Espectral. Por Brisne


No, no se muere de vivir al límite como el arco tensado hasta sangrar. ¡Mi vida muere de vivir más vida! Muere de no morir, de desvestirse, como el fuego replicante, o como si la muerte fuese vivir después de haber vivido.

En Espectral Ángel Guinda me enseña, nos enseña, sus fantasmas. No lo entendí ayer, cuando vino a presentarnos su libro a mi pueblo, lo he entendido hoy, al leerlo. Cuando esta mañana al despuntar el alba me he despertado y lo he cogido entre mis manos, he metido su pequeño formato en mi bolsillo y lo he ido leyendo con café y pastas, en ratos muertos mientras llega el trabajo. Me ha acompañado dentro del bolsillo de la bata que pinta de azul mis días laborables, negro y morado, verjurado ahuesado que ha acogido mis manos y mis ojos.

Con él me he preguntado si soy un ovni sin destino, qué me posee, quién, en este cortejo de lápidas. Si soy lo he hecho o lo que me deshace. He leído el mensaje de los eloitos, los rayos de mi frente, las rayas de mis manos. He visto mis ojos, carbón de escarcha, llave del secreto, proyección del mundo, y las he mirado a ellas, a sus ojos de manos de soles caídos que levantan el mar. Con ellas, mis hijas, nada desaparece. He intentado hablar con mis fantasmas desde los suyos, sin encontrar ángeles que no he visto ni me han mirado. He cerrado los ojos y he visto hombres con cabeza de mardano, cabezones y cabezudos. He abierto la ventana intentando encontrar el olor de tulipán y talco. Pero nada. He intentado responder a preguntas sin respuesta ¿Soy el centro de todos los extremos, el éxtasis frutal de las esferas? ¿Qué es esta transparencia que me esconde?…
Porque yo no habito el motor de la quimera aunque lo que habite permanezca ante la caducidad y el ansia de infinito. He intentado sin lograrlo identificar lo desconocido en lo visible, pero sigo buscando…
Me he colgado de su Roma como un friso, entre perchas, cuadros y cortinas. Le he escuchado decir ¿Quién soy? pensando en caminar tanto, y poder en un momento decir: aquí estoy.
Porque a veces yo también sé que no volveré conmigo.
Abrir la ventana y ver cómo se suicidan los balcones.
Me ha hecho pensar en qué yo también revivo espacios, dosis, instantes, gestos, conversaciones que sembré y callaron. Me hubiese gustado ser la mujer que llora dentro de una lágrima, pero no lo he logrado.
Al leer las voces de los muertos, las he buscado en mi cabeza, nido de tormentas. Supongo que los míos no son los suyos, pero me ha llevado a ellos, volviendo a donde nunca estuve.
Ganas tengo de llegar a casa y beber el vino rojo, sangre de los pobres.
He recordado Sarajevo, ese mar de fuego… y no he podido dejar de preguntarme ¿qué hago aquí?, en mitad de un llano sin testamento, sin ser nada que lo transforme.
Le he dejado que me cante, con todos y con todo.
He visto de nuevo y con otros ojos Uncastillo, mundo mágico bajo el blasón que bulle escondido.
Yo también quiero morir de pie, como mueren los árboles. También quiero golpear los golpes de la muerte.
He asentido, he visto que soy cautiva de lo que vivo deseando que las palabras acudan a mi transito desenganchadamente nuevas, ágiles, que me libren del exilio que es vivir.
He transitado por su Berlín, por Lourdes en la voz de Joan Rois de Corella, por Bagdag y Londres de lluvia, de espera interminable. Con él he andado Petra y la India, Gaza y Cisjordania.
A veces oigo voces, que se aglomeran, voces de tiempo y de abismo, sepultadas. Escucho pasos, en los tejados, en los caminos, en los retumbes de un tambor que no procesiona.
Me ha hecho esperar en la invasión de ausencias. Temblar en la soledad que se ancló en su sombra.
Le he imaginado en el centro de cualquier plaza, rodeado de jóvenes gritar ¡Ofrecedme cambiar la realidad!
He admirado que escriba, con verdad, con riesgo, para algo, para alguien.
Le he acompañado ante la webcam, a través de las tabernas, de discotecas en llamas, mirando en los ojos de los muertos, de la ebriedad, del espejo.
Le he entendido en su grito de ¿para qué? Porque muchas veces yo me pregunto si vida ha sido esto, si ser es solo uno sintiéndose solo.
Junto a él he pensado en la monogamia de las llaves, en la velocidad del silencio. Sus palabras me han llevado a la reflexión, a la fotografía del adiós.
He mirado la soledad, la vida, su paso y me he concluido que soy la huella en la arena que borra la resaca, la noche que se tapa la cara con las nubes para no iluminar, no ver, no oler, no decir nada.
He cerrado el libro, he pensado en sus fantasmas que son los míos, en la soledad, el paso del tiempo que pesa en cada verso. Me importa bien poco si hay metáforas y elipsis, si es un libro maduro, si es un libro para gritar, que creo que sí. Me importa más descubrir al autor en sus palabras, en su compromiso, en su furtivo corazón con el timón abierto.
Leer poesía para mí es eso: encontrar trocitos de mi alma en otros versos.


Brisne
Blog de la autora

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