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20- Un interludio antes del trabajo. Por Anónimo7

La familia de Javier había organizado una cena para celebrar el gran acontecimiento esperado hacía tanto tiempo por todos los cercanos a él: luego de tres meses de cesantía, por fin había sido contratado en una empresa de renombre.

El padre había traído dos champañas y un vino tinto añejo; la hermana con su pareja compraron zapallos italianos los que junto a la madre rellenaron con carne picada de vacuno, aderezada con ají color y un poco de sal. Dos amigos de Javier habían sido invitados: Felipe, un ingeniero agrónomo que había viajado ya a sus jóvenes veintiséis años, por la mitad de Europa, y Daniel quien hacía de operario en una fábrica de cecinas. No ganaba tanto dinero como Felipe, pero estaba feliz en su trabajo. Además, debía alimentar a dos pequeños, una niña y un niño de dos y tres años respectivamente.

-Ahora sólo falta colocar esto en el horno eléctrico y ya estará listo- anunciaba la madre de Javier a los comensales, indicando los zapallitos rellenos.

Felipe observaba su reloj. Si bien era su día libre, a la jornada siguiente le tocaría trabajar. Recordó que no había planchado su camisa ni había revisado unos documentos que le pedían en gerencia.

-¿Y a qué hora llegará Javier?- preguntó.

La familia le observó como si la pregunta hubiese sido muy tonta.

-Ustedes saben cómo es Javier, quizás se esté despidiendo de su cesantía- bromeó la hermana. Su pareja le acarició una mano, la cual levantó para darle un beso. Realmente disfrutaban aquel momento.

Javier, en tanto, sin sospechar de esta cena sorpresa, estaba comprando ropa en una tienda comercial. Observaba con parsimonia las camisas. Las cuadriculadas le parecían juveniles y aquellas de un solo tono le hacían sentir más maduro. Tomó dos pares, uno de cada tipo. Estaba indeciso.

-Son de muy buena calidad- le dijo el vendedor. Este sonreía casi por inercia- Se ven muy bien sobre todo si las piensa ocupar en el trabajo.

Javier las volvió a observar. Se preguntó en qué otra ocasión, que no fuese la jornada laboral, se pondría unas camisas así.

-Sí- contestó lacónico- Tiene razón.

-¿En qué trabaja usted?- preguntó el vendedor con un aire pomposo- Disculpe mi indiscreción pero para ciertos trabajos se usa un tipo de camisas y para otros trabajos, un tipo diferente.

Javier sonrió.

-Voy a trabajar haciendo inventarios y contrataciones comerciales para una empresa de estudios de mercado- lo dijo de tal forma que parecía estar dando el resultado de un ejercicio matemático.

-Comprendo. Quiere decir que encontró recién este trabajo- exclamó el vendedor. Quizás necesitaba conversar con alguien. A esa hora había poca clientela.

-Sí. Estuve cesante bastante tiempo- Javier miró hacia la salida de la tienda. Un ligero tono desganado se mecía entremedio de sus palabras.

El vendedor le tomó la mano prácticamente a la fuerza y, con un impulso dinámico, se la sacudió.

-¡Mis felicitaciones! Me alegra mucho cuando las personas surgen y no se dejan abatir. Yo una vez duré cesante seis meses. Estuve con una depresión que no se imagina. Fue terrible. Y míreme ahora: soy el jefe de mi sección. Imagínese que ayer nos reunieron a todos los supervisores para darnos una charla motivacional, y no me va a creer, pero estaba el mismísimo gerente del bloque latinoamericano. Ahí pensé: mi esfuerzo ha valido la pena.

Javier sintió que el hombre le traspasó un sentimiento extraño. Sintió un dolor en el pecho. Posiblemente también se había emocionado.

-Bueno, pero volviendo al tema, esta camisa clara le va a servir para su trabajo. Se va a acordar de mí cuando todos le feliciten por su buen gusto.

