Diario de una mujer despeinada (IV). Por Anita Noire

Danza

«Odioso para mí, como las puertas del Hades,
es el hombre que oculta una cosa en su seno y dice otra».

 

Cuando los discos eran de vinilo cabía la posibilidad de lanzarlos contra el suelo, romperlos con furia, llorar hasta inundar los surcos y dejarlos muertos. Ahora solo queda el lamento digital. Tengo que ir a trabajar. Dos días, cuarenta y ocho horas después, sobre la cómoda sus llaves, la nada y el resguardo de la tintorería. Dos chaquetas, un pantalón, una blusa y una gabardina. A la vuelta lo recogeré todo. Lo suyo lo dejaré sobre la silla, esperaré a que por arte de magia desaparezca, aunque sé que antes de que eso ocurra se derretirán los casquetes polares. Del gris marengo al azul marino y vuelta a empezar.
Buscar un poco de felicidad para ahogar cualquiera amago de desánimo. Pero la tristeza es tenaz y maneja la rutina con la habilidad de un prestidigitador de tercera, intenta esconderse sin demasiado éxito y acaba mostrando el hocico. La tristeza es como el agua, fluye y empapa, te convierte en algo resbaladizo, inaccesible. Ahora falta aire y sobra agua.

Tengo que cambiar la placa del buzón. Mañana la encargaré, compraré un emparedado de atún con mayonesa, una botella de vino; y un cepillo para el cabello que, en silencio, ofreceré como sacrificio a los dioses para que me concedan el sueño tranquilo.

 

Anita Noire
Blog de la autora

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