El arrebato como forma de ser y estar en el mundo tiene sus complicaciones, pues, a pesar de que en la sociedad en la que vivimos quizá nada sea tan inútil como lo es la poesía (si tomamos a ésta como una de las expresiones de la pasión —en este caso literaria— llevada al infinito), no es menos cierto que todo aquello que sobrepasa ciertos límites acaba volviéndose en contra de uno mismo. En este sentido, y sólo por poner tres ejemplos: el amor se convierte en egoísmo, la egolatría en tiranía y la amistad en tormento. Así, el gran Stefan Zweig, en esta nouvelle o relato corto titulado ¿Fue él?, nos despliega (en apenas setenta y cuatro páginas) todas las armas que un buen escritor debe poseer acerca de su conocimiento sobre el comportamiento de los seres humanos y las consecuencias que sus actos, en apariencia inofensivos, pueden tener sobre sus vidas. En esta especie de tesis que el escritor austriaco nos propone sobre las pasiones desaforadas que no conocen límite, asistimos, bajo su prodigiosa batuta literaria, a una sonata que mezcla la belleza del paisaje con la bondad tamizada por la edad madura, y a la cordura que el silencio lleva asociado en ocasiones con el pernicioso comportamiento (por excesivo) del cariño y sus múltiples manifestaciones. Con todo ello, Zweig nos propone un tource de force sobre las consecuencias de ese cariño desmedido antes mencionado, y lo hace apoyándose en las reglas básicas de la dosificación de la información que nos va llevando, poco a poco, a lo largo del relato, a imaginar ese lugar cercano a Bath y a su canal de Kenneth-Avon, e, incluso, a aceptar los profundos pensamientos de Ponto: un perro. Un perro, sí, que a medida que va avanzando la historia, se convierte en el verdadero protagonista de esta amalgama de empatía y celos.