¿Suicidio de una parte de nadie? Por Fátima Ricón Silva

Nadie es una mujer qué es alguien.
Busca algo que le aporte más vitalidad, o mejor dicho la vitalidad que necesita para ser ella misma.

Se encuentra encerrada en un cubo hermético de oro.
Un día tras otro no para de darse cabezazos contra los muros de ese espacio del que no le dejan salir.
No le importa, los moratones figurados que se marcan en su estado de ánimo son lo de menos.

Lo de más es la dificultad para respirar.
Lo de más es la imposibilidad de obtener lo que necesita para ser ella.
Los que la conocen, la envidian, la agasajan, la admiran porque no ven más allá del cubo de oro en el que habita.
Desconocen la parte de nadie que quiere sobresalir y la confluencia de varios factores no lo hace posible.
Ella se aburre en determinados ámbitos de su vida y envidia a otras mujeres que no aspiran a nada y se conforman con lo que tienen. Estas parecen felices porque no luchan por nada más.
El agotamiento por la lucha hace mella en su carácter, un día sí y otro también.
A continuación merodea entre sus pensamientos la vergüenza y el arrepentimiento por querer llegar a metas distintas de las que la vida le ha deparado.
Piensa en que el suicidio de esa parte rebelde y caprichosa es la solución para, al menos, vivir tranquila en su jaula preciosa.
Sin embargo la ilusión de lograr sus propósitos es tan fuerte que súbitamente aflora otra recarga de ánimo y ya no quiere ser sumisa de pensamientos, anodina en ideas, recrearse en la comodidad mental, dejarse mecer por las olas del conformismo.
No. Procederemos a dar el alta condicional al deseo de dejar morir esa parte insensata y creativa hasta nueva orden.

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Fátima Ricón Silva

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