«Mujeres en la historia (3)», en M.A.R. Editor, con prólogo de Montserrat Suáñez. Por Elena Marqués

En 2013, un grupo de escritoras, animadas por Miguel Ángel de Rus y prologadas por Lucía del Mar Pérez Pérez, parieron un hermoso libro titulado Mujeres en la historia 1800-1940. Con dicho conjunto de relatos se pretendía recordar a féminas notables de esa época.

Tres años más tarde, y Mujeres en la historia (2) de por medio, una antología semejante se centra en el llamado Siglo de las Luces, esto es, el periodo de la Ilustración; uno de los momentos cruciales para las mujeres por ciertos cambios de mentalidad que las conducen poco a poco (es obvio que muy poco a poco) a asumir un nuevo papel en la sociedad.
Muchas son las figuras que desfilan por estas páginas: esclavas que escriben y publican libros (delicioso el relato de Olga Mínguez Pastor Desnuda ante la corte); hijas de esclavas que defienden la causa abolicionista (Dido Elizabeth Belle, a quien Ángela Hernández Benítez rinde homenaje); luchadoras por la independencia hispanoamericana (son los casos de Micaela Bastidas y Bartolina Sisa, encumbradas por la pluma de Fátima Díez y Maribel Lacave respectivamente), o por la de Córcega (a Maria Letizia Ramolino, madre de Napoléon, concede su lugar la editora literaria y prologuista de este libro, Montserrat Suáñez); corsarias como Mary Read, cuyos inicios en el arte de la piratería nos recuerda Eva María Cabellos; actrices inmortalizadas por Goya (La Tirana, de Rosario Martínez), quien también dibujó a la famosa duquesa en varias ocasiones (léase sobre ella en La luz del alba, de Carmen Martagón); pintoras como Rosalba (retratada, a su vez, por Pilar Escamilla Fresco); modistas decisivas en la historia, como la de María Antonieta (esta vez a cargo de Rosi Serrano); precursoras de la entomología (muy hermoso el relato de Ana Isabel Díez Varela, Todo se transforma, dedicado a Maria Sibylla Meriam); asesinas necesarias (me refiero a Charlotte Corday, que dio cuenta de Marat mientras este se daba un baño, reproducido prodigiosamente por Carmen Martí Fabra)…

En la Vindicación de los derechos de las mujeres se centra el relato de Carmen Paloma Martínez, titulado Mary Wollstonecraft en el S. XXI, pues es obvio que esa lucha continúa hoy en día. Por eso era forzoso que también apareciera en este volumen la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana de Olympe de Gouges; ideóloga revolucionaria vilipendiada en su tiempo por el simple hecho de escribir, por ejemplo, «La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común».
Y, junto a este documento, otro acierto del volumen (también de los dos anteriores) es que se recojan textos de mujeres de la época; en este caso de madame de La Fayette, autora de la primera novela histórica francesa (La princesa de Clèves), cuyo relato sobre La condesa de Tende resulta uno de los más deliciosos del libro; de lady Mary Wortley Montagu, de la que podemos leer un interesante texto titulado La cafetería para Damas o los Baños Turcos; y de Mary Chudleigh, que cierra con un poema absolutamente feminista dirigido A las damas que equipara el matrimonio a la esclavitud.

El interés que estas mujeres-escritoras despiertan es tal que precisamente alguna de las autoras de este libro las han convertido en protagonistas de sus propios relatos. Es el caso de Carmen Pita García, que en Yo, Lady Mary se centra en la figura de esta excepcional mujer, que, ya cansada, rememora su extraordinaria existencia; y María Luisa de León, quien en París, sonrisa del viento, recuerda precisamente los últimos días de Olympe de Gouges.

No podían faltar historias sobre las salonnières, como la que Teresa Iturriaga dedica a madame de Staël (La espiral de Germaine), Lorena San Miguel a madame de Châtelet (Ciencia es nombre de mujer), yo misma a madame Geoffrin (La recuerdo) o la Vizcondesa de Saint-Luc a madame de la Pouplinière, retratada a través de ciertas Cartas a Jean-Philippe Rameau; sobre reinas excepcionales y otras nobles quizás más sufridas (Catalina II, retrato de una emperatriz, de Cristina Rodríguez Cebollada; y La marquesa de Sade, de Ana Zarzuelo Álvarez); y, por supuesto, mujeres que deciden ingresar en un convento para tener acceso a la cultura, como Josefa de Jovellanos, sacada del olvido por Sol Antolín Herrero; y Sor María Anna Águeda de San Ignacio, traída a la memoria por Ana Gefaell Camacho; o la erudita Josefa Amar y Borbón, defensora de la educación laica y de la igualdad (léase El talento de las mujeres, de Eloína Calvete).

Poco más que añadir. Cierro este comentario con algunas de las citas escogidas por las autoras de este libro por su especial significación.

«La mente humana siempre avanza, pero lo hace en espirales» (madame de Staël)

«Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas» (madame de Wollstonecraft)

On voit bien, à la façon dont Il nous a traitées, que Dieu est un homme (madame de Tencin).

Felices lecturas.

Elena Marqués

Blog de la autora

2 comentarios:

  1. Mi más sincera enhorabuena por esta Antología imperdible, Elena. Intentaré hacerme con ella en cuanto pueda. A lo largo de nuestra historia, ha existido un buen racimo de mujeres muy interesantes de las que apenas sabemos nada. Mujeres genuinas, que no lo tuvieron fácil, pero que hicieron todo lo posible, no sólo por sobrevivir, sino por dejar este mundo un poco mejor.
    Yo ahora soy una mujer a bordo de una «Nave» que está a punto de concluir su fructífero viaje por magníficas Letras Estelares 😉
    Besos.

    • Gracias, Mar.
      Ayer no pude resistirme a compartir en mi perfil de Facebook las palabras de Kate Winslet recogiendo un premio y animando a todas las mujeres que se han sentido alguna vez menospreciadas, incluso dentro de su propia familia. «Hay que ir a por todas», dice, y estoy con ella. Tenemos buenos ejemplos de mujeres luchadoras y hay que seguir añadiendo más a esa nómina.
      Muchísimos besos desde la orilla.

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