La jubilación de mi abuelo. Por Puri Teruel Robledillo

La jubilación de mi abuelo

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La jubilación de mi abuelo me descubrió algo que para mí era desconocido, algo verdaderamente asombroso que jamás se hubiera dado en las grandes ciudades.
Comenzaré diciendo, que mis abuelos vivían de lo que ellos mismos cultivaban en una pequeña huerta, esto es: legumbres, hortalizas, cereales (trigo), un par de cerezos, un peral, un manzano, un nogal, y medio centenar de olivos.

El trabajo era duro. La jornada comenzaba antes de que saliera el sol, y acababa cuando anochecía. Eso, si no había que regar, porque esta tarea duraba toda la noche. El agua era escasa, y se la tenían que repartir entre varios vecinos de los alrededores. Confeccionaron turnos de riego, los rifaron, y a mi abuelo, le tocó regar por la noche. Nunca hubo ningún problema, ni una discusión, nada. Respetaron siempre, lo que entre todos dictaminaron.
Desde Mayo a Septiembre, vivían en un «cortijillo» -así lo llamaban ellos- que estaba emplazado dentro de la huerta. Solo tenía una habitación, y en ella dormían, cocinaban, reían, lloraban… vivían… a duras penas.

Cuando me daban las vacaciones en el colegio, me enviaban mis padres junto a mi hermana, a pasar el verano con mis abuelos. Y allí que nos íbamos locas de contentas. Vivir con ellos durante todos aquellos veranos de mi infancia, fue lo más hermoso que me ha pasado en la vida. Me enseñaron tantas cosas…

Aquellos maravillosos días, jamás se borrarán de mi memoria, están tan fuertemente arraigados que es imposible sacarlos de mi corazón. Con toda seguridad, es la época, que más feliz he sido en la vida.

Se jubiló con setenta años, él hubiera querido seguir, pero sus hijos, le aconsejaron que dejara de trabajar por el bien de su salud que ya empezaba a dar algunos problemas. Y mi abuelo que era tan prudente, y más bueno que el pan, les hizo caso. Vendió la huerta por cuatro pesetas, dejando en ella su alma, y muchas horas de trabajo, de sudor, y posiblemente de lágrimas.

Este suceso tan importante, aconteció en verano, por este motivo viví con mis propios ojos lo que a continuación os cuento:

A los pocos días de su jubilación, me levanté, y como de costumbre y después de desayunar, bajé las escaleras, para salir a jugar a la calle.

El portal, que era bastante grande, y que por cierto, nunca se cerraban las puertas, estaba repleto de toda clase de hortalizas, frutas, verduras, patatas… Me quedé tan sorprendida, al ver todo aquello y sin saber de donde había salido, que llamé a mi abuela y ésta, asustada por mis gritos bajó corriendo las escaleras.

Ella no se sorprendió. Tranquilamente se dispuso a recoger todo aquello, y lo fue guardando, no sin antes explicarme el porqué de aquel milagro.

Era costumbre en mi pueblo, que cuando alguien se jubilaba, (no les quedaba paga alguna al no haber cotizado), los vecinos que estaban aún en activo, les llevaban cada uno, y cada día, un poquito de lo que recogían de su cosecha. Tu abuelo también lo hizo durante toda su vida -me dijo-
Y yo, me quedé completamente maravillada ante este hecho tan hermoso y solidario.

Puri Teruel Robledillo

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