El Bosco, la exposición del V Centenario en el MUSEO DEL PRADO: La brillantez de la fantasía en el mundo del arte. Por Ángel Silvelo

 

El Bosco, la exposición del V Centenario en el MUSEO DEL PRADO

 

Todo es pequeño en el Bosco y su obra (su producción, las tablas de sus cuadros, sus personajes reales y sus figuras inventadas…), si exceptuamos la brillantez de su fantasía, pues ésta no conocía límites. Lo real y lo imaginario, lo posible y lo inaccesible se yuxtaponen en sus representaciones pictóricas de una forma nada casual, pues sus composiciones, al igual que una obra teatral, requieren de una estudiada puesta en escena que nos lleva en cada una de sus pinturas a visualizarlas como cuadros narrativos que nos van contando una historia: la del mundo y sus gentes; la de sus gentes y sus vicios y perversiones; la de la vida real y la de los sueños que se contraponen a ésta, como lo hacen a cada paso la virtud y el pecado, la dicha y la desgracia…, en una concatenación de simbolismos y pinceladas que nos advierten de que no hay posibilidad de encontrar un equilibrio en su punto de encuentro. En este sentido, el mensaje con el que el Bosco dota a sus cuadros nos es transmitido de una forma inteligente: a través de la luz y el color de sus creaciones. La luminosidad que proporciona a sus cuadros, en los que elige el pan de oro o los rojos fuertes sin descuidar su gama de azules (sólo por poner un ejemplo), son como destellos que nos advierten del peligro, pero también de la pasión y la pretenciosidad existente en el ser humano. Muchas son las interpretaciones y reinterpretaciones de sus pinturas, pues en ellas subyace la inteligencia de la mentira que nos proporciona su inagotable fantasía y su exuberante imaginación. Con ellas, nos proporciona un magnífico retrato de la época en la que vivió y de las costumbres religiosas y paganas de sus gentes, pues ésa es otra de las características de su pintura: la observación y la plasmación de lo tangible a través de lo onírico, acentuándolo con sus grandes dotes como dibujante y el simbolismo presente en todas sus obras, lo que nos hace pensar en esa duda existencial por el más allá que subyace en su pintura. Una duda que tiene a la muerte como gran protagonista; un miedo, el de la muerte, que retrata y persigue la vida de las personas.

El Bosco tampoco es ajeno a él, pues tras ese bello lazo de luz y color de muchos de sus cuadros se esconde ese otro mensaje desalentador de lo efímero de la vida y lo inútil que resulta caer en el pozo de los pecados, advirtiéndonos de que el verdadero camino es el de la virtud. Aunque, más allá del mensaje religioso que protagoniza una buena parte de sus pinturas, hay que destacar en Jheronimus van Aken, más conocido en España por el Bosco, su perfil de hombre culto y amante de la literatura, pues ésta se muestra siempre presente en los temas, tanto religiosos como alegóricos, que imaginó y pintó.

Dada la escasez de composiciones del protagonista de esta magna exposición, y con gran acierto por parte del personal del Museo del Prado, en la muestra podemos contemplar también obras de pintores contemporáneos suyos o procedentes de su taller, lo que nos proporciona una visión más completa de la época en la que vivió y de la gran influencia que tuvo en muchos de ellos. Es verdad que ahí radica otra de las controversias de su obra, la de poderle adjudicar la autoría de alguna de sus pinturas, pero ése es sólo otro de los debes a una vida (en apariencia) tranquila en su Hertogenbosch natal. Dudas que han sido disipadas de una forma brillante por la comisaria de la exposición, Pilar Silva Maroto, que, entre otros muchos aciertos, ha dispuesto las tablas más conocidas y prestigiosas del artista en pedestales que se asemejan a divanes en forma de ese tumbada que, aparte de permitir a un mayor número de visitantes contemplar los cuadros a la vez sin interrumpirse el campo de visión los unos a los otros, nos deja al descubierto otra de las características de los trípticos, las parte exterior de las puertas de cada una de ellos que, al ser expuestos para su contemplación, nos proporcionan no sólo el contraste entre el interior y el exterior de las tablas, sino también la posibilidad de disfrutarlas al completo, igual que si se nos estuviese revelando un secreto. Un enigma (en esta ocasión desvelado) que, sin duda, acrecienta el carácter enigmático de este misterioso artista que, a buen seguro, nunca fue consciente de su relevancia en la Historia de la pintura más universal, pues ese es uno de los mensajes que subyace en sus pinturas: el de la universalidad. El Bosco, de algún modo, traspasó la barrera del tiempo (como los personajes de sus pinturas), pues fue un pintor que se adelantó a su tiempo, y que posteriormente fue reivindicado por otros artistas o movimientos artísticos, como por ejemplo el surrealismo, logrando de este modo desdoblar su genialidad a través de la brillantez de la fantasía presente en su obra.

 
Ángel Silvelo Gabriel

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