Flores de rotonda. Por Ana Mª Tomás

Flores de rotonda

flores de rotonda

 

  Conduzco por una carretera sembrada de rotondas. Es una hora intempestiva: casi mediodía de una de estas jornadas de agosto en nuestra bendita y abrasadora tierra levantina. Y ahí está. Me viene a la mente la canción de “La  Puerta de Alcalá”. Como la emblemática y antigua puerta de Madrid: “ahí está viendo pasar el tiempo…” y los coches, y el calor, y la vida. Ahí está una preciosa y rubia flor de rotonda, sin sombrilla que la proteja de ese sol de justicia que se desparrama por el asfalto. Sin valla o protección alguna a las salvajadas de algún animal, sin discos de circulación que avisen que está penado dañarlas, como esos cartelitos que avisan de que está prohibido pisar el césped so pena de multa. Ahí está. Solitaria. Extrapolada de no se sabe qué lugar o qué tierra. Y a pocos kilómetros en otra rotonda vuelvo a encontrarme con otra, y otra flor más en la siguiente, esta vez morena, de pelo negro como ala de cuervo, quizá como su propio destino.

  Paso despacio por su lado manteniendo la velocidad que el disco de circulación que la precede me obliga a llevar. No evito mirarla, al contrario, intento regalarle una sonrisa cordial, pero ellas, esas flores de rotonda, ya saben diferenciar el tipo de sonrisa y no es precisamente la cordialidad lo que esperan o lo que las obligan a recibir en esos momento.

  Hay flores bellísimas, como la del loto, que solo florece en el fango. Se alzan sobre la superficie apestada para florecer fragantes e impecables sin haber sido tocadas por la contaminación. Pero necesitan de ese fango para florecer. Igual que estas otras flores de rotonda. Sabe Dios de qué fango de degradación moral y humana, aunque debería decir inhumana, vienen. Un fango que todos alimentamos con las larvas de la explotación de seres humanos, con la búsqueda de un placer sexual al precio que sea -y no hablo de dinero-, con nuestra crítica sobre ellas sin conocer o saber qué peregrinas circunstancias las han llevado allí, o nuestra profunda indiferencia mirando hacia otro lado. Fango, mucho fango. Demasiado.

  Hace unos días la policía Nacional detuvo en Zarandona (Murcia) a cinco personas por explotación sexual, aunque más que explotación yo lo llamaría esclavitud en sumo grado. Un abuso tan bestial e irracional que solo puede entenderse desde un abandono absoluto de la condición humana. Este gentuzo, al que le deseo que tengan la oportunidad de probar de su propia medicina, anunciaban de la siguiente forma a las mujeres que retenían y obligaban a prostituirse: “Siempre de lunes a domingo. 24 horas, 12 meses al año. Si decimos siempre, es siempre. Estamos disponibles para cumplir tus deseos”. Estos truhanes no solo obligaban a las mujeres a estar disponibles de día y de noche, sino que las sancionaban a pagar la misma cantidad que abonaría el cliente si este no quedaba todo lo satisfecho que debería quedar. Pero lo más incomprensible de esto, lo que les aseguro que como mujer no soy capaz de entender, de digerir… es que, de esos cinco sujetos, cuatro fueran mujeres.

  Basura, fango, lodo, mierda… que como arenas movedizas atrapan a mujeres de territorios impensables prometiéndoles el “oro y el moro” para terminar arrojándolas a situaciones peores que la propia muerte.

  Las imagino esperando que un coche se detenga justo a su altura, intentando domeñar los miedos terribles que les asaltarán ante la duda de que ese conductor que les sonríe, probablemente con lascivia, pueda ser un psicópata, un asesino, un depravado que les exija lo que esté por encima del umbral de la tolerancia, de la salud o de la aprensión más extrema. O quizá pidiendo al cielo que sea ese tipo precisamente el que venga y libere su alma de la cárcel de un cuerpo que hace mucho que dejó de ser suyo para pertenecer al mejor postor.

  Cuando pensamos en una prostituta, es probable que no pensemos en una mujer a la que obligan, en muchas ocasiones, a prostituirse, que parece igual pero no es lo mismo (nada que decir de quieres libre y voluntariamente utilizan su cuerpo como herramienta de trabajo). Pero quizá, aun sin querer, unamos prostitución con fango. No obstante, igual que la flor de loto emerge desde la suciedad para lucir hermosa y pura por encima de ella, estoy segura de que muchas de las flores de rotonda están muy por arriba de toda la basura que las rodea.

 

Ana Mª Tomás

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