Mentira Terapéutica
Hay verdades que matan y mentiras que salvan.
Luisito, conocido cariñosamente por el apodo de “Chito”, era una criatura asombrosa. Aprendió a saltar antes que a caminar. Poseía una belleza salvaje: labios gruesos; nariz redonda y chata; mirada inquietante; risa estridente que rebotaba en los muros de la casa y encontraba eco en cada árbol, cada hoja, cabalgando sobre el esqueleto del aire hasta remotos e incógnitos lugares.
Su padre, eminente investigador sobre el origen del ser humano, en busca del “eslabón perdido” le observaba con cariño y curiosidad creciente.
Le protegió de la verdad con bellísimas mentiras terapéuticas. Consiguió, así, la felicidad de Chito que jugaba a volar libre, saltando de rama en rama, desde el alba hasta el guiño de un Sol que jugaba a esconderse tras la Luna, mientras Luisito dormía.
Ya anciano, presintiendo su final, el padre de Chito abrazó con amor letal a su amado hijo. Antes de helarle el corazón, le susurró la identidad de su madre; la más hermosa hembra de su especie: una mona.
Catalina Ortega Díaz