Luz. Por Ana Mª Tomás

A la luz de una farola

 

    Abro el periódico y el desánimo me hace su presa. Pongo el telediario y el abatimiento me golpea sin piedad. Robos, asesinatos, pactos políticos en choques de egos y traicionando al electorado en tantas ocasiones. Puñaladas traperas aquí y allá. Deportes con resultados amañados. Individuo que contrata sicarios para acabar con la vida de su hermano por un trozo más de negocio. Contaminación tras contaminación en nuestros mares y nuestro planeta. Guerras de aranceles. Acoso comercial estadounidense a China. Juicios atascados por burocracia… Deprimente. Me pone hipocondríaca tanta noticia mala, tantos intereses personales por encima del bien común. Tanta hipocresía de que, lo que es bueno para usarlo yo, deje de serlo si lo usas tú. Tanto negro sobre blanco para esparcir la basura mundial que nos rodea en tantos ámbitos. Por cierto, ¿se han enterado ustedes de la boda de la hija del “número dos” de Maduro, Diosdado Cabello? Un fiestorro de dos días y catorce millones celebrado en el idílico archipiélago venezolano de Los Roques. Parece una buena noticia ¿no? Pues no, no lo es. Cómo va a serlo cuando el pueblo venezolano se está muriendo de inanición, de falta de medicinas, de falta de medios en los hospitales, de asesinatos, de inseguridad por causa de un líder inepto, avariento y sin el más ligero escrúpulo y un ejército que lo guarda por interés propio sin tener en cuenta el sufrimiento y la agonía de todo un país.

    Como les decía, nada como enterarse de lo que está ocurriendo por el mundo para querer que me trague la tierra y que me escupa en una isla desierta, pero, por favor, que no sea en esa del famoseo de los supervivientes televisivos.

    Sin embargo, a veces, entre tanta deplorable noticia se encuentra ese mirlo blanco, la aguja del pajar, la luz al final del túnel sin que sea un tren que nos viene de frente. Hace unos días me encuentro en la contraportada de nuestro periódico una foto macilenta en la que se ve a un niño peruano, de noche, bolígrafo en ristre y los ojos pegados a un libro, estudiando en la calle a la luz de una farola. “Una luz para Víctor y sus compañeros” reza el titular. Leo y me entero de que un niño de doce años, llamado Víctor Martín, es, como tantos otros niños del mundo, un niño pobre, tanto que su madre no puede pagar luz para tener en casa, pero él quiere estudiar, formarse y ser policía para combatir la corrupción y el tráfico de drogas de su país. Así que busca la luz de una farola de la calle, se sienta en el suelo bajo ella y arrima los libros a su nariz para extraer el saber que contienen. Pero como los milagros existen (doy fe de ello), una cámara de seguridad de algún establecimiento cercano captó la imagen de ese niño solitario en mitad de la calle y de la noche, y eso llegó a las redes sociales y ya… no hace falta que les explique a ustedes cómo funcionan estas cosas. Que, al igual que el sol es capaz de endurecer el barro o derretir la cera, pueden hacer que una mujer se suicide, o que algún ángel protector se ponga las pilas y venga en ayuda de un chaval. Y eso fue lo que pasó: un millonario de origen bareiní, afincado en Londrés, Jacob Yusuf Ahmed Mubarak, se vio reflejado en él. Y manos a la obra no solo se comprometió a rehabilitar la casa del chico, sino a montarle un negocio a la madre del que pudieran vivir todos. Y… en un paso más, a remodelar las instalaciones del colegio.

luz farola

    Pero es que hace unos días veo en televisión la imagen de un anciano rodeado de niños besándolo. Jesús Vicente se llama el protagonista, vive en Piornal (Cáceres), viudo del amor de su vida, Sabina, los dos llevaron toda la vida trabajando duramente en el campo y viviendo austeramente hasta lograr ahorrar ochenta mil euros que ahora él generosamente ha donado a su pueblo para hacer una guardería y mantener en la memoria de todos el nombre de su mujer. “Jesús y Sabina” se llama el Centro. Y él, un hombre que podría haber salido de los “Santos Inocentes” de Delibes, con su boina calada y una lágrima en los ojos, y ese otro hombre islámico que practicó la religión del amor, me reconciliaron con el mundo, me devolvieron las ganas de volver a escuchar telediarios, de leer periódicos… ya sé que hay muchas más personas generosísimas que contribuyen a mejorar la vida mucha gente, Amancio Ortega, sin ir más lejos. Pero hoy estoy hablando de noticias que vienen como faros a iluminar la negrura de un mar en el que todos arrojamos oscuridad.

 

Ana Mª Tomás

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