Candy Crush. Por José Fernández Belmonte

Candy Crush

Me gustaría generar un gran estruendo. Algo inusual que provocara una avalancha de curiosidad. Un despertar superior al fenómeno universal del Candy Crush. Un nuevo renacimiento, genuino y útil.
Y que ese Big Bang nos afectara a todos como un huracán de renovación. Que se apoderara lentamente de nosotros como una caricia viral. Que nos motivara a producir de manera desaforada y enfermiza. Que nos llevara a buscar, de forma obsesiva, soluciones colectivas. Como un remedio infalible para salir adelante. Como un antídoto contra nuestra incompetencia y nuestra pasividad. Que nos llevara a crear sin parar, sin complejos, sin medida y sin limitaciones de ninguna índole. Que nos obligara a pensar sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser. Que reflexionáramos, en profundidad, sobre todo lo bueno y lo malo que nos rodea. Que nos abocara a cuestionarnos todo lo cuestionable. Que desenterrara todo lo que nunca debió enterrarse. Que nos tuviera ocupados en una especie de terapia preventiva. Y que, todo eso, lo viviéramos como una salvación. O como una meta. O como un camino necesario y urgente hacia la paz interior que hemos perdido.
De saber cómo, produciría un estruendo que nos condujera, alienados, a leer millones de libros. A ver a través de los ojos de los demás. A sentir su dolor y su alegría, como nuestros, en una especie de simbiosis incontrolable que nos llevara a actuar.
A luchar contra la corrosión de la soledad en plena explosión demográfica.
Un estruendo de tal magnitud que nos ayudara a recuperar la capacidad de nuestros atrofiados sentidos. A ocupar todo nuestro espacio mental. A usarlo. A exprimirlo. A amar al gris ceniza de nuestro desaprovechado cerebro para el que Candy Crush es como un valium, o como una trampa.
Y vuelvo a la utilidad como un mantra. Producir. Hacer. Crear. Producir. Hacer. Crear. Provocar un estruendo. ¡Algo inaudito! Que se propague en el espacio y en el tiempo. Que continúe vivo cuando ya no estemos, como la luz estelar que nos llega incansable desde los confines del universo y que nunca cesa.
Nos quedan aún muchas cosas por hacer. Trillones de besos que dar. Todo un mundo por reconstruir. Millones de cigarras que escuchar. Bandadas de abejarucos a las que admirar. Libros por escribir. Cuadros que pintar. Planetas por descubrir. Historias que revelar. Muros por derribar. Y muertos en vida a los que resucitar.
Mientras consigo que ese estruendo se produzca, tiraré de mi vida hacia adelante con valentía. Una vida demasiado convulsa, tal vez. Aunque, en el fondo, en contra de lo que podamos pensar, todas las vidas, incluida la mía, o la suya que parece tan idílica, son la misma repetida. Vidas llenas de dudas y dudas llenas de vida.
Por eso, cuando pienso en todas las decisiones que he tomado, y en lo mucho que me habré equivocado, me gustaría ser otro, aunque, cuando se me pasa la fiebre, sencillamente me conformaría con llevarme bien con el que vive dentro de mi camisa.
Y, aunque no se lo crean, todo esto lo llevo a la chita callando por el qué dirán, pero, no puedo evitarlo: siento unas ganas enormes de generar un estruendo. Un estruendo superior a Candy Crush, que provoque una avalancha de curiosidad. Una curiosidad que nos lleve más allá de combinar, acertadamente, gominolas de colores que no paran de salir, y nadie sabe ni de dónde, ni hasta cuándo.

José Fernández Belmonte

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