«Yo con mis arrugas, él con su frescura». Por Ana M.ª Tomás

«Yo con mis arrugas, él con su frescura»

 

La señora Brigitte Macron, primera dama de Francia, está de moda. Coloniza con su elegante y desenfadada presencia, entre otras, la portada del número de septiembre de la revista Elle. Los… «meritos» de ser una brillante profesora, una elegante y culta señora, una mujer que logra mantener el peso a raya… no son precisamente los que la han llevado a esa entrevista que se ha colado morbosa en las casas de los ciudadanos de su país, sino el hecho de ser una mujer veinticuatro años mayor que su marido, el que su marido fuese un alumno suyo que compartió clase con una de sus hijas, y el que, «¡extraña e increíblemente!», su historia de amor se haya mantenido en el tiempo. Y yo me pregunto: si estuviéramos hablando de un señor, de los muchos, muchos, muchos que hay manteniendo relaciones con una chica veinticuatro años menor… ¿nos plantearíamos las mismas cosas? La respuesta es no. El señor mayor estaría estupendamente bien visto y pocos se plantearían que un hombre mayor no puede responder sexualmente como necesita una mujer joven, mientras que una mujer mayor que su pareja sí puede mantener cuantos encuentros sexuales aguante su chico. De todas formas, nada se le cuestionaría a él.  Es más, cuando es el hombre el aventajado en años, y más si el payo anda forrado, quien vuelve a estar en el candelero del asunto es la «lagartona» de ella. O sea, que por mucho que nos creamos que vamos consiguiendo logros… lo cierto es que la sociedad y nosotras, las propias mujeres, nos empeñamos en marcar diferencias, casi siempre «a favor» del hombre. Aunque, por otra parte, no le disculpemos que pueda gustarle, desear y amar a quien, en opinión de más de una fémina, se considere… ¿extraña? Por el solo hecho de tener más años que él.

La primera dama, en esa entrevista, cita al poeta Prévert y a sus versos para justificar que no podía dejar pasar de largo ese amor para ser dichosa, por mucho daño que esa situación pudiera hacerles a sus tres hijos.

Brigitte Macron

No hace falta recurrir a Bittori, una de las protagonistas de la novela Patria, de F. Aramburu, para saber que suelen ser las propias madres de los chicos, «mujeres», quienes se sorprendan, se alarmen o intenten alejar a sus retoños de relación tan «tóxica» como la mantenida  con una mujer mayor que él, a fin de cuenta son «mujeres de segunda mano, que se han bañado en muchas aguas». Qué pueden ofrecerle, se preguntan. Yo creo que uno de mis poemas les responde: «Nada nuevo puedo ofrecerte./ Soy afinado instrumento…,/ explorado paisaje…,/ navegado océano…,/ escalada cumbre…,/ recorrido desierto…/ Nada nuevo puedo ofrecerte/ salvo…/ agitarte, incitarte, avivarte, morderte…/ inocularte la locura de mi amor germinado…/ horadar la geografía de tu cuerpo/ escrutando cada poro inexplorado…/ Y enseñarte, como nadie,/ a encenderte/ con el hábil fuego de mis manos». No parece que sea poco, ¿verdad? La señora Macron, para colmo, pudo enseñarle a  su adolescente marido literatura, poesía y el conocimiento de los clásicos, así que a qué cuento tanto revuelo porque ella acumule unos cuantos tacos de calendario más que él. Puede que sí, que haya momentos en los que se mire en el espejo y afirme asertivamente: «Yo con mis arrugas, él con su frescura», pero probablemente terminará añadiendo que cuántas mujeres más jóvenes y con menos arrugas se cambiarían por ella sin pestañear.

Si defendemos con tanta vehemencia que el amor no sabe de color de piel, de ideología, de clase social o de religión… ¿vamos a venir ahora con páginas y entrevistas morbosas solo porque la mujer, ¡la mujer!, sea veinticuatro años mayor que su marido? Ya lo dice el bolero, «veinte años no es nada», y una pequeña propina de cuatro, menos. Y qué puede importarles que haya quienes no los comprendan, si ellos se explican cada día a besos las razones que realmente importan.

 

Ana M.ª Tomás

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