Cuidado con el éxito. Por Ricardo Cortines

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En esta sociedad nuestra, el éxito lo es todo y el fracaso no es más que la antítesis del éxito, es decir, la nada. Todo el mundo busca el éxito –lo cual es lógico– y nadie quiere fracasar –lo cual también es lógico–. Sin embargo, ese planteamiento tan cuerdo pierde todo el sentido desde el momento en que se sacan las cosas de quicio, algo en lo que el hombre es un auténtico experto.

El éxito, o sea, conseguir lo que uno busca, está tan sobrevalorado, se ha hecho de él algo tan sagrado, que muy pocos son los que en la práctica anteponen los medios a los fines. En este país, en ciertos ámbitos sobre todo, la cultura del esfuerzo tiene poco que hacer frente a la del pelotazo y los atajos casi siempre son bienvenidos. Queremos tener éxito a cualquier precio… excepto si ese precio es el del esfuerzo.

¡Pero es que el éxito cuesta! ¡Vaya si cuesta! Para conseguirlo se requiere trabajo duro, empeño, pasión, tenacidad… No hay secretos para alcanzar el éxito y es imperioso que cambiemos nuestra mentalidad en este punto y dejemos de apreciar los éxitos que no vienen por el camino del esfuerzo.

Hemos sacralizado el éxito de tal manera que la mayoría de la gente cree que no hay en él nada malo, que del éxito solo puede surgir éxito. Sin embargo, pensando así se corre uno de los riesgos más reales y potencialmente dañinos que se me ocurren: el riesgo de MORIR DE ÉXITO.

Éxito y fracaso son desenlaces, pero ni uno ni otro suponen el final de la historia. Cuando fracasamos, si somos capaces de ponernos de nuevo en marcha, de aprender de ese fracaso tomando nota del error cometido y rectificándolo, no solo nos habremos levantado, sino que estaremos más cerca del éxito que antes. Y lo mismo pasa con el éxito: tampoco es el final de la historia. Tener éxito en un momento dado no garantiza nada, y así como el fracaso es reversible, es decir, que si lo gestionamos bien le podemos dar la vuelta y convertirlo en un éxito, el éxito puede acabar en fracaso si no lo gestionamos bien.

Todo el mundo teme al fracaso, pero creedme si os digo que el éxito es tanto o más peligroso. El éxito ¿peligroso?, os preguntaréis. Sí. El éxito es peligroso y lo es porque tiende a hacernos pensar que nada puede fallar. Que algo vaya bien no significa que no pueda ir mal y, si nos confiamos, si perdemos la perspectiva, si creemos que el éxito es el final de la historia, el fracaso hará acto de presencia tarde o temprano.

Llevemos este tema a la política, que es donde quiero ir a parar. Veamos: ¿cuál es el problema que tenemos en España políticamente hablando? Pues, dejando a un lado la corrupción –y que conste en acta que el poder no corrompe, sino que son los corruptos quienes encuentran en el poder su hábitat natural–, el problema es que nuestros gobernantes, nuestros «jefes», no tienen ni la más remota idea de gestión.

Gestionar consiste en tomar medidas –o no– ante situaciones diversas, o sea, en saber cuándo hay que tomar una medida y, en su caso, qué medida tomar. Y para eso es esencial asumir un fracaso cuando aparece –algo que los políticos nunca hacen– y, por otro lado, no olvidar que los éxitos también hay que gestionarlos. El buen gestor nunca puede bajar la guardia, ni ante los fracasos ni ante los éxitos.

Pondré un ejemplo de gestión del fracaso (PP) y otro de gestión del éxito (Ciudadanos).

El PP está en pleno fracaso: las encuestas, las recientes elecciones andaluzas, la opinión pública… todo le dice que «por ahí, no», que debe tomar medidas si quiere remontar el vuelo. Pero sus «cerebros» no acaban de ver la magnitud del fracaso y, en vez de preocuparse por identificar aquello en lo que pueden mejorar y mejorarlo efectivamente, su estrategia se limita a esperar que la economía se recupere y a sacar a la luz los «marrones» de sus enemigos electorales. Pero entre que a la economía –a la real, a la que cuenta– le queda todavía un trecho para tener buen aspecto y que lo máximo que el PP le puede echar en cara a quien en estos momentos es su mayor enemigo electoral es que «son catalanes», la cosa no pinta bien.