Así, Javier hizo caso al vendedor y se llevó dos pares de camisas claras. Luego de pagar, el vendedor nuevamente tomó sus manos.

-Lo felicito nuevamente. Cuide su trabajo y siéntase afortunado.

Al salir de la tienda, el guardia se despidió de él con una sonrisa inocente.

Ante la demora de Javier, la familia comenzó a brindar entre sí con pequeños vasos de champaña. La hermana le llamó al celular pero Javier no contestó.

-Siempre hace lo mismo, pareciera que quiere perderse- exclamó el padre, luego de lo cual sugirió un brindis que todos siguieron con alegría.

-Que ojalá los sueños de Javier se cumplan a cabalidad- sentenció Daniel quien ya había empezado a degustar los trocitos de queso que la madre de Javier dispuso en la mesa.

Luego de una hora y media de espera, Felipe decidió partir. Una de sus características más comentadas era el apego a su trabajo. No sólo por un inminente sentido trabajólico sino también porque desde pequeño había visto cómo sus padres se habían desgastado tratando de surgir y darle lo necesario para que fuese un hombre de bien. Para Felipe, el trabajo más que un medio de ganar dinero y sobrevivir, era una forma (la única forma) de sentirse pleno y encontrarle un sentido a la vida.

-Lo siento. Espero que me perdonen ustedes, y sobre todo Javier, pero debo retirarme- exclamó con pesar, Felipe- No saben lo agradecido que estoy por haber sido invitado. Yo estimo mucho a Javier, por algo es mi mejor amigo, pero el trabajo es el trabajo y debo prepararme para mañana.

La familia de Javier comprendió muy bien las motivaciones de la partida del joven. Es más, la madre dentro de sí esperaba con ansias el que en algún momento Javier lograse el éxito obtenido por Felipe. Se imaginaba a su hijo llevándola a un viaje por Italia. ¡Roma, qué maravilla!

Cuando Felipe partió, Daniel estaba contando una historia acerca de un operario que había perdido una mano en la máquina. Mientras lo hacía, comía casi de un bocado uno de los zapallitos rellenos.

Felipe cruzó la avenida a pie y pasó por la plaza en donde había un paradero de micros. Aquí, un payaso ambulante estaba sentado mirando hacia el suelo. En un momento, el payaso observó con tristeza a Felipe. Este prefirió voltear la cabeza. Pensaba en lo tonto que había sido por no andar en su vehículo (pues aunque vivía cerca de Javier, a esa hora de la noche había peligros por doquier) cuando reparó en una persona sentada en una banca de la plaza, a un costado de los juegos para niños. Sostenía en sus manos una bolsa de compras y a su lado izquierdo, una lata de cerveza le acompañaba. No tardó Felipe en descubrir que se trataba de Javier. Lentamente se acercó hacia donde estaba su amigo. Quería cerciorarse que no estuviese borracho. Para su sorpresa, la lata de cerveza ni siquiera había sido abierta.

-Javier…- habló con voz tímida Felipe.

-Hola, ¿cómo estás? Siéntate. Todavía no me tomo la cerveza, podemos compartirla- Javier tenía una despreocupación infantil en el rostro. En la vereda que daba al frente, hacia donde miraba Javier, distintas personas caminaban a paso rápido prestas a volver a sus respectivos hogares. La mayoría llevaba pesados maletines y bolsos que aferraban con temor. Venían de sus trabajos posiblemente pensando en el siguiente día laboral.

-No quería decírtelo- exclamó Felipe, ya sentado junto a Javier- pero como te veo tan tranquilo aquí, debo informarte que tu familia te está haciendo una cena sorpresa. Están celebrando que conseguiste trabajo.

Javier abrió la lata de cerveza. Bebió un sorbo y dio un suspiro. Alargó la lata hacia Felipe. Este la rechazó.

-¿Qué sucede Javier?

La pregunta de Felipe se fue a perder entre el viento que sacudió las hojas de un árbol que parecía ajeno al vaivén laboral de todos quienes pasaban por la plaza a esas horas de la noche.

-Nada, ¿qué me puede pasar?

-Conseguiste trabajo. Y déjame decirte que es un buen trabajo. Muchos darían todo por estar en tu lugar. Me sorprende que estés tan… No sé, tan desganado.

Javier tomó otro sorbo. Sonrió. Observó la bolsa con sus camisas, parecía estar mirando un perro muerto. Estornudó.

-Sí, así debe ser, ¿no? Estuve tres meses cesante- dijo Javier en un tono lejano. Una persona sospechosa pasó por la vereda. Siguió el mismo camino de un hombre que recién había bajado de la micro.

Felipe observó su reloj. Lo había comprado en Alemania. Brillaba como el sol. Se lo tapó bien. Miró hacia el alrededor. Sintió temor.

-Javier, aún estás a tiempo para que compartas con tu familia.

Javier dio otro sorbo. Sus ojos estaban perdidos pero no tanto como para no poder dirigirle una mirada a su amigo.

-Estuve tres meses cesante- exclamó como si quisiese que Felipe descubriera algo.

-Ya, sí. Lo sé. ¿Y qué pasa con ello? Por eso mismo debieses estar celebrando en casa con los tuyos.

El viento nuevamente se paseó entre ellos, esta vez creó un frío que calaba hondo. Javier se abrazó a sí mismo.

-Además- prosiguió Felipe- este trabajo tan bueno que conseguiste premia todos esos minutos que perdiste frente al computador enviando curriculums o las horas que perdiste en entrevistas de trabajo en las que no te aceptaron.

-¿Y quién dijo que mandé muchos curriculums?- espetó Javier. Entonces volvió a tomar cerveza. Rió.

-¿Cómo?- Felipe sintió que tenía a su lado a un desconocido. Volvió a sentir temor. En un columpio, el payaso que hacía unos minutos había visto en el paradero, se bamboleaba cabizbajo.

Javier indicó con un índice el árbol que tenían al frente. Pequeño pero frondoso, se erguía en la plaza como un vigilante ocioso que si bien no se movía de su lugar, brindaba el aire que permitía a todos respirar y cumplir sus funciones.

-Me gustaría ser como ese árbol- exclamó Javier. Sus ojos se empañaron.

-No te entiendo- dijo Felipe. Tomó por primera vez la lata de cerveza y bebió un poco- Realmente no te entiendo.

Javier observó el cielo. La luna rodeada de estrellas espías parecía correr por el firmamento, debido al efecto provocado por unas nubes que pasaban a su alrededor.

-¿No es increíble?- Javier parecía estar preso de la emoción- Mientras nosotros estamos encerrados en oficinas, peleando con clientes y empleadores, pensando en lo que hay que ahorrar, en el mundo y el universo están sucediendo las cosas más maravillosas que puedan existir.

Felipe sintió frío. Se abrazó a sí mismo y frotó sus manos por el cuerpo. Luego, cuando ya había entrado en calor, le dio una palmada en la espalda a su amigo. Se levantó de la banca.

-Yo me voy, mañana tengo que trabajar y hay cosas que debo poner en orden. Sin mencionar que debo planchar.

Javier tomó el último sorbo de la lata de cerveza.

-¿Y qué vas a hacer ahora?- preguntó Felipe circunspecto- ¿Vas a ir con tu familia a celebrar?

Javier tenía los ojos empañados, se pasó una manga por ellos. Suspiró.

-¿Qué hicieron de comer?- preguntó ido.

-Zapallos italianos rellenos. Están exquisitos.

Javier se levantó de la banca. Caminó un trecho junto a Felipe, hasta separarse en una esquina de la plaza.

-Suerte mañana, en tu trabajo- dijo Felipe. Entonces, avanzó.

-¡Felipe!- le gritó Javier.

Felipe se volteó con resignación.

-¿Qué pasa?

-No quiero trabajar… Detesto trabajar…

Felipe dio un suspiro.

-Amigo, ve con tu familia.

Entonces, con desgano, Javier atravesó la calle.

Antes de entrar a su casa, Felipe levantó su cabeza y observó el firmamento. En un segundo tuvo deseos de regresar y buscar a su amigo para contarle una revelación. Sin embargo, recordó que debía ordenar unos documentos y planchar la camisa.

7 Comentarios a “20- Un interludio antes del trabajo. Por Anónimo7”

  1. Sussan dice:

    Me ha sorprendido la palabra “trabajólico”, no la conocía. Pero por alguna razón se ha despertado en mi la curiosidad de encontrar una receta de los zapallos italianos- 🙂
    Seguramente Javier hubiera sido feliz como astronauta viendo las maravllas del cielo, pero al final hasta estos señores que se suponen que hacen algo que les gusta mucho, tienen un horario y una rutina.
    Suerte en el certamen.

  2. Bonsái dice:

    Anónimo7:

    Un trabajo limpio y una visión de lo que todos desearíamos. No tener que cumplir con horarios ni obligaciones. Y hacer lo que quisiéramos.
    Por ejemplo contemplar las estrellas.

    Un abrazo.

  3. sacha dice:

    Es mi vida la que pasa/ Y apenas siento su paso/ Que voy del trabajo a casa/ O voy de casa al trabajo.
    Y mientras tanto en el Universo están sucediendo las cosas más maravillosas que puedan existir.
    Que Javier se venga a España, aquí tres meses de cesantía (Ay, Galdós) no son nada. Años, años te podemos ofrecer amigo mío.

  4. Lovecraft dice:

    Ya se sabe que el trabajo es un castigo bíblico impuesto a los humanos como penitencia por el pecado original que cometieron Adan y Eva. En este sentido, poco puede hacer Javier para remediarlo (salvo que le toque una importante cantidad en alguna lotería).

    Escritura sencilla, sin demasiados rebuscamientos ni complicaciones. Me sorprendió descubrir que la palabra «trabajólico» existe y está recogida por la RAE. La mayor pega que encontré es el abuso del pretérito pluscuamperfecto de indicativo: había sido, había comprado, había perdido… (así hasta casi 20 veces).

    Espero que triunfes en el certamen

  5. lectora dice:

    Hola Javier lo tuyo se llama Ergofobia.Tiene los mismos síntomas de cuando te montas en un avión , a que sí?No hay tratamientos mágicos.Parece ser que se ha estudiado con ratones una forma de superar todos esos síntomas.Se trata más a menos de lo que se les hace a los crios cuando se tienen que enfrentar a la guardería.Trabajas 5 minutos y te vas.Al día siguiente aumentas en 10, el siguiente en 15 y así hasta completar tu jornada laboral.Eso te puede llevar años, quiere decir que tu despido sería procendente y te vas de nuevo a la cola del paro, pero sin cobrar.No creas, yo padezco de » Noquierotrabajarfobia» pero pico, cumplo el horario y después me voy a ver cómo está el firmamento.

    No te seques las lágrimas con la manga que se te van a poner los ojos malos y no vas a poder hacer tu deporte preferido.

    Bueno, me voy que tengo el kiosco sólo y tengo que currar.

    Suerteeeeee anónimo

  6. Avril dice:

    Es un buen relato que no te deja indiferente y además ese final… Bueno todo de él me parece bien. La familia, el vendedor, el clima que se respira en esa conversación donde se aprecia la lucha por la vida, y el diálogo final, que dice muchas cosas.
    Gracias por dárnoslo a leer.

  7. Hóskar-wild is back dice:

    Vaya vaya con el amigo Javier. Después de tres meses en el paro se da cuenta de lo que realmente le gusta es levantarse tarde y no llevar el cuello ceñido, simulando que ha tenido una revelación divina… Que cunda el ejemplo y así todos arbolitos contemplativos en espera de que caiga algo de lluvia o de que venga alguien para regarnos (espero que con una regadera o manguera). Suerte.

orden

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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