En el parque. Por Antonio Garrido Hernández

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En el parque.

 

Pasó la página del New York Time que acompañaba al diario El País. Leyó con atención el artículo de Paul Krugman en el especial Negocios y se quedó un rato pensando en qué razón tenía respecto a la salida de la crisis. Se levantó y tomó un trago de café mientras apartaba las flores que perfumaban el ambiente. Dobló el periódico y miró el cielo. Hacía un día espléndido de otoño. El azul era de una intensidad tal que obligaba a que el observador apartara la mirada hacia vistas menos exigentes. Dobló con cuidado el periódico y cruzó las piernas para esperar a la persona con la que estaba citado. Se mesó sus elegantes cabellos blancos y se echó en el respaldo de su asiento a esperar relajado. Desde su sitio veía a niños que jugaban a unos metros. Sus abuelos vigilaban cuidando que las palomas no los golpearan con sus alas. Se frotó las manos con delicadeza y recordó el viaje a París del último otoño. Cómo lo disfrutó con Carmen. A pesar de los años transcurridos todavía se querían. Feliz coincidencia, pues le llegaban amortiguado por los gritos de los niños fragmentos de una canción de Edith Piaf. Con qué alegría le compró aquella sortija en la plaza La Vandome y con qué alegría la recibió ella. El brillante era de una pureza tal que refulgía en su dedo mientras recorríamos las salas del Louvre y ella señalaba alguna obra que le llamaba la atención como la delicada obra de Canova en la que Amor sostiene con delicadez a Psiqué. Los recuerdos le impidieron darse cuenta de que José había llegado ya. Le tocó el brazo y se volvió. Sintió una enorme lástima por él. Su rostro se había degradado tanto. El clásico Brick de vino en el bolsillo y la barba de tantos días como hacía que no pasaba por Jesús Abandonado. Se había dejado arrastrar por el desánimo y ya era un ruina. A él no le pasaría eso. Mantenía la dignidad. Ayudó a José a ponerse la mochila y él cogió su carro de supermercado con lo último que le quedaba desde aquel día en el todo cayó sobre él en forma de desahucio y muerte de Carmen, que no pudo soportar la situación. Se atusó su cabello blanco lleno de grasa (qué daría por un champú) y trató de recordar las poesías de Horacio con las que se ganaba la vida recitándola en la misma plaza donde había vivido. Al principio algunos amigos lo miraban con conmiseración, pero eso cambió cuando los vio en la cola de Cáritas esperando un plato de comida con toda su familia. Cerró el termo de café (lo había comprado en Zurich seis años atrás). Al alejarse empujó sin querer y pisó el periódico que había había estado leyendo. Era de tres meses antes y lo había encontrado buscando en el contenedor hacía un par de noches. Al tiempo Edith Piaf seguía empeñada en ver la vida en rosa. En una pantalla en la calle un locutor comentaba la última caída en picado de la Bolsa.

 

Antonio Garrido Hernández

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