Deadwood. Por Francisco Giménez Gracia

 

Deadwood

 

         Deadwood es un western producido por la HBO, en formato de serie, con tres temporadas de a doce episodios cada una. Hay western para rato, pues. La idea general, la redacción de los guiones y el diseño de la producción brotaron del talento creativo de David Milch, uno de esos judíos de mente laberíntica, ácida y bien amueblada que son el alma y el motor de la industria audiovisual americana, ese gran arte hecho negocio que genera ideas, pone a prueba nuestra arquitectura emocional, traspasa fronteras y desarrolla una musculatura moral que dejará huella en el futuro. Milch se estrenó como guionista al lado de su maestro Steven Bochco en varios episodios de Hill Street Blues (Canción Triste de Hill Street), una serie policiaca que nos regaló algunas de las mejores horas que pudimos pasar delante de los televisores catódicos de los ochenta. Tras Hill Street, Milch ha participado en numerosos proyectos interesantes: NYPD Blues, también con Bochco; o True Detective, con Nic Pizzolatto serían los más rutilantes. Pero su primer proyecto enteramente propio es esta Deadwood que ahora les comento. La serie se centra en la historia de un campamento minero (Deadwood) situado en el territorio de Dakota del Norte, en la década de 1870, cuando este asentamiento pasó de ser territorio salvaje y nación india, a integrarse en el Estado de Dakota del Norte y, por ende, en los Estados Unidos de América. Así las cosas, el tema de fondo, puesto en limpio, sería el paso del estado de naturaleza al estado dizque societario, y la cocina previa al paso por el contrato social, y ya sólo por eso esta serie debería ser de obligado cumplimiento para todo el que se interese por las ilustres incertidumbres de la Filosofía. Milch tiene alma de cabalista y gusta de dar cuenta de sus pensamientos en un ir y venir de expresión traslúcida, que muestra algo más de lo que dice y oculta bastante más de lo que muestra: “El tema de mi serie es cómo la sociedad se organiza a partir del caos, tomando como base un elemento simbólico cual es el oro”; hasta aquí sus explicaciones, que le sirven de proemio para apuntar una idea: rodar una serie en la que el elemento simbólico fuera la cruz de los cristianos, y el escenario, el caos desatado por la decadencia del Imperio Romano en el siglo IV de nuestra era. ¿Que les parece? Y remata sus declaraciones señalando que el proyecto que actualmente tiene entre manos es llevar a la pantalla la narrativa de Faulkner, ahí es nada. Si les cuento todo esto es para ponerles en razón de que nos encontramos ante uno de los creadores más singulares de nuestro tiempo, a la altura de los Cohen, o de David Simon (el creador de The WireTreme y The Deuce). Un tipo al que hay que seguir la pista, un guionista que le escribe los diálogos a la Civilización.

 

DEADWOOD

            Pero sigamos en Deadwood. El escenario central de la serie es el prostíbulo del pueblo, porque es allí donde se apalabra, se contrata y se registra la propiedad; donde se decide lo común y lo privado; donde nada se oculta y todo se urde en torno a unas putas que se rascan lo del día de la boda delante de la cámara, con una facecia y donaire que no desmerece de la higiene de su clientela, cuyas virtudes apenas se distinguen de las de los cerdos que rebañan los huesos de los asesinados, merced al muy sostenible servicio de pompas fúnebres que regenta el chino Wu, el personaje más circunspecto de todo el asentamiento minero, por cierto. A mí lo de que los cerdos se coman a los muertos y resulten mejores personas que los mineros; o que las coristas se rasquen sus bienes patrimoniales a la vista del respetable; o que las fuerzas vivas se orinen contra la jaula donde encierran a las esclavas recién llegadas de China…; esos detalles de moralidad tenebrosa y churretosa certifican la voluntad de verdad del relato y me creo a pies juntillas que tales jaulas existieron y que en ellas se pudrieron muchachas aterradas, sucias, hambrientas y escocidas. Ítem más, Milch ha construido muchos de sus caracteres basándose en personajes históricos (Calamity Jane, Buffalo Bill, Wyatt Earp,…) que sirven para conectar la serie con los clásicos del género; pero ha conseguido ir más allá al remover el polvo de los archivos y familiarizarse con los diarios que escribían las damas de aquel tiempo, con la correspondencia de los buscavidas, los periódicos, los daguerrotipos…, de todo lo cual ha extraído ideas, detalles, episodios y expresiones que ha trasladado a sus guiones con mimo y gracia, lo que se traduce en un uso del lenguaje que sorprenderá a quienes puedan disfrutarlo en su versión original, lleno de formulismos, crudezas y acentos extraños, tantos cuantos son los orígenes de los inmigrantes recién llegados a los territorios salvajes de una joven e inmensa  nación en construcción.

     Deadwood, en suma, recrea el proceso por el que un grupo de hombres fieros y mujeres bravas vertebran una sociedad a golpe de asesinatos sin porqué, negocios sin notarios, oro sin orfebre y sexo sin miramientos, que se regulan sin plan, sin freno, sin temor de Dios y sin remedio alguno, hasta dar lugar al mundo que todos conocemos. Una serie inteligente y con fibra moral, como todos los clásicos. No se la pierdan.

Francisco Giménez Gracia

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Este artículo fue  publicado en el diario «La Opinión» de Murcia, el día 17 de marzo de 2017

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