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Raquel Lanseros nace en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1973. Pronto se traslada a vivir a León, en cuya Universidad se licencia en Filología Inglesa. Completa su formación en Irlanda, Francia, Inglaterra e Italia. Actualmente trabaja como asesora de formación de inglés en el Centro de Profesores y Recursos I de Murcia, actividad que compagina con la traducción.
Colabora habitualmente con la asociación literaria Taller de Arte Gramático, con quienes organiza diversos eventos literarios. Miembro de la redacción de la revista literaria Ágora, en la cual ha publicado poemas, así como reseñas críticas y traducciones. Ha publicado asimismo poemas en las revistas literarias Piedra del Molino, Antaria, Barcarola, La papelera y El coloquio de los perros.
Finalista del XII Premio de Poesía Encina de
Entre sus otras pasiones, los deportes al aire libre, los largos viajes y el aprendizaje y perfeccionamiento de lenguas extranjeras. Habla siete idiomas.
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Pincha en la imagen para escuchar el poema recitado por la autora. |
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UNA MUJER ENFERMA
Detrás de una canica azul como una pérdida corren las manos ávidas de un niño. Como una inacabable fortaleza descansan los fascículos ordenados por precios, por tamaños, alrededor de un quiosco. La calle entera es un revoloteo de pies apresurados, un murmullo de adioses asentándose en el eco lejano de la tarde.
Una mujer observa con dos ojos de niebla.
La tarde bulliciosa va tomando la forma de un sueño por cumplir. Ella piensa: Las sombras de los árboles se parecen a los versos de Whitman porque siguen creciendo eternamente.
Nunca ha tenido dioses, no ha sentido ese amargo deleite de la confianza ciega
ni la necesidad de una certeza a cambio de su alma.
Hasta este mismo instante había estado vacío el cajón de su miedo. Y de pronto un latido íntimamente puro le desvela una noche más escuálida en medio de una tierra más desnuda.
Ella recuerda cómo brillan los alacranes a mediodía en verano, majestuosos y erráticos como ídolos aztecas. Muchas veces las cosas no son lo que parecen.
Justo entonces comprende la razón de Walt Whitman. Y comienza a creer en ese dios magnánimo y pagano que está vivo en sus pies, en sus axilas, en la hierba mojada, en cada ocaso claro como una madre encinta,
en sus ingles de barro y en el recuerdo vivo de todo lo que ha amado.
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