¿Fuiste feliz? Por Maribel Romero Soler

¿Fuiste feliz?

Hay un murmullo de hojas secas, un rumor de otoño, una lluvia persistente que lava los cristales de tu habitación. Tan vacía. Donde me encuentro sin ti, rodeada de recuerdos. ¿Fuiste feliz? Necesito saberlo. Solo eras una niña cuando te arrancamos de los brazos los ositos de peluche y pusimos sobre tu cabeza una responsabilidad que no te correspondía, una corona que para ti fue un juguete y que nosotros pensamos que te convertiría en una auténtica princesa. Los padres quieren lo mejor para los hijos, pero en ocasiones no saben qué es lo mejor.

Lo dejamos todo por ti, los trabajos, los amigos, las aficiones… Y comenzamos a recorrer el mundo a tu lado. Viajes, hoteles, sesiones fotográficas, pasarelas, entrevistas en televisión. «Me aburro», decías de vez en cuando. Y tratábamos de convencerte de que eras una niña afortunada, la más linda del planeta y con una cuenta corriente que crecía como la espuma.

Creíamos haber conseguido para ti el calor de hogar allá donde estuviéramos, fuera un hotel en Nueva York o un pequeño apartamento en Roma, sin ser conