Los Ángeles No Cogen Vacaciones. Por Mar Solana

Los Ángeles No Cogen Vacaciones

 

Ilustración de © Estefanía López.

Ilustración de © Estefanía López

 

Hay en el mundo un lenguaje que todos comprenden: es el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad, en busca de aquello que se desea o en lo que se cree.

Paulo Coelho

 

El verano avanzaba con una temperatura más o menos soportable, hasta que llegaron los últimos días de julio. Entonces la garra del mercurio decidió enroscarse en nuestros sofocos tejiendo una buena hilera de noches toledanas, como las llamaban nuestros abuelos. En aquella época (la de nuestros abuelos) aún se hablaba de la «fresca», y las noches insomnes y asfixiantes no llegaban a superar la docena a lo largo y ancho del cálido estío. La tal «fresca», que no era una moza caradura o ligera de cascos, acompañaba más de un atardecer y del brazo de la madrugada regalaba esas caricias de brisa que les permitían relajarse de las tórridas horas diurnas.

Agosto, en buena parte de la península, nos ha traído un equipaje cargado de esas noches toledanas, con ventiladores de techo moviendo los brazos en aspavientos cansinos, de vueltas y más vueltas y de ojos en modo búho. Jornadas de tirarse a la cama como fardos después de un incendio, sin poder meternos (introducirnos) en la cama en condiciones de disfrutar de una buena lectura entre las sábanas. Quizás la diferencia entre «meterse» o «lanzarse» a la cama sea nimia, sutil, pero existe porque lo primero es lo más parecido que conozco a un hábito saludable y civilizado.

A medida que el tiempo pasa o las estaciones concurren, se afianza en mí la sensación de que el verano ya no es un verano como los de antes. Más bien parece una época en la que debemos sobrevivir a los vómitos incandescentes de una especie de «ola de calor» ininterrumpida. Una canícula que se ha estirado como un tensor elástico, más propia de zonas intertropicales que del Hemisferio Norte…

«Pero ¿qué estamos haciendo (o hemos hecho) con nuestro planeta?»

Cuando me hice esta pregunta, una calurosa y monocorde tarde de agosto, también pensaba en lo duro de vivir la torridez del longo verano si no estás de vacaciones o te toca seguir con la misma rutina que el resto del año…

Ese mismo día descubrí que existen Personas (con mayúsculas) muy especiales, y la flama de la canícula se suavizó para mí. Seres Humanos Integrales que nunca cogen «vacaciones»; quizás porque no tienen ese concepto, deseo o actitud tan arraigado en sus almas. Algunos, como los White Helmets, porque ya no disponen de tiempo para pensarlo en una Siria que se desmorona y que los obliga a vivir solo el presente. Otros, profesionales solidarios, porque, aun contando con esos días para su descanso y disfrute, los ofrecen, completos e incondicionales, a un prójimo que tiene que sobrevivir a la hambruna y a la enfermedad en escenarios depauperados y con temperaturas también inmisericordes.

Y entre las cucharadas del puré que le estaba dando a mi padre, esa densa tarde canicular, la tele nos acercó a esta suerte de héroes o ángeles que no tienen aspas rojas en su calendario laboral; tan distintos y distantes ambos, y tan cerca en su enorme corazón… Y me pareció que los ciudadanos de a pie siempre ostentamos motivos para quejarnos de nuestras estrechas y pequeñitas existencias, olvidando que, a diario, tenemos idénticas razones para agradecer nuestras vidas, cada vida; pero sobre todo las suyas, que con su amor y entrega están salvando unas cuantas cada día.

Los Ángeles No Cogen Vacaciones. Por Mar Solana

Los Cascos Blancos, o White Helmets, están nominados este año al Premio Nobel de la Paz. Pertenecen a la «Defensa Civil Siria» (SCD y Difaa al Medani Suri en árabe) y son ciudadanos anónimos, voluntarios que con grandes dificultades se han organizado para ayudar a la población civil después de un combate o un bombardeo. Médicos, abogados, bomberos, carpinteros, mecánicos, etc., que, protegidos solo por un casco blanco, despliegan sus alas para salvar otras vidas aun a riesgo de poner en peligro la suya. Acuden con sus vehículos particulares y rescatan niños atrapados entre los escombros, atienden a aquellos que necesitan primeros auxilios y transportan a los más graves y peor heridos adonde puedan atenderlos.

Los Cascos Blancos no entienden de vacaciones o de dormir mal por un mercurio que se ha tornado turulato. Ni siquiera tienen tiempo de pensar en ellos mismos. Sólo se encargan de reparar daños y de asegurar las necesidades mínimas de cada lugar. Tres años salvando vidas en Siria y jamás han mirado el «color» de los ataques, o la edad, raza o sexo de las víctimas; pese a que algunos medios independientes los acusan de servir de instrumento de propaganda antirrégimen y de connivencia con la Yihad. Pero ellos solo reparan y ayudan con lo que cada uno tiene o sabe hacer. Seres humanos de tallas inmensas (no hay trajes para sus alas) que plantan cara al mundo del poder recordándoles, con cada paso que dan, que el otro mundo, el de la gratitud y el agradecimiento, el que no está hecho con sangre, dolor y lágrimas, sigue existiendo y ellos son la prueba fehaciente. Casi todos los inmigrantes que a duras penas están llegando a las fronteras europeas tienen amigos, compañeros, conocidos o algún familiar en Siria trabajando con los Cascos Blancos, jugándose su vida para salvar otras también anónimas.

Y, desde luego, cada vez soy más consciente de la existencia de un número nutrido de ángeles de alas invisibles, héroes anónimos que no se lo ponen fácil a esas fuerzas oscuras empeñadas en batallar de forma constante contra la humanidad. Ellos les plantan cara y baten su voluntad contra viento y marea, por fortuna para el resto de ciudadanos de este lugar llamado mundo.

En España existen cada vez más personas que dedican sus vacaciones al voluntariado, a ayudar a través de ONG o fundaciones destinadas a tal fin. Profesionales solidarios que, en lugar de disfrutar de su asueto en una reptiliana primera línea de playa, escogen donar su tiempo, cariño y energías poniendo sus conocimientos profesionales al servicio de aquellas poblaciones del mundo más castigadas, misérrimas o conflictivas como India, Ecuador, México o Grecia.

Me conmovió y me llenó de orgullo (en el más patrio sentido de la palabra) el caso de María José, una ginecóloga española. Con tan solo un mes de voluntariado en la India, su mes de vacaciones, ha sido un apoyo fundamental en el tema de la infertilidad. Ha operado y ha traído unos cuantos peques al mundo. María José comentaba que tenía la grata sensación de haber hecho mucho más que en un año de trabajo en su consulta. Y el ejemplo de Soledad, que trascendiendo su nombre se fue a Kenia, y transformó en hogares sitios olvidados por la sociedad. Vivió en (y bajo) unas condiciones muy duras: sin agua, sin luz y en lugares infestados por las ratas. Al tener que adaptarse a estas circunstancias tan extremas, comprendió el día a día de la gente que vive, o malvive, en estos paupérrimos lugares. O Mercé, que, conmovida por la crisis de los refugiados, se trasladó a los campos helenos, donde miles de personas intentan sobrevivir esperando llegar alguna vez hasta Centroeuropa. Allí tuvo que aprender a improvisar en el día a día para servir de ayuda a las personas que más lo necesitaban.

Y, pese a no haber conocido ese merecido descanso que llamamos vacaciones, todos estos héroes anónimos, de alas invisibles y corazón de gigante, coinciden en señalar (recordarnos) una cuestión tan vital como básica, y que el resto de mortales olvidamos muy a menudo: el valor que cobran los detalles o lo más nimio de la existencia cuando conocemos tan de cerca el sufrimiento de otros seres humanos que han tenido menos oportunidades que nosotros. Lo absurdas y pueriles que resultan nuestras quejas en unas circunstancias donde no tenemos que lidiar con una ciudad sitiada por las líneas de fuego o por las bombas; donde con un sencillo gesto podemos iluminar una estancia en ausencia de luz diurna, o beber agua o cualquier otro refresco bien frío de nuestra oronda y suculenta nevera cuando el calor aprieta.

Después de conocer el trabajo de todas estas personas, de ser consciente de la existencia de estos ángeles y héroes anónimos que no cogen días de descanso para seguir cuidando de otros…, después de reflexionar sobre ellos, me dije:

«Bienaventurados los que trabajamos para ayudar y mejorar el mundo, en cualquier época del año… Bienaventurados todos los que trabajan siempre, renunciando a sus vacaciones a cambio de desplegar sus alas…»

Y se me pasó por la cabeza algo parecido al título de aquel emblemático elepé de Supertramp: «Heat? what heat? (the one who did say heat?).

Palabras desde mi luna
Mar SolanaMar Solana

Blog de la autora
Colaboradora de Canal Literatura en la sección «Palabras desde mi luna»

 

 

 

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