El sueño. Por Isidro R. Ayestarán

Querido diario:
Hoy les he visto pasar de nuevo. Sí, ya sé que llevo mucho tiempo dándote la murga con ellos. Qué le vamos a hacer, hermoso. Tú eres el único que me escucha. Así que te aguantas y me soportas unos minutos, que para eso estamos dedicamos el uno al otro en estas jornadas nocturnas… Pues eso, que anoche volví a caminar por el parque que rescato una y otra vez en todos mis sueños. Y allí estaban ellos, sonriéndome al tiempo que se comían la vida y se la llevaban a la boca entre arrumacos y miradas de esas que a una le siguen poniendo los pelos de punta. Debe ser que hace tiempo que ignoro lo que es un sentimiento o una punzada de romanticismo. Y ellos la tenían en ese preciso instante.
Anoche volví a seguirles a lo largo de todo el sendero de los cipreses, entre aquella estampa sepia que el recuerdo y la nostalgia ya no le pone tonalidad alguna. Cargados con sus bandoleras, compartiendo sus planes de futuro y departiendo sobre el color con que pintarían su habitación. Andrés se decidía por el naranja maya mientras Zaca aún estaba suspirando por el verde musgo que había visto en casa de su amiga Macarena. Pero ni en un contraste tan evidente de pinturas conseguían enturbiarse la mirada. Y así continuaban, jugueteando con sus manos, entrelazándolas constantemente y amándose con la mirada al tiempo que la sellaban con furtivos besos en unos labios que, con toda probabilidad, musitarían palabras de amor.
Mi sueño siempre acaba igual. Y de ahí mi desesperación, amado diario, porque mi pesadilla me impide cambiar lo que realmente ocurrió. Lo que daría por desprenderme del bienestar que me había producido su beso de amor, por arrebatarme del ensoñamiento mágico de aquella pareja de enamorados, por correr por el sendero de los cipreses con todas mis fuerzas para conseguir interponerme entre ellos y sus asesinos… Pero es inútil. Todas las noches me digo que es inútil. Y grito de desesperación al tiempo que me despierto empapada de sudor. Entre sofocos, me doy cuenta de que el sueño había vuelto a mí de nuevo. Y también, otra vez, rompo a llorar por la impotencia.
En mi sueño, cuando llego hasta donde estaban ellos, sólo encuentro un ramo de flores regado por unas lágrimas. Y una dedicatoria firmada por Macarena. En mi realidad, en el mundo que habito y deploro, realmente fueron atacados salvajemente por una pandilla de esos que se hacen llamar “verdaderos españoles” al tiempo que clamaban virtudes de una época ya pasada y que sólo conocen de oídas.
Y de ahí que acuda a ti todas las noches para contarte mi sueño, querido diario. A alguien tengo que contarle que me gustaría coger ese ramo de flores para llevarlo a casa de Andrés y Zaca. Ellos lo aceptarían con una sonrisa al tiempo que lo colocarían en su salón, pintado de naranja maya puesto que el dormitorio, finalmente, fue pintado con el color verde musgo que tanto le gustaba a Zaca.


© Isidro R. Ayestarán, 2007
www.isidrorayestaran.blogspot.com – NOCTURNOS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *