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262- La hoja en blanco. Por Jacob

Contempló durante un largo tiempo la hoja en blanco, bloqueado, viendo en ella el mayor de los tesoros. Fuente inagotable de imaginación y diamante en bruto que espera a ser pulido por el artista de la palabra. La hoja en blanco era tan hermosa y vulgar, tan frágil y tan grandiosa. En su vacío cruel cabían todas las posibilidades, todos los destinos infinitos. Así era, antes de que él la estropeara.

Las teclas de un ordenador contienen la mayor obra de la historia de la humanidad, el problema reside en saber colocarlas en su justo orden, pensó. Miró lo que había escrito y fruto de la desesperación, lo borró con ira. Llevaba horas redactando primeras líneas, buscando ideas en su cabeza y en su alrededor, pero nada le convencía. Trató de encontrar inspiración en otros libros, en reflexiones filosóficas nacidas de largas sesiones postrado en el retrete. Las historias iban y venían, pululando en su mente, sin que ninguna llegara a cuajar, sin que ninguna fuera digna de convertirse en letras dispuestas a ser leídas por nadie.

Su imaginativa, mermada por el vano entretenimiento, daba bandazos hacia todas partes. Primero se le ocurrió una historia ambientada en el Oeste norteamericano,

donde dos vaqueros se enfrentan por ser el primero en pagar la cuenta. Demasiado estúpida, se dijo. Después fabuló sobre el espacio y las múltiples aventuras que podrían suceder, no obstante el hecho de tener que inventar cada detalle le causaba pereza. Entonces, ideó algo que fuera más impactante, que sorprendiera al público. La vida de un muchacho que, cansado de tener sexo convencional, decide ir en busca de su verdadera pasión, estar en la cama con un perro. Pero no podría comprarlo, tenía que secuestrarlo en un parque. ¿Y quién se iba a identificar con ese personaje? Dudó sobre escribir algo más normal, como una historia de amor entre dos asesinos crueles que se desviven por amar al otro mientras causan dolor al resto. Desgraciadamente, recordó haber visto alguna película por el estilo. Debía ser algo original.

Las horas pasaban, el sol cambiaba el turno a luna y así seguían mientras ninguno de los dos fuera despedido. La hoja en blanco se mostraba implacable, como un muro psicológico. Finalmente, vencido por el cansancio, se rindió al sueño y abandonó su proyecto de escribir un mísero relato.

Tras dormitar casi diez horas, se despertó a las tres de la madrugada. Su horario se había desajustado al del resto de la humanidad y la ventana cerrada no permitía entrar la lucidez del exterior. Saltó de la cama animado, decidido a volver a la rutina de los demás, aquella que nunca le interesó pero que comenzaba a extrañar. Antes de salir de la habitación se fijó de nuevo en el ordenador. Estaba encendido y había algo escrito en la página que dejó en blanco, un texto de casi tres páginas. Se quedó petrificado ya que no entendía de dónde había salido. Era el mismo documento en el que estuvo trabajando, sin embargo la redacción no era suya, de eso estaba seguro. Vivía solo y nadie tenía llaves de su apartamento, ni siquiera su casero. Y tampoco disponía de conexión a Internet. Alguna explicación racional habría, dedujo. Sin reparar más en ello, comenzó a leer las primeras palabras. Parecía ser un relato fantástico, no obstante el estilo lo hacía camuflarse entre una confesión y un reportaje periodístico escrito en segunda persona. Era la historia de dos hermanos, separados en la adolescencia en extrañas circunstancias y unidos de nuevo en el mundo laboral. Juntos forman un equipo científico complementándose a la perfección. Tras un descubrimiento paranormal, el recelo entre los dos se vuelve demoniaco, y en un final dramático, se acaban matando el uno al otro.

Le pareció el mejor relato que había leído en su vida. La trama era genial y el estilo soberbio. El final conectaba con el comienzo y el elemento científico parecía adelantarse a su propia época. Quedó tan entusiasmado que por unos minutos olvidó de dónde procedía el texto. ¿Cómo ha llegado aquí?, se preguntó. Intrigado por aquel misterio, observó la fecha en la esquina de la pantalla. Ya sólo restaban unos minutos para participar en el concurso de relatos que le había motivado a escribir. Lo había dejado, sin embargo aquel relato podría resultar vencedor. De modo que puso su nombre y lo envió por correo electrónico.

Semanas después recibió una llamada telefónica, había ganado el concurso. Acudió a la entrega de premios donde le recibieron con aplausos y rostros de admiración. No supo que decir al recoger el premio, así que agradeció simplemente y se marchó. Durante los días siguientes, el teléfono no paró de sonar. Su relato se publicó con gran éxito en dos libros y varias revistas. Le entrevistaron en todos los periódicos como una nueva estrella de la literatura. Salía de una emisora de radio para entrar a otra. Incluso la prensa de la televisión lo emparejó con una modelo bellísima que nunca había visto.

Él éxito le había cambiado la vida, aunque durante un tiempo se sintió nervioso por la posibilidad de que alguien descubriera que el relato no era suyo. Buscó aquellas palabras por toda la red, hasta verse rebuscando entre montones de libros hacinados en lugares llamados bibliotecas. La historia parecía no haberse escrito antes, pero el miedo a que le pillaran no desaparecía.

Su relato se había convertido en un cuento popular y recibió ofertas para escribir más relatos y materializar la narración breve en una película. Inspirado y más seguro de sí mismo que nunca, emprendió la escritura de más historias, pero ninguna de ellas conseguía asemejarse lo más mínimo a su ópera prima robada, o tal vez prestada. Por temor a quedar en ridículo, se inclinó por anunciar su dedicación plena a la supervisión del largometraje sobre el drama de los hermanos. Y como supervisar algo le parecía sencillo, también dio su visto bueno a la banda sonora de la película, a la serie de dibujos, al videojuego oficial y hasta álbumes de cromos, como también permitió que políticos de diferentes países se identificaran con la fábula.

Después de tanto trabajo duro, decidió tomarse unas merecidas vacaciones. Pese a estar en un país exótico, pasaba casi todo el tiempo en el hotel. Sin duda, el servicio de habitaciones era lo que más le gustaba. En una de sus llamadas a recepción, observó su ordenador encendido. No le dio importancia hasta que recordó que ni siquiera lo había extraído de su funda. Colgó el auricular y se acercó al portátil. Había una frase escrita en un documento en blanco.

Eres un ladrón.

Alguien había entrado en su habitación, advirtió, por lo que no estaba seguro en aquel hotel, puede que en todo el país. Impulsivamente tomó el primer vuelo y regresó a casa, su hogar, su refugio.

Tras dos días encerrado en su dormitorio, sus necesidades fisiológicas se volvieron insufribles. Más tranquilo, se permitió así mismo utilizar el baño. Al encender el interruptor, halló con estupor la palabra Asesino, escrita con restos de heces fecales en el espejo. Totalmente aterrorizado, salió a la calle lo más rápido que pudo, donde se encontró con las miradas incrédulas del gentío. Todos le reconocían, y los más atrevidos, se afanaban para exigirle un autógrafo. Caminaba sin detenerse, pensando en qué podría significar todo aquello. ¿Le estaría acusando el autor original?¿Y si la historia tuviera algo que ver con su vida? Recapacitó sobre la fábula de los hermanos y los posibles vínculos que pudieran existir con  su vida real. Había sido hijo único, o al menos eso le contaron sus difuntos padres. ¿Y si tenía un hermano secreto que había escrito el relato? Bien, ¿y cuándo había hecho él un descubrimiento científico? Nada tenía lógica y cada vez se sentía más confuso y más desconcertado. De pronto, percibió que alguien le observaba oculto tras una esquina, puede que desde alguna ventana. Caminaba más rápido y sus pasos parecían tener un eco lejano, como el de otros pasos. Le estaban siguiendo. Miró a todas partes, cada rincón, cada recoveco. Y al mismo tiempo, siguió divagando ¿Y si su hermano secreto trataba de matarle como en el relato? Inició una carrera sin rumbo hasta que pensó en contárselo todo a la policía, ellos podrían ayudarle. En su huida, escuchaba perfectamente como alguien corría tras él, pero al girarse tan sólo era capaz de avistar alguna sombra.

Jadeando y con temblores por todo el cuerpo, confesó todo a dos agentes. La misteriosa autoría del relato, la acusación de robo, la pintada en el espejo e incluso la sensación de que alguien le perseguía. Los policías, escépticos, trataron de tranquilizarlo y le prometieron vigilancia en su domicilio, sin embargo, tuvo la sensación de que no le tomaron más que por un demente. Aquellos funcionarios no podían protegerle de algo que él mismo no podía demostrar.

Fuera de la comisaría, la noche cubrió el cielo de un manto de estrellas. Se detuvo en seco y pensó ¿Y si tuviera algo que ver con el universo?¿Y si se tratara de una moraleja del destino? Nunca podría escapar. Tomó un taxi y se dirigió al plató de televisión más sensacionalista que conocía. Les regalaría una confesión. Casi sin tiempo a prepararlo, los productores decidieron meter aquel momento morboso en el programa. Y así fue como, delante de millones de espectadores, confesó que no era el auténtico autor del relato y que jamás escribió nada que mereciera la pena. Una vez se desahogó, reunió el coraje para volver a su casa, esperanzado por haber terminado con la maldición.

Pasaron los días como hojas de  papel sin que ocurriera ningún incidente. La normalidad, aquella rutina de horarios impredecibles y ventanas cerradas, había vuelto a su vida. Se sentó frente a su ordenador para ver la película que supervisó en el culmen de su carrera. No le gustó. Había perdido el espíritu del texto y por ello, se sintió tentado de volver a releer la historia desde el documento, tal y como la encontró, sin su nombre. Pero aquella lectura le resultó extraña, como si fuera la primera vez que sus ojos se posaban sobre esas palabras, formadas por letras de un origen místico y perverso. Vio algo en ello que nunca había captado. Súbitamente, alguien le atacó por la espalda. A penas podía ver quién era su agresor. Brutalmente, le producía mutilaciones por el cuerpo y trataba de ahogarle. Entonces fue capaz de ver su propio rostro, su hermano gemelo. Ya casi perdía la consciencia, ya casi las últimas llamas de su vida se consumían en una lenta agonía, cuando aquellos funcionarios de uniforme entraron en su casa y consiguieron reducir al agresor.

El caso del escritor fue comentado por todo el país, casi por todo el mundo. La historia de los hermanos, cerca de ser hecha realidad por un genio sin igual. Un novelista sin éxito que escribió la obra de su vida sin saberlo. Su hermano, su otra personalidad, era su propio talento. Una locura maldita que le impedía ver que fue él quien creó el relato y él mismo quien se perseguía, culpándose de un robo que nunca cometió. El personal psiquiátrico, alertado por la policía, consiguió detenerle antes de que se matase contra su propia voluntad. Un nuevo tipo de esquizofrenia que degeneraba en una rara forma de suicidio. El autoasesinato. Tras la resolución del caso, otros relatos del excepcional artista de la palabra fueron publicados con mayor notoriedad, aquellos que él había desechado. El escritor demente, como fue bautizado por la prensa, pasó el resto de sus días en una clínica mental, tratando de superar las primeras líneas, destruido, y al mismo tiempo embelesado por el poder y la belleza de una hoja en blanco.

10 Comentarios a “262- La hoja en blanco. Por Jacob”

  1. Jacob dice:

    Finalmente, no ha habido suerte. Otra vez será. Igualmente me ha gustado que la gente pudiera leer los relatos, incluso votarlos. Aunque jamás leeré La flaqueza del bolchevique como venganza. Suerte a los finalistas.

  2. peregrina dice:

    Me ha gustado bastante, me ha mantenido espectante y el giro final genial
    Enhorabuena
    Peregrina

  3. Lovecraft dice:

    Hola Jacob:

    Hablando de hermanos, al principio tu historia me recordó el planteamiento de «Los enanos mágicos» de los hermanos Grimm, pero veo que luego el argumento se pierde entre los entresijos del psicoanálisis. Sigmund Freud habría disfrutado con la lectura de tu relato, no lo dudo.

    Suerte para los dos hermanos.

  4. leforeverdelamari dice:

    Yo lo entiendo porque lamari tiene su contraría que a veces quiere ahogarme.Yo soy una desvergonzada y la otra es mu formalita.Yo no la quiero y ella no me quiere.Aprovecho sus descuidos y salgo de su cuerpo para dejarle en evidencía.Digamos que un papel en blanco no es tan angustioso, mire yo, no le temo en absoluto porque mi » otra yo» escribe de PM y va a una escuela de plumillas online, yo la plagio porque le ha dicho su profe que cuando esté bloqueda ante un folio blanco comience…Recuerdo y las ideas fluyen.

    suerte

    lamari

  5. Anquises dice:

    Estimado vecino:

    Me ha gustado tu relato, muy imaginativo, con su punto de intriga. Definitivamente hay que creer en el talento de uno mismo, sea este el que sea.
    Saludos y suerte.

  6. Tomás dice:

    Mantienes la intriga durante todo el texto, un ritmo desquiciado como los remordimientos del escritor.
    Pero me ha gustado.Creo que me pasaré en otro momento, no sé porqué me deja la sensación de que hay más miga que rascar.
    De momento, suerte amigo.

  7. Hóskar-wild is back dice:

    El amigo estaba para encerrar. Una cosa es enfrentarse a una hoja en blanco (me entran sudores sólo de pensarlo) y otra el festival mental que se monta hasta tratar de autoasesinarse. No puedo por menos que imaginarlo ahogándose con una mano y reteniéndola con la otra mientras tropieza con todos los muebles de la casa. Suerte.

  8. Don Juan Tenorio dice:

    Mas…¡cielos! ¡El pedestal
    no mantiene su escultura!
    ¡Vuestra hoja en blanco me pareció prometedora..!
    Los hermanos Karamazov os habrían ayudado, tal vez.
    ¡Ánimo y mucha letra!

  9. pepa dice:

    me ha parecido entretenido.

  10. Norman dice:

    La trama me pareció interesante…

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