Prejuicios. Por Francisco Giménez Gracia

  Me pasa con los libros como con los sindicalistas, que no sé relacionarme con ellos sin el abrigo confortable de mis prejuicios. Cada vez que me presentan a un afiliado a un sindicato de clase, me malicio que le huelen los calcetines, lo cual es una sandez sin fundamento que enturbia mucho mi vida social y supone un serio obstáculo a mi promoción laboral; pero nada de lo que me digan al respecto me va a hacer cambiar de opinión, salvo que me armara de coraje, me enfrentara a la realidad y le oliera los calcetines a los sindicalistas que conozco, y por nadie pase, así que cargaré con este lastre cognitivo y con esta vergüenza moral por lo que me queda de vida. Sirva esto como pública confesión, sin propósito de la enmienda.
Con los libros me pasa otro tanto, y aquí mis prejuicios me sirven de brújula con la que navegar por los placeres y los días. La novela policiaca que se escribe en Escandinavia, por ejemplo, me resulta fría, sosa y desagradable, como el fletán congelado, eso con sólo olerle la tinta. Leer una novela invita y aun obliga a formarse imágenes mentales de los protagonistas, de sus emociones, de las casas en las que viven, de las calles por las que pasean…; y sólo de pensar en cómo será pasar el invierno en, digamos, Goteborg, se me agosta la libido y hasta la lozanía en el mirar; de modo que cada vez que he tenido una novela de Henning Mankel en mis manos he pensado que si la abría se me iba a entristecer la bragueta y la he soltado como si fuera una culebra, lo cual es impropio de un crítico literario de juicio limpio e independiente. Y peor me pongo con los detectives nórdicos, que me resultan igual de inverosímiles que un caballo virtuoso. Un detective como Dios manda vive en Nueva York, y se codea con la mafia italiana. O en Los Ángeles, y se las ve con un departamento de policía corrupto de los que se follan a las yonkis que duermen en la comisaría. O en Murcia, donde los detectives se ganan la vida juntando pruebas de las infidelidades de las casadas que se fatigan del ejercicio de su propia virtud. ¿Pero qué coño va a hacer un detective en Finlandia, entre lapones nómadas y niños educados en la diversidad? ¿O en Noruega, cuyos sosísimos habitantes renunciaron a vivir como vikingos para alistarse en el Ejército de Salvación? ¿O en Suecia, con tanto amor libre y tanta socialdemocracia? Lo de la socialdemocracia también afecta a mis hábitos lectores, porque pensar en ese ni fú ni fa, en ese meter la puntita sólo, en esa visión del mundo tan cagapoquitos que tienen todos los socialdemócratas me pone malísimo de la melancolía, y puedo terminar escribiendo versos incomprensibles sobre mi propio cuerpo, como mi admirado y querido Pedro Alberto Cruz.
Luego está lo de la gastronomía. La gula es el pecado de los monjes y de los buenos detectives, y ahí están Nero Wolfe, Carvalho, Jaritos o Montalbano para dar fe de este postulado teológico moral; pero ¿cuál puede ser la dieta específica de un comisario sueco? Arenque en vinagre, supongo, o albóndigas del IKEA y café aguado comprado en una tienda de comercio justo. Comida socialdemócrata propia de gente a la que le huelen los calcetines más que a los sindicalistas. Porque ésa es otra, los nórdicos son una tribu espesa, en general: las calles muy relimpias; pero mejor no entrar en sus casas, ni repasarles las uñas de los pies, y menos en invierno.

Fotografía de Jo Nesbø (Fuente)

Fotografía de Jo Nesbø (Fuente)

Así las cosas, me ha costado mucho vencer todos estos sensatos prejuicios y mercarme una novela de Jo Nesbø; pero debo reconocer que me ha encantado. La novela en cuestión se titula El Redentor, y fue abrirla y leerla del tirón. La trama me ha parecido emocionante, tensa y original; el universo moral de Nesbo te obliga a repasar las preguntas fundamentales de tu vida, y el detective que protagoniza el relato, Harry Hole, es un tipo complejo, interesante, divertido y sabio. Come fatal, desde luego, y no consigo imaginarlo con los calcetines limpios; pero bebe como un tío, desprecia a los pietistas del Ejército de Salvación y no manifiesta ninguno de los tics propios de la socialdemocracia, y con eso solo ya me tiene ganado para siempre. Me las voy a leer todas, o sea.

 

Francisco Giménez Gracia

Blog del autor

 

Artículo publicado en el diario «La Opinión» de Murcia, el 19 de julio de 2015

Un comentario:

  1. Desde luego, es difícil, después de leerte, no hacer lo propio con el libro que recomiendas. Ya te comentaré.
    Besos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *