El inevitable fin de las corridas de toros. Por Miguel Pérez de Lema

La sensibilidad contemporánea casa mal con el acontecimiento taurino. Es así, y así será cada vez más, con casi total seguridad.

El valor de la fiesta taurina no está en su raíz nacional, y no hay nada más despreciable que la prohibición de los toros en Cataluña por parte de los nacionalistas, que con el pretexto de la sensibilidad juegan sólo al menos España. Pervierten todo, incluso la sensibilidad real de quienes legítimamente sienten horror ante la muerte de los toros, que dicho sea de paso tampoco me parece que estén bien representados por los llamados animalistas. Se ve demasiada mala baba en todo, en todo menos en la repugnancia inmediata, real, sin segundas intenciones que siente un número creciente de personas hacia este noble acontecimiento superviviente del mundo antiguo.

No estamos ya en un mundo pagano, ni mítico, ni viril. Hemos perdido y olvidado definitivamente la “Vir” romana, ese impulso del carácter que forjaba un imperio y toleraba con naturalidad la lucha a muerte.

Estamos en un mundo post moderno, sensible, y sentimental. Al contrario que el ciudadano de Roma, cuya única simpatía era hacia el vencedor, somos compasivos y empáticos con los perdedores, al menos estéticamente. Y vamos a seguir por ese camino sin la verdad cegadora y brutal de la sangre.

Un mundo, el nuestro, de violencia abundantísima pero siempre simulada, subrepticia, mental, legal, moral, nunca lúdicamente real.

Esto no tiene marcha atrás y parece que sí existe cierta evolución humana hacia la no violencia, al menos hacia la no tolerancia por la violencia explícita. Con el paso de los siglos tendemos a desconocer el placer por la violencia, el gusto por el riesgo, y la muerte. A lo mejor eso está bien. A lo mejor es también un foco de neurosis. Pero lo seguro es que es así.

Somos una sociedad sin muerte ni agonía. Una sociedad donde la sangre es la última obscenidad, el tabú definitivo.

Carecemos de la idea romana de Vir, que estaba en el centro de su carácter, justificaba el dominio del fuerte sobre el débil, aborrecía de la compasión como un sentimiento anormal, y cargaba de razón sus espectáculos a muerte sobre la arena. El anfiteatro ha sobrevivido hasta hoy, evolucionado en el redondel del coso, como el último desafío público y ritual del hombre a la muerte. Pero le queda poco. Ya lo veréis. La inercia de las cosas, va haciendo de los toros un espectáculo extraño, ofensivo y difícilmente tolerable.

Lamentemos su pérdida inevitable, por lo que tiene de último recuerdo de un tiempo mítico, pagano y antiguo.

Quien dude de mis argumentos, puede ver el siguiente vídeo de los años 20, en el que los caballos de los picadores salían a la arena sin protección. Tan intolerables como nos resultan ahora esos destripamientos -la media de caballos muertos en cada corrida era de 10 y llegó a los 27 en una sola-, resultarán el próximo siglo las imágenes de la lidia.

Por desgracia.

Miguel Pérez de Lema
proscritosblog.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *