Caballos del Vino
Relincha la yegua pateando nubes. El mozo acaricia su cuello y le habla al oído mientras mira sus ojos rasgados, color de miel, a través del precioso brion bordado. Fuerza y temple en sus manos, el zagal. El corazón golpeando la muralla del pecho. Al fin el grito: ¡Caballo en carreraaa…! Como un fantástico centauro de cinco cabezas, mozos y animal, fundidos, ascienden al cante sobre el esqueleto transparente del viento hasta la cumbre y… la gloria. El gentío enardecido se abre como cortado a cuchillo para volver a cerrarse tras el loco paso del Caballo del Vino guiado por los cuatro caballeros. Ochenta metros; el gesto roto; los dientes enclavijaos; las aletas de la nariz abiertas aspirando aire, más aire, más; la boca, ya, se abre sin aliento. ¡Vamos, vamos, vamos! grita el zagal que lleva la rienda. Ocho segundos: la leyenda, la gloria, el vino, las flores, la bendición, el triunfo, la emoción…
«¡Yo he subido La Cuesta!», grita el mocito, y está gritando su alma: «¡Soy un hombre!». El sol se desmaya sobre su cuerpo. El dios Cronos se desploma a los pies del titán.
Catalina Ortega
Hermoso texto, fuerte y vivo.
Enhorabuena.
Muy agradecida, Elena Marqués.
Ningún mérito mío; tan sólo intento describir la emoción que siento por la histórica gesta que dio lugar a tan hermosa tradición, unida a la admiración por los «mozos»- cual rito de paso a «héroes» -que, en cada mayo, siglo tras siglo, reviven la Historia.
Gracias