La verdad sobre el caso Alatriste. Por José Belmonte

La verdad sobre el caso Alatriste

15 años de una aventura

Empezó siendo un ajuste de cuentas en defensa del Siglo de Oro y se ha acabado convirtiendo en el santo y seña de la narrativa del escritor cartagenero

Lo que empezó siendo una apuesta personal, un ajuste de cuentas con esos libros de texto de la ESO que despachan nuestro Siglo de Oro en apenas un par de páginas, en unos cuantos párrafos -ilustraciones incluidas-, ha terminado convirtiéndose, sin sospecharlo ni siquiera el propio autor, en el santo y seña de la narrativa de Arturo Pérez-Reverte. Alatriste es, probablemente, el producto más suelto, depurado y genuino de toda su ya larga producción literaria. Sin menosprecio para esas otras espléndidas criaturas -Astarloa, Corso, Macarena Bruner o Teresa Mendoza- que rezuman vitalidad por los cuatro costados en el resto de sus novelas.

Alatriste - Dibujante, ilustrador y pintor, Joan Mundet

«No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente». Pérez-Reverte, con un par de certeras pinceladas, es capaz de trazar las líneas maestras de este controvertido personaje; espadachín a sueldo, es cierto, pero con un corazón de oro, capaz de vender el alma al mismísimo diablo para salvar a los suyos. Es un hombre de palabra que habla con la mirada y ordena con su silencio. Alatriste, como don Quijote o Ana Karenina, supera a su propio creador, y parece actuar al margen de los hilos que lo mueven, aunque, desde la primera entrega, allá por 1996, hace ahora quince años, ya sepamos que es, como el resto de los humanos, un ser para la muerte al que se le ha puesto lugar y fecha para su último suspiro. Diego Alatriste y Tenorio, mal que le pese, se ha convertido en un héroe popular, reconocido así por los lectores de medio mundo, de culturas diversas, de ideas distintas, de Oriente y Occidente. Y Arturo Pérez-Reverte, en un dignísimo continuador de la literatura folletinesca y de la novela de capa y espada, como anunció en su día Luis Alberto de Cuenca, lector contumaz de Ponson de Terrail, Paul Feval, Eugenio Sue, Michel Zévaco y tantos otros que inventaron e hicieron inmortal este género. Alatriste, como señalaba Janet Maslin en las páginas del New York Times, es un héroe astuto y, sobre todo, carismático. Un lobo flaco y famélico de dientes retorcidos al que le gusta cazar solo. Las soberbias, finas y sugerentes ilustraciones de Carlos Puerta en el primer Alatriste, y, sobre todo, las de Joan Mundet en el resto de las entregas, le dan un atractivo especial a toda la saga.

Las aventuras del capitán Alatriste tienen lugar durante la época de Felipe IV, el rubicundo rey apasionado y mujeriego. Una etapa de progresiva decadencia en la que el monarca cede todo su poder al conde-duque de Olivares, asiduo en estas páginas. El proyecto político del valido no era otro que acrecentar el prestigio de la monarquía, y para ello no dudó en meterse en infinitos fregados bélicos de los que, en muchas ocasiones, salimos con el cuerpo hecho un mapa de tantas cicatrices. Es la España de las falsas apariencias, representada magistralmente por ese gesto del hambriento hidalgo del ‘Lazarillo’ que esparce por su barba unas cuantas migas de pan a cambio de conservar intacto su orgullo de castellano viejo. La España de los tullidos que vuelven de la guerra y no tienen donde caerse muertos. Y también la de los paseos en carroza de nobles y ricos, ajenos al dolor, que disparan sus armas, sólo en las monterías, con pólvora de rey.

De Velázquez a Quevedo

Arturo Pérez-Reverte, con su insistencia, con su tenacidad, aludiendo constantemente a obras pictóricas, a celebrados versos y a determinadas piezas teatrales, hasta el punto de describir con todo detalle lo que sucedía a lo largo de una jornada en un corral de comedias, ha logrado, con una excelente prosa, lo que nunca habíamos conseguido ni los críticos ni los profesores de literatura: que cientos de miles de lectores vuelvan a interesarse por los grandes personajes que en las páginas de Alatriste retrata: Diego Velázquez, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Olivares, Spínola o Saavedra Fajardo. Sin dejar de lado a esas otras criaturas más modestas -la fiel infantería, cansada y terca-, que son el cabal reflejo de una época con poco oro, y plata la justa: Sebastián Copons, Curro Garrote, el licenciado Calzas, el Dómine Pérez o el moro Gurriato. Todas las novelas de la saga resultan divertidas -de ahí la heterogeneidad de sus lectores- porque incluyen entre sus páginas, además de los reconocidos recursos del folletín clásico, ciertas técnicas del cine y también del cómic. La mejor metodología para llevar a cabo su escritura, la propia de Pérez-Reverte, marca de la casa: sujeto, verbo, predicado y las comas en su sitio. Y una recreación personal del lenguaje del Siglo de Oro, amparándose en los clásicos de la época, que le sirven de modelo. El personaje Diego Alatriste tiene su germen, tan tempranamente, en las páginas de ‘El húsar’, su primera novela, en 1986, cuando Pérez-Reverte, que aún no pensaba ni remotamente en la invención de su criatura, describe a uno de los soldados con una cicatriz perpendicular en la mejilla, nariz aguileña y fuerte como un halcón, y la piel del rostro tostada por miles de soles.

En la solapa del primer volumen de la saga, que escribe con la colaboración de su hija Carlota, anuncia los títulos de las siguientes cinco entregas, que poco a poco, a medida que han pasado los años, se han convertido en nueve, y, acaso, surja alguna otra más. Lo que parecía ser únicamente el descanso del guerrero entre novela y novela, un puro y sencillo divertimento, una manera de poner sobre el tapete, como sucede con sus artículos periodísticos semanales, el inconformismo del autor y la rabia por aquello que no le gusta, lanzando de esta manera sus dardos contra todos aquellos que olvidan o se avergüenzan de nuestro pasado, se ha transmutado en la auténtica joya de la corona. El libro que cientos de miles de lectores esperan ansiosamente cada año. Y es que, a estas alturas, nadie quiere que Alatriste muera. Ni siquiera el propio Reverte.

José Belmonte
Imagen: Dibujante, ilustrador y pintor, Joan Mundet

Fuente: Artículo completo e ilustraciones en: ABABOL

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *