Jordi Doce, «No estábamos allí». Por Arturo Tendero

Jordi Doce

JORDI DOCE

No estábamos allí
Pre-Textos, Valencia, 2016

El mundo es imperfecto y la literatura y el arte han intentado durante demasiado tiempo transmitirnos la sensación de que tiene sentido. Pero la vida no solo no acaba bien nunca, sino que muchas veces tampoco empieza bien. Y el entenderla, aunque sea a ratos, es solo un espejismo.

Jordi Doce (Gijón, 1967), que ha leído en su idioma y en su verdad a los más recientes poetas estadounidenses, y ha traducido a algunos, nos ofrece en su último y heterogéneo poemario algunas muestras de la deconstrucción, tan influyente en la poesía de aquel país, sobre todo en torno a la figura de Ashbery. Así explica cómo elaboró el poema «Suceso»: «escribí los seis primeros versos (…) sugestionado quizá por la lectura de Mark Strand: esos poemas suyos en los que, influido por cierto Ashbery, todo pasa y nada queda, las causas se desatan de los efectos y la ligereza es otro modo de discreción». El texto no puede aprehenderse en su totalidad porque, sin referencias, admite infinidad de interpretaciones. El mejor ejemplo son un par de poemas, compuestos por pies de página numerados, que remiten a un texto que no conocemos y que probablemente no exista. O los «monósticos» (estrofas de un verso) que el autor agrupa y yuxtapone. Muchas veces las imágenes abundan en ese magma sin forma: «Nada ocurrió que pueda recordarse, / ninguno de nosotros se dio cuenta / cuando el mundo se convirtió en el mundo». Liberadas de una anécdota que nos acoja, las imágenes se suceden y nos conducen directamente a la extrañeza. Abundan los momentos cotidianos en los que estamos ausentes, aunque parezca que estamos. El título incide en esa línea, y también versos como «parpadeas igual que una pantalla en un salón vacío» o como «el niño juega donde las acequias. Bajo el sol de septiembre. / El agua suena en sus oídos pero no hay agua». No obstante, el libro, ya lo he dicho, es heterogéneo, se compone de varias partes, algunas de las cuales han tenido vuelo propio. Hay también, y no pocos, poemas menos experimentales, como «Plegaria», «En el parque», «Contrapunto», «El visitante» o el citado «Suceso», que están entre lo mejor que ha escrito Doce en ese registro.

Arturo Tendero

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