Para gestionar ese fracaso e intentar evitar el monumental batacazo que va derecho –nunca mejor dicho– a pegarse en las próximas generales, el PP debería tomar medidas ostensibles. No estaría mal, por ejemplo, lanzar una campaña como la que el partido hizo en su día, con su cúpula directiva en torno a un sofá. Solo que, en vez de charlar unos con otros distendidamente sobre si les ha faltado «piel», lo que deberían hacer es disculparse ante sus electores por haberles hecho creer que iban a hacer unas cosas y terminar haciendo todo lo contrario. Y, después, con la misma, se irían a sus casas y dejarían paso a gente como Semper o De la Serna. Pero, claro, eso es algo que los mandamases del PP ni se plantean.

En cuanto a Ciudadanos y su éxito, lo primero es preguntarse cuál es la razón del mismo.

Ante todo, el éxito de Ciudadanos se explica por estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Gran parte de la ciudadanía española se venía sintiendo estafada por los dos grandes partidos y había un nicho de mercado enorme esperando que alguien lo ocupara.

El PP se ha quedado fuera de juego por lo que todos sabemos: su inesperada política –inesperada no por imprevisible, sino porque se nos dijo que «esa señorita» no vendría–, sus casos de corrupción, la falta de un líder carismático…

En cuanto al PSOE, para buena parte de la población es el responsable de lo que pasa hoy en España. De 2007 a 2011, con la crisis «a todo meter», lo único que hicieron los socialistas, entonces en el Gobierno, fue negarla y dirigir el país como si no pasara nada.

Ante un problema, lo peor que se puede hacer es hacer nada. Cuando se lleva a la espalda el destino de millones de personas, esa responsabilidad tiene que conducirnos a tomar decisiones, y, si no somos capaces de tomarlas, lo que debemos hacer es reconocerlo y volvernos por donde hemos venido. Pero quedarse un año y otro al calor del poder como si todo estuviera en orden, entreteniendo al personal con «alianzas de civilizaciones» y «educaciones para la ciudadanía», mientras el país se hunde sin remedio… no se me ocurre mayor infamia.

Podemos fue el primer partido que «pegó» con fuerza en la carrera por hacerse con el descontento de la gente, aunque poco a poco han ido saliendo a la luz todas sus verguenzas –que son muchas– y ahora mismo los Iglesias y Cia. están perdiendo fuelle.

Pero la gente está harta de verdad y de verdad quiere un cambio. De modo que, aquí y allá, entre los potenciales votantes del PP especialmente, se empezó a hablar de Ciudadanos como algo más que un partido catalán que se opone a la independencia de Cataluña. Y la mecha ha prendido deprisa, tan deprisa que en las anticipadas elecciones andaluzas Ciudadanos multiplica por 8 sus votos en relación con las elecciones europeas celebradas menos de un año antes. Y eso sin tener cobertura mediática.

¿A qué se debe el éxito de Ciudadanos? Sin ánimo de ser exhaustivo, yo diría que a cuatro factores principales:

1) A su líder. La imagen y el discurso de Albert Rivera inspiran confianza.

2) A la capacidad del partido para representar el mensaje de la sensatez, que es justamente el valor que la gente reclama en estos tiempos.

3) A que se les ve como una alternativa real y fiable, no como un experimento. Ciudadanos nace en 2005 y lo hace en Cataluña, defendiendo precisamente la unidad de la nación española, una postura que quienes no son catalanes valoran enormemente.

4) A su manera de comunicarse con el electorado. En las elecciones andaluzas Ciudadanos hizo una campaña encomiable sin apenas presupuesto.

Confío en que Albert Rivera y su equipo tendrán la cabeza fría y serán cuidadosos a la hora de manejar su éxito. El oportunismo es deporte nacional, y si Ciudadanos aspira a gobernar España no debería pactar con quienes solo buscan una salida de emergencia, ni dar cabida a más políticos –necesitamos gestores, no políticos– ni permitir, en definitiva, que el poder de administrar, que tantos y tantos ciudadanos están dispuestos a darle, acabe en manos de personas que solo buscan una «sillita» y cuyo único mérito consiste en aprovecharse del «huracán Albert».

Cuando se crece mucho y tan rápidamente como en este caso, es muy difícil mantener el control. Y ese es el reto que tiene ante sí Ciudadanos: no dejarse llevar por su éxito.

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 Ricardo Cortines

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Un comentario:

  1. Elena Marqués

    Aplicable a cualquier ámbito esta interesante reflexión.

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