«El instante de peligro», de Miguel Ángel Hernández. Por Rubén Castillo

La literatura tiene, en ocasiones, curiosas carambolas que suceden sin planificación pero que iluminan espacios impensados. Hace bien pocos meses que Antonio Muñoz Molina publicó su novela Como la sombra que se va, y he aquí que Miguel Ángel Hernández nos habla, en su última producción (El instante de peligro), flamante finalista del premio Herralde, de una sombra que permanece, de una sombra indeleble, de una sombra enigmática que se observa en unas grabaciones antiguas y a la que el protagonista, Martín Torres, deberá encontrarle un sentido psicológico o estético, tras la petición que en ese sentido le formula Anna Morelli. Martín, que trabaja como profesor de Historia del Arte en una universidad española, aceptará el reto y se desplazará hasta el Clark Art Institute (Williamstown), donde doce años atrás estuvo como becario. Allí se verá inmerso en una historia llena de tentáculos, recodos de niebla, silencios que aúllan y pliegues inesperados, que salpicarán su vida y la conducirán por unos vericuetos sorprendentes.

Resumir la historia podría resultar fácil, pero se me antoja absurdo y empobrecedor acometer siquiera el intento, porque la gran maravilla de Miguel Ángel Hernández consiste en que multiplica en cada página los matices de la misma y, actuando con una prosa que se mueve en espiral, va trazando circuitos cada vez más amplios, más airosos, más sugerentes, hasta que olvidamos el remoto punto originario de la trama. Así, las monótonas y casi estáticas imágenes que alguien grabó sobre un paisaje remoto, salpicadas de silencio y huérfanas de todo vigor narrativo, se volverán sugerente excusa para que Martín Torres nos hable del arte, de sus conceptos sobre el amor y las relaciones humanas, de las torpes burocracias del actual mundo universitario, de los miedos ocultos que todos transportamos en el corazón o el alma, de los misterios que cruzan o encharcan nuestras vidas, del olvido que todo lo acabará engullendo, de las dificultades que ciertos seres encuentran para relacionarse consigo mismos y con los demás.El instante de peligro

Poco importa, pues, que se acabe descubriendo quién y por qué grabó aquellas cintas. Poco importa que seamos capaces de imaginar las conexiones (que bien poco se preocupa de camuflar Miguel Ángel Hernández) entre Anna Morelli y Martín Torres con dos personas de la Murcia actual. Lo que de verdad adquiere sentido profundo en esta novela es que sus páginas nos presentan unos modos de ver la pintura, el cine y el paso del tiempo tan sorprendentes, tan impactantes, tan subyugadores, que terminan influyendo en la persona que recorre el libro, siempre que éste lo lea con la debida lentitud reflexiva.

El instante de peligro es sin duda un libro inteligente y sensible, que lleva al lector a convertirse en un ser más inteligente y sensible. Un volumen que abre ventanas, franquea puertas, propone pasillos, prende luces, sugiere tinieblas, rasga velos y, sobre todo, te obliga a considerar un modo distinto de la mirada, una sensibilidad especial, diáfana y turbia a la vez. Una de las grandes revelaciones de la temporada.

Rubén Castillo

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