Aproximo mis pies, ateridos y desamparados, a los tuyos, desnudos y tibios. Voy recorriendo con mis dedos el suave empeine, la pétrea concavidad de tus uñas. Limo el borde del áspero talón y cosquilleo la blanda y arrugada planta que te sostiene. Poco a poco, mis pies, antes dormidos y sin conciencia de sus límites, van despertando con un ligero calorcillo, y vuelve la vida a mis arterias que, como resistencias de estufa, recorren los surcos de su ya recobrada geografía.
Lola Buendía
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