Los padres ejemplares. Por Luis Rodríguez


Entré al excusado de aquel antro y vi al tipo recostado contra los mugrientos azulejos, casi apoyaba los labios sobre el inodoro, lo que me revolvió el estómago, además del hedor que desprendían sus prendas, cuando lo ayudé a ponerse de pie. Luego de intentar despabilarlo y recomponer su aspecto, lo acompañe fuera del bar, crucé a la estación de servicio situada enfrente y compré café para ambos. Recostados en un muro, le ofrecí el vaso de cartón. Se mantuvo en silencio hasta que decidió “largar prenda”, supongo que algo del efecto de los tragos lo mantenía vulnerable para vomitar su historia.
“Hace muchos años que lo conozco, desde la secundaria y, siempre competimos. Es nuestra naturaleza, pero sale a flote solo entre nosotros, el tipo es una mierda y obvio que soy mejor que él, usted quizá no entienda”.
Fui hilando su drama con dificultad, porque el borracho arrastraba las palabras, las hacia reptar entre un poco de saliva, que no lograba contener y le adosaba, unos sonidos guturales que concluían en bufido.
Capturé lo esencial; ese odio que se profesaban se prolongó durante años; en la época de estudiante se quemaban las pestañas por las calificaciones, no les importaba la escolaridad para futuros reconocimientos, solo servían para medirse. Asimismo con las mujeres, aunque reconoció que ninguno de los dos tenían esa virtud que atraen a las mujeres más exigentes (y algunas flexibles también), es decir, atractivo.
Al pasar los años la tensión aumentaba y disminuía (una maquinaria que funcionaba por si sola, por pura inercia), pero no desaparecía. Cuando se busca brega no hacen falta excusas, aparece los momentos con una fluidez mística. El hecho, es que en la etapa universitaria, ambos pertenecían a dos sectores en oposición, en grupos estudiantiles, que pugnaban la representación del resto para el mejoramiento de la institución; escuchando los reclamos del estudiantado y poca cosa más se puede hablar de sus funciones.
Algunos de sus miembros hacen carrera de militancia, se adiestran en la oratoria, rodeados de entusiastas avocados a diversas causas y, terminan siempre arrimándose algún sector político, que le brinda la posibilidad de comenzar la escalada, al ansioso estatus de asalariado público. El dúo se lucían en los foros, siempre en los debates (en un par de ocasiones fueron expulsados por terminar alguna disquisición a los golpes).
El hombre del bar, debió abandonar su carrera al tercer año, su pareja (hacía unos meses había comenzado la relación) le comunicó el embarazo y tomó la iniciativa, cuando su tío a punto de jubilarse, pudo acomodarlo en la administración de la compañía. Era un buen sueldo, podía aplicar sus conocimientos y en pocos meses recibiría en brazos a su hijo, lo que hacía inminente aceptar la propuesta laboral. La posibilidad de ascender dentro de la empresa la tuvo, pero sin éxito, según opinión de sus superiores:”No pudo estar a la altura de las responsabilidades, aún es muy joven”. El cargo lo ocupó un recomendado (el otro, tan joven como él, poseía tan solo un año más de estudios y era su primera experiencia laboral) de uno de los jerarcas y socio de la empresa.
Cuando el nuevo encargado llegó a las oficinas, el hombre empalideció. Cómo era posible que experimentara la peor de las humillaciones, tan solo con estrechar la mano de su antiguo contrincante. Cuando fue presentado ante el resto como el superior, se sintió incapaz de dar la otra mejilla ante esta afrenta, pero se mantuvo en silencio durante las semanas que siguieron.

