Adicto al Espidifen. Por Isidro R. Ayestarán

Un poema social sobre algo común a todos los mortales:
si te duele la cabeza, te tomas un espidifen;
si es dolor de muelas lo que te preocupa,
esa mano de santo que es el polvo blanco bien
diluido en un vaso de cristal, que hasta los medicamentos
tienen su clase, te hará olvidar tal dolencia;
si por el contrario es dolor menstrual, quizá
también lo cure. Yo no tengo experiencia en ese ramo;
y así, para todo tipo de males, no se olviden del
espidifen. Tenerlo bien a mano, en la cartera, en el
interior del bolso, bajo las sábanas de la cama,
junto a los condones o lubricantes o entre
los cadáveres que se puedan guardar en el fondo
de armario. Que cada uno tiene lo suyo en casa.

Pero ¡ay, amigo! si lo que te atormenta es el peor
de los males conocidos, comúnmente llamado desamor,
para eso no hay pastilla ni sobre de espidifen que lo cure.
Y es que si los ojos de los amantes lloraran al
mismo tiempo, al unísono y a la misma hora,
se evitaría la dolencia y las noches sin dormir.

Yo intenté curarlo a puro huevo y solo, porque no
quería ni olvidarte ni perderte…
Ahora te toca pasarlo a ti… si puedes.
A mí me tocó llorar a las cinco de la madrugada.
Ahora que son las tres de la tarde y no echan nada
en la tele que te pueda distraer, intenta diluirte
un sobre de espidifen para pasar el mal trago.

Y ojalá lo cures, querida mía.
Le darás la razón a los boticarios, científicos,
y demás personal de laboratorios médicos.
Le darás la razón a ellos, a todos ellos…
menos a mi corazón, que era quien mejor te conocía
quedándose solo naufragando en el agua
de otro tipo de vaso de cristal:
el más frágil de todos.
Aquél del que están hechas las historias de amor.


© Isidro R. Ayestarán, 2008
El Cabaret de los Sueños

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