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247- Un piso de ensueño. Por Alizee Leschamps

A continuación os voy a contar el extraño fenómeno que me sucedió estos días. Estaba yo sentada bien acomodada en un banco del parque municipal cuando un joven apuesto se me acercó mientras devoraba los clasificados de inmuebles del periódico que sostenía entre mis manos. Yo buscaba un piso para comprar que estuviera en buenas condiciones para dejar de pagar alquiler. El individuo me habló al poco tiempo tras sentarse a mi lado en tono serio:

 

– Señora, veo que busca un piso. Si le interesa yo le puedo ofrecer el mío, ya que lo tengo a la venta. Según los anuncios que buscas mi piso puede encajar perfectamente con sus gustos. Tiene tres habitaciones, no es ni grande ni pequeño y está en el centro de la ciudad.

 

– Le agradezco, pero no puedo gastarme mucho dinero…

 

– Eso no seria un problema. Como yo necesito venderlo con urgencia lo estoy ofreciendo digamos por un precio simbólico de mil euros. Si le parece demasiado poco, le propongo que se lo gane. Venga a verlo a esta dirección con el dinero y búsqueme en el piso, si me encuentras el piso será suyo.

 

Seguidamente se presentó como Mateo y se marchó. Al día siguiente me presenté en el portal del edificio. Era un edificio como otro cualquiera habitado por personas de clase media trabajadora como yo. Subí por el ascensor hasta el tercer piso, bajé del mismo y me dirigí  a la puerta cuya cerradura estaba entreabierta. La empujé levemente y entré.

 

De repente una espesa niebla como humo de hojas verdes salió de dentro de la habitación. Cuando por fin pude ver alguna cosa me sentí como estuviese en otro lugar, pero no estaba sola, una grupo de gente que parecía ser una familia comía arrodillada sobre cojines alrededor de una mesa bajita. Al poco tiempo pude percibir que eran orientales de Japón por que hablaban en ese idioma. Aquella habitación era el salón del piso. Estaba adornado con  grabados de proverbios en caligrafía japonesa y pequeñas macetas de bambú. La familia me miró como si me esperaran y me ofrecieron un bol de la sopa que sorbían. Me parecieron intrusos, pero no quise decir nada y seguí mirando el piso.

 

Pasé a la siguiente habitación abriendo una puerta corredera de madera y papel. Ante mí se presentó la habitación principal del piso donde reinaba en el centro una gran cama y a la derecha un armario sobre el cual encontré un jarrón con agua y una palangana. La habitación estaba sucia, las paredes ennegrecidas y viejas. Me senté sobre el colchón. Estaba hecho de plumas de aves. Una señora con aspecto de bruja entró y se dirigió  a mí. Por lo visto me había confundido con alguien que esperaba. Me llevó de la mano hasta otra habitación más pequeña, me hizo acostarme, pero malhumorada cambió de idea y me volvió  a conducir a la tercera habitación del piso, algo más pequeña, pero con el mismo aspecto que la primera. Volvió a hacerme acostarme y desenrolló ante mí un paño con viejas herramientas carcomidas por la herrumbre. Luego como quien  despluma un pollo intentó quitarme las bragas. Me resistí y comprendí que se trataba de una alcahueta de principios de siglo que trabajaba reconstruyendo virgos y haciendo abortos. Cuando me bajé de la mesa la señora rechistó groserías extendiendo la mano. Le deposité unos euros dorados que ella interpretó como oro. Me dejó marchar.

 

Desorientada por no encontrar a mi vendedor abrí otra puerta temiendo dar con algo peor. Esta vez un vapor de agua perfumada me rodeó por entera. Se respiraba un ambiente sosegado. De lejos se oían risas varoniles en acento arábico. Rodeé el lugar para investigar aprovechando los vapores para pasar desapercibida. El amplio lugar que era el baño del piso parecía un hammam árabico y lo ocupaban dos piscinas, una de agua caliente y otra de agua fría. En ambas se bañaban señores desnudos con la ayuda de bonitas muchachas que les fregaban los pies y las espaldas con esponjas marinas. Otros, sentados sobre el borde de las piscinas asistían a un espectáculo de danza del vientre. Ante ellos una muchacha de larga cabellera negra contorsionaba bailando su vientre sugerente.

 

Cuando me iba marchar, un par de hombretones me sorprendieron espiando y uno a cada lado me expulsaron a la última habitación, la cocina del piso.

 

Tenía paredes rojas como la sangre que combinaban a la perfección con los muebles de madera rústicas marrones oscuros y el fogón era de leña. Sentadas sobre la mesa dos señoras bajitas de aspecto indígena seleccionaban las alubias buenas separando las pasadas para hacer frijoles. Cuando me vieron sonrieron tímidamente. El guacamole y el chili de encima de la encimera me transportaron a una gran hacienda del Méjico actual.

 

Al no hallar a Mateo me marché por la misma puerta temiendo tener que pasar por todas las habitaciones para llegar hasta la puerta de entrada, pero otra vez fui descubierta por un árabe de espaldas anchas. Entonces, sin saber qué hacer me eché a correr y me tropecé con un enorme espejo. Primero temí hacerme daño, pero cual fue mi sorpresa que cuando abrí los ojos me deparé con que lo había atravesado y me encontraba en otro lugar rodeado de dunas de fina arena: un desierto.

 

No me rendí y seguí buscando a Mateo para pedirle explicaciones. Lo encontré sentado sobre la única roca del lugar esperándome pacientemente con la carpeta de las escrituras del piso en la mano.

 

– Este desierto de millones de kilómetros cuadrados es otra habitación del piso, así que te lo tengo que vender junto. No te preocupes vas a salir de aquí, mira a lo lejos como la enorme calor provoca ondas en el aire; si te concentras puedes confundirlo con un oasis. Para salir de aquí solo tienes que seguir esas imágenes ondeantes y darás con el baño del piso.

 

El trato de todas formas me pareció muy bueno y firmé la escritura. Cuando el piso ya era mío Mateo me dijo.

 

– Ahora el piso es tuyo. En la letra pequeña de la escritura que no has leído antes de firmar como lo hice yo cuando lo compré te avisa de que con el tiempo sentirás la llamada del desierto y tendrás que acudir a ella. Yo ya la he sentido y me quedo aquí. Vuelve, adiós, amiga mía.

4 Comentarios a “247- Un piso de ensueño. Por Alizee Leschamps”

  1. Lovecraft dice:

    Tu relato trabaja sobre una idea interesante y muy sugerente, que demuestra la espléndida imaginación que posees. ¿Qué habría sido de ese piso, y de tu relato, con unas cuantas habitaciones más?

    Te sugiero un par de cambios: en lugar de “Volvió a hacerme acostarme…” acorta la frase a “Volvió a acostarme…” (y así evitas además la cacofonía). En la frase “la enorme calor…” el artículo no es el correcto, salvo que el personaje estuviese hablando en el “dialecto” de algunos andaluces, que creo no es el caso. Creo que quedaría mejor decir simplemente “el calor”.

    Suerte

  2. Lovecraft dice:

    Tu relato trabaja sobre una idea interesante y muy sugerente, que demuestra la espléndida imaginación que posees. ¿Qué habría sido de ese piso, y de tu relato, con unas cuantas habitaciones más?

    Te sugiero un par de cambios: en lugar de “Volvió a hacerme acostarme…” acorta la frase a “Volvió a acostarme…” (y así evitas además la cacofonía). En la frase “la enorme calor…” el artículo no es el correcto, salvo que el personaje estuviese hablando en el “dialecto” de algunos andaluces, que creo no es el caso. Creo que quedaría mejor decir simplemente “el calor”.

    Suerte

  3. lamari dice:

    Hola, quién ha medido ese pisito?.Yo tengo una cocina de 30 metros cuadrados y no me cabe la mesa de camilla.Te compro el piso, pero sin sus habitantes.Quiero abrir una puerta de las tuyas y encontrarme » una estufita» con forma de hombre que se pegue a mi espalda con malas intenciones, o buenas…jejeje.No imagino abrir el ropero empotrado y encontrarme en una cabaña, mientras la nieve me ciega y la chimenea calienta una de esas alfombras con forma de oso polar…Después marcha, mucha marcha hasta que alguno de los dos ponga la cafetera o quién sabe…ponernos de nuevo a abrir puertas prohibidas.

    Qué suerte!!

  4. Hóskar-wild is back dice:

    ¿Y todo por mil euros? Por las noticias de la caja-tonta sabía que estaban bajando los pisos, pero nunca creí que llegáramos a estos extremos. Parece que era cierto lo de la burbuja ionmobiliaria. Suerte.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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