La rutina se hizo tolerable, pero el servilismo que estaba implícito, y que debía profesarle a su nuevo encargado, lo envenenaba. El otro estaría al corriente de todo lo pretérito y la animadversión empezó a destellar en la oficina, pero la imposibilidad de lograr acuerdos, en las formas de cómo resolver los avatares de la firma, se hizo evidente (para el resto de los empleados también), aunque la última palabra la tenía el encargado, que sin empacho se lo expresó alguna vez directamente.
A posteriori, su rival se volvió increíblemente laxo en el terreno laboral, o al menos eso percibía, pero las ofensas se movieron a otro radio de acción y, cuando se vuelve algo personal, se activa lo más bajo de cada uno para atacar, armados del cotilleo que envicia cualquier círculo.
“Se entero de cajón por el cadete; que se muestra sin prurito, es decir “trolo” por antonomasia. Semejante a una mujer que le incomodan los tacos, bamboleándose con esos brazos de niña que tienden a un aleteo delicado, ahora entiendo la analogía entre un marica y una mariposa. Este tiene la misma edad que mi hijo y ese mismo andar, eso lo percibo en el cadete pero nunca lo vi en mi hijo”.
Prosiguió con un aburrido exordio, sobre las ilusiones depositadas en aquel niño que lo llevaba a jugar pelota a la cancha del barrio, hasta que finalmente me dio a entender, que había decidido providenciar a su hijo lejos del hogar, pero sabía que se encontraba bien y que podía llevar ese estilo de vida que lo hacía feliz, pero lejos de la casa, donde todavía se gestaba (su otro hijo), un futuro hombre.
“No fuera que me lo contagiara”.
Se convenció hasta cierto punto que el ser “homo” (textualmente) era un tipo de virus, teniendo en cuenta lo que se veía por la tele y en las calles.
“Se multiplican, como que salen por debajo de las piedras.”
La indiscreción del cadete, la pagó con el hostigamiento de su eterno contrincante, en cada ocasión que se le presentaba, se le caían frases cargadas de cinismo, del orden: “Si uno de los míos me sale raro, me la corto y se la tiro a los perros”, “Todos esos terminan muriendo de sida”, “Antes que un hijo así, prefiero uno chorro o drogadicto”. Expuestas estas sentencias de esta forma parecen más impertinentes y mezquinas, pero siendo dichas en distintas circunstancias, indirectas y distantes en el tiempo, surtían un efecto a cuenta gotas, golpeaban por elevación al desamparado borracho, que ahora me miraba compungido con el alma retorcida y, entendí que cada vez que el otro le apedreaba su paciencia y frágil honor, deseaba que lo partiera un rayo.
Nunca entendí el escándalo ante semejante petición, desear la muerte al prójimo, es la honestidad en su estado más puro, es decir, demasiado humano, pero estoy influenciado quizás por las palabras del hombre; “…el tipo es una mierda y obvio que soy mejor que él, usted quizá no entienda”.

Todos estamos un poco encadenados a nuestras palabras, mas cuando son irreflexivas, terminan siendo oráculos. Lo dicho; el enemigo se vuelve taciturno, irascible. Su rendimiento laboral se ve, notoriamente reducido en las últimas semanas.
“Revisaba sus balances y están plagados de errores, que ni un recién llegado a la oficina, podía cometer”.
Inverosímil en su comportamiento; era errática la conducta de su colega por esos días, salía presto a la calle cada vez que recibía el llamado de su mujer. Lógicamente, en su hogar algo no estaba bien.
“Me lo encontré ayer en el área de descanso, apoyado contra la pared, destrozado. Confesó todo, necesitaba hablar de su hijo con alguien, justo conmigo. Se había hecho adicto a la pasta*, que es barata pero te roba el cuerpo, porque siempre te está reclamando”.
Su estado de violencia era irreconocible e ilimitado, llegó a propinar un estruendoso golpe a su madre, ya completamente enajenado, comenzó con amenazas más drásticas. Ella, que le cubría los robos abiertamente, dinero o todo lo que pudieran aceptarle para empeñar y consumir. Vivía irascible sin motivo y cada vez pasaba más en la calle, un detalle le llamó la atención que en tres ocasiones, había perdido su DNI; con el tiempo se interiorizó de ciertos mecanismos con la que operan las bocas de venta, como tomar el documento por dosis y, luego cuando se paga, es devuelto.
Lo echó de la casa; empezó el llanto y la insoportable resistencia contra la puerta cerrada, para terminar retorciéndose en un ruego desesperado, ahora duerme en la calle.
“Es insufrible, me dijo: nos está consumiendo el sueño, el miedo, el asco (y el amor), de ver a un hijo así, mierda”.
Mientras escuchaba, todas aquellas provocaciones volvían como ecos lejanos, cabalgaba el rencor, para atropellarlo. Sintió encenderse un ardor tan intenso por dentro; que comenzó a sudar, la sangre le hervía. Estalló en sus oídos un zumbido, como una interferencia que lo alejó del trance. Con calmada apariencia habló, se sorprendió con la claridad en su voz para espetarle; “Al menos tu hijo no te salió puto”.
Le palmeó la espalda una vez y se retiró. Alejándose de toda compasión, se había perdido la oportunidad de ser mejor que el otro.

* Pasta básica de cocaína: droga callejera de bajo costo elaborada a partir de bicarbonato de sodio, cafeína, alcaloide de cocaína y anfetaminas. Se suele consumir por vía respiratoria en pipas (generalmente caseras) o sobre la marihuana en forma de cigarrillo (marciano, bazuco, nevado) y, debido a su composición química, es altamente tóxica y adictiva.

Luis Rodríguez
Uruguay
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