¿Existo?
No distingo pesadillas de vivencias entre el turbión de imágenes que agitan mi mente. Me atormenta el recuerdo de la mirada esquiva de una madre de dos gemelas imposibles de distinguir de no ser por las chapitas con los nombres grabados que colgaban de sus cuellos. Ocurrió un día de fiesta. Las hermanas alborozadas corrían, tomadas de la mano, a darse su primer baño de mar. Una ola las envolvió y ambas desaparecieron.
Inenarrable la angustia de aquella madre. Otra ola arrastró, hasta la orilla, a una de ellas inconsciente y con la piel erosionada. Sacudidas, golpes, gritos, y la pequeña abrió los ojos en estado de shock. El cuerpecito de la otra gemela lo devolvió el océano… días después. Las chapas con los nombres habían desaparecido entre manotazos desesperados de ambas niñas, en la lucha por salir a flote.
Aquella madre nunca supo cuál de las pequeñas había sobrevivido. Hubiese deseado que ambas hubiesen tenido el mismo destino: vivir o morir. La incertidumbre la atormentó hasta el final de sus días. Loca de dolor alejó a la superviviente de su mirada llena de dudas y reproches por existir sin saber cuál era ni por qué dormía, la otra, en una cajita blanca y no mecida sobre su falda; nanita nana, duérmete golondrina de nuevo al alba; ea la ea, eaaaaa…
Desterrada del seno familiar, la superviviente creció desafiante frente al Atlántico sin dejar de sumergirse un solo día para rastrear el fondo marino en busca de su nombre. Finalmente, la Luna en perigeo obligó a la bajamar de Julio a dejar al descubierto una inmensa orilla de arena plateada bordada de espuma y caracolas. La niña sin identidad halló, por fin, las chapas entrelazadas con dos nombres grabados: Rosa y María.
Ambas cuelgan de mi cuello sin llegar a saber quién soy. He decidido ser las dos: María-Rosa o Rosa-María: un Ente pululante entre el Mundo y el Tras Mundo.
Catalina Ortega Díaz
