La arquitectura del Diablo. Por Francisco Giménez Gracia

Los alemanes han recurrido al Diablo para explicar el prodigio que erigió ciertas construcciones que, desde luego, no parecen humanas, de sólidas y etéreas a un tiempo. Los planos de la catedral de Colonia, por ejemplo, son de autoría satánica. En la iglesia de Santa María, en Lübeck, el Demonio fue responsable del proyecto y de la ejecución. Los campos de Sajonia están llenos de complejos e inmemoriales molinos hidráulicos cuya autoría se atribuye, también, al Demonio. En Francia, sin embargo, Satanás construye puentes, el de Aviñón, por ejemplo, y le disputa al Papa de Roma el título de Sumo Pontífice (Pontifex: constructor de puentes).

Ilustración de Lev Kaplan para una edición de los cuentos de Grimm de la editorial Esslinger

Ilustración de Lev Kaplan para una edición de los cuentos de Grimm de la editorial Esslinger

En España el Diablo es más guarrindongo y lo encontramos casi siempre asomándose por un escote o enredando por debajo de unas calzas, aunque también ha acometido algún que otro proyecto arquitectónico, como los acueductos de Segovia y Tarragona, que los levantó Satanás para acercar el agua hasta la casa de unas mozas de buen ver. Todo esto, naturalmente, al decir del Folclore, que es ese autor que lo mismo se viene arriba y te organiza los Misterios de Eleusis que se pone chocarrero y te canta una jota sobre los pelos del coño de cualquier vecina del Alto Aragón, con lo que conviene mantenerlo alejado de los niños y de las autoridades educativas, hasta ver por dónde sale.
El folclore alemán, el Volkgeist, es un autor elevado en todos los sentidos. Se le nota en que no se pronuncia sobre la entrepierna de las campesinas y en que compone unas historias preciosas donde el Diablo es un arquitecto muy bien dispuesto con el que pueden negociar hasta los niños. A los críos se les puede hablar del Demonio en cualquier circunstancia, y no así del hirsutismo de las vecinas del Alto Aragón, y por eso el folclore ibérico no levanta el vuelo, mientras que los Cuentos de la Infancia y del Hogar recopilados por los hermanos Grimm se han convertido en un clásico universal. Prueben a leerlos en una versión lo más fiel posible a los dos volúmenes originales que vieron la luz en 1812 y 1815. Me permito recomendarles la traducción de Alianza Editorial, que recoge los más significativos junto con las viejas y encantadoras ilustraciones de Otto Ubbelohde, que parecen trazadas en el agua de una fuente, o en el aire.
Hay quien piensa que los cuentos de los hermanos Grimm y las Cantatas de Bach compendian la historia, el sentido, el fundamento, la fe, la esperanza, los miedos y el abismo del alma de Alemania, un país donde todo se siente con mucha más intensidad que en ninguna otra parte del mundo. Sea como fuere, su lectura resulta fascinante y enriquecedora, y sorprenderá a cuantos se acerquen a ellos con la marca de agua almibarada que a todos nos ha impreso la factoría Disney. Los hermanos Grimm querían sacar a la luz el Espíritu de Alemania; pero también eran conscientes de que los cuentos que recopilaron tenían una importante función didáctica. Y no hay enseñanza que no sea cruenta. El Volkgeist alemán enseña a los niños a precaverse de las madrastras y de los hermanos mayores, que son siempre el enemigo; de los princesas caprichosas, que son la calamidad de sus pueblos; de los tontos que pueblan los palacios y las cabañas, porque son los peores monstruos que acechan a la infancia; de esos lobos que invitan a las niñas a adentrarse en el bosque y a meterse en la cama de la abuela, para verlas mejor, para comerlas mejor; de la pobreza, que es sucia, fría, miserable y abandona a los niños en cualquier bosque.
Los cuentos alemanes se paseaban por Europa desde siempre; o viceversa: la principal fuente de los Grimm fue una dama francesa, de familia hugonote, Dorothea Viehmann, quien nunca supo precisar si lo que guardaba en su memoria se lo había traído de Francia o lo había descubierto en Alemania, pero da igual. Lo importante es que todas esas historias tienen un valor inmutable, en la justa medida en que su fantasía nos resulta eternamente certera. Los niños europeos necesitan saber que una hermanastra puede ser mucho más peligrosa que el peor de los ogros y más difícil de engañar que el propio Diablo. Los niños europeos de la ESO bilingüe han dejado de leer las versiones originales de los cuentos de los hermanos Grimm y corren el riesgo de olvidar que el demonio son ellos. Y sus padres. Feliz inicio de curso.

Francisco Giménez Gracia

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Artículo publicado en el diario «La Opinión» de Murcia, el día 19 de septiembre de 2015
 

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