ningún premio, me parece haber ganado otros no menos importantes. Entre ellos este comentario tuyo.

    Suerte, Lovecraft.

  12. Thomas Guhó dice:

    Va a ser verdad que lo del yogur de vainilla era una tortura puesta a conciencia por el fabricante, Aljibe. Todo el que lee esto opina lo mismo que tú y que el viejo Jorge.

    Gracias por tu comentario, y suerte.

  13. Lovecraft dice:

    En este certamen han concurrido relatos de todo tipo y condición, desde los cargados de buena voluntad pero faltos de revisión y poco cuidados, hasta los animados por las mismas intenciones pero que son auténticas joyicas de la literatura corta. «Yogur de vainilla» es uno de estos últimos. El autor ha sabido manejar la angustia del protagonista, que va progresando «in crescendo» al mismo tiempo que nos la trasmite a los lectores. La historia puede ser un pretexto para hablar de la soledad, del miedo, del miedo a la soledad o de todo al mismo tiempo. A mi me ha recordado al mejor Poe (es la segunda vez que hago esta comparación a lo largo del certamen) de «El Corazón Delator», sólo que esta vez desde el punto de vista del viejo; lo que amedrenta al viejo en este caso, lo dejo a la imaginación de los lectores.

    Excelente, Thomas Guhó. Nunca me gustaron los yogures de vainilla. A partir de hoy, todavía les tendré mayor prevención.

  14. Aljibe dice:

    A mi tampoco me gustan los yogures de vainilla, desde ahora, aún menos.
    Suerte en el certamen!

  15. Thomas Guhó dice:

    Tu comentario pone seguramente de relieve que no debo haber sabido llevar a cabo lo que pretendía: mostrar cómo el viejo Jorge, echando mano de su imaginación, intenta paliar la soledad; cómo, en este juego consigo mismo, coquetea con una de las emociones más fuertes: la del miedo, y cómo este le juega una mala pasada. El sobrino no es más que un personaje más del que se sirve para aquel propósito.

    Muchísimas gracias por tu comentario. De la misma manera, te deseo mucha suerte.

  16. El asesino de Morfeo dice:

    Suerte, compañero
    Tengo una duda, si quieres me la deshaces…¿Por qué piensa tanto en un sobrino, si no tiene ninguno? esa tontería me ha impedido disfrutar de tu relato lo que, sin duda, se merece.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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