¿Evolucionamos o sobrevivimos? Por Luis Javier Fernández

¿Evolucionamos o sobrevivimos?

En referencia a unos dos siglos los hombres conspicuos, los ilustrados, los enciclopedistas, pensadores, literatos –y también, desde una parcela aparte, políticos y ministros razonablemente cultos– abogaban por el mundo de las letras, en tanto en cuanto el interés de una minoría acentuaba la necesidad de que el pueblo accediera a la alfabetización, y así mismo también a unas condiciones de vida más favorables. Eso ha marcado la diferencia entre llevar una vida de despojos ideológicos, frente a la más desaventajada servidumbre de incultura, sumisión al púlpito, analfabetismo y miseria, como la mayoría de Europa estaba acostumbrada a vivir hasta el siglo XIX. Así que no sería nada nuevo afirmar que la Europa conservadora ha fenecido, sobre todo la Europa que tanto culto rendía a los dogmas del catolicismo. Y, ahora, las formas de vida que rigen el marco europeo –lo que tampoco es nada nuevo afirmar– son las élites políticas y económicas: esa plutocracia (gobierno de los ricos) establece un nuevo sistema social, una nueva manera de afrontar desafíos. ¿Y en ese sentido tienen significado palabras como «progreso», «prosperidad», «desarrollo» y «futuro»? Hoy me apetece hablar de ello, sin ser oportunista ni manido.

Si nos preguntáramos deliberadamente ¿evolucionamos a escala cultural, social, antropológica y políticamente?, no habría que tener una luminaria para saber que, en cierta medida, no. La cuestión no sería ya existencialista, sino en todo caso introspectiva: hemos dejado de evolucionar, de apostar por el futuro y por el mañana, porque lo que nos atañe es sobrevivir. ¿Cómo repercute esto a nuestro modo de vida? No es fácil de responder a dicha cuestión, pero sí, en términos generales, al empobrecimiento de valores, a la involución social y a la pérdida de compromiso. Nos hemos endosado a nosotros mismos un lastre del que tanta culpa tiene el ciudadano de calle, al ostentar derechos y obligaciones democráticas, con tal efecto de elegir en una urna a los representantes de la ciudadanía, como la calaña política y financiera. La consecuencia de ello ha sido un claro envilecimiento de la democracia, de los derechos constitucionales, de los estragos a los que nos vemos obligados a lidiar las nuevas generaciones. Sociólogos como Habermas, Bourdieu, Bauman, han destacado que el cambio del milenio sería un perfecto ejercicio de desafíos y retos continuos; la forma que depararía ello sería, pues, afrontar la vida de forma cortoplacista, el aquí y ahora, pero hacer lo posible por sobrevivir al día a día. No es un pensamiento condicionante el de tales sociólogos, en todo caso, paradójico. Ya mencioné en un artículo mío, ¿El capitalismo nos ha condenado a la extinción?, que términos como progreso, prosperidad y futuro serían reemplazados por las doctrinas imperantes de la macroeconomía. Tras lo cual, así mismo, las democracias se verían condenadas al extermino, a las profundas decadencias, donde cada vez las sociedades industrializadas serían más amorales; consecuencias que han derivado, sin demora, en el aumento de la pobreza, la marginación social, el empobrecimiento de las clases medias y la sumisión hacia el dinero. Planteada esta perspectiva, surge bajo el paradigma de la psicología de masas un comportamiento cortoplacista, limitando visiones de cara a un futuro, al progreso y al desarrollo. Por lo tanto, los vericuetos de la prosperidad han caducado en relación a unos treinta años, cuando las generaciones de la década de los setenta y ochenta tenían gran preocupación por desarrollar su medio ¿Evolucionamos o sobrevivimos? Por Luis Javier Fernándezde vida o, a lo sumo, por el futuro. La brecha intergeneracional ha transmutado de manera asombrosa y cualitativa entre las generaciones de hace treinta años, respecto a las de ahora, no sólo porque las generaciones actuales gocen de diversos privilegios y recursos, sino por la manera de administrar y de valorar éstos. Lo cual vendría a suponer que, a día de hoy, las nuevas generaciones tendrán que soportar más retos y escollos que las de sus precesores. Pero el sucedáneo que conformará el modus vivendi de aquéllas serán, y creo no equivocarme, la industria del entretenimiento y la industria de los videojuegos. Tal vez por esta razón términos ya mencionados como progreso, futuro, prosperidad, que tan relevantes han sido a lo largo de los últimos lustros, dejen de tener valor. Si acaso no han dejado de tenerlo ya.
Esto me recuerda en parte a los personajes de Ensayo sobre la ceguera, donde Saramago nos plantea la obsolescencia de los tiempos venideros. En palabras de uno de esos personajes ciegos, ávidos y no exentos de raciocinio, el Premio Nobel portugués sostiene: «No sé si habrá futuro, de lo que ahora se trata es de cómo vamos a vivir este presente. Sin futuro, el presente no sirve para nada, es como si no existiese». ¿Evolucionamos o sobrevivimos? Por Luis Javier FernándezAsí pues, parece que nos hemos acomodado por las apabullantes vanguardias tecnológicas, materiales, sociales o por el compulsivo egocentrismo, donde nuestra escala de valores se ha limitado de tal manera que ya hemos perdido esperanzas en el progreso, en el afianzamiento por el desarrollo del planeta y de la especie. El ejemplo más evidente se aprecia en las potencias mundiales o en los organismo internacionales, ante el cuantioso dinero que invierten en armamento, en los rescates a la banca, grandes inversiones vinculadas al mercantilismo y a la tecnocracia, en vez de invertir en energías renovables para ser autosuficientes de forma ecológica, en vez de apostar por el cambio climático asegurando un óptimo desarrollo planetario, en vez de asegurar la igualdad de clases, en vez de redistribuir la riqueza internacional con el fin de erradicar la pobreza entre naciones, en vez de invertir en educación y en cultura y otros muchos más ejemplos que podría señalar. Ahora bien, ¿quién puede asumir responsabilidades de la decadencia que vive actualmente Europa, de la crisis de valores que afronta Occidente, de la hecatombe que tiene de porvenir la democracia estadounidense teniendo a Donald Trump como presidente, o del cada vez mayor auge ideológico-político que tantos jóvenes afanan? El principal responsable de toda esa degeneración moral es el propio ser humano. Y lo peor que le puede atañer a una sociedad y a la condición humana es cuando se ha perdido el rumbo hacia el futuro, cuando las esperanzas quedan pendientes de la supervivencia más que de plantearse la vida a largo plazo. No me cansaré de decir, y también de defender, cuán importante es la transcendencia de la cultura y de la educación, como motor de cambio, como herramientas de supervivencia frente a la infamia social y económica que tanto nos han ido empobreciendo. Sólo así es posible seguir creyendo en el futuro, reinventar al ser humano garantizando su pervivencia, como la del planeta. O lo que es lo mismo, seguir evolucionando en todos los sentidos.

Luis Javier Fernández

Luis Javier Fernández Jiménez

Es graduado en Pedagogía y máster en Investigación, Evaluación y Calidad en Educación por la Universidad de Murcia. En 2019, finaliza sus estudios de Doctorado en la misma institución. Autor de la novela 'El camino hacia nada'. Articulista, colaborador en medios de comunicación, supervisor de proyectos educativos y culturales. Compagina su vida entre la música y la literatura.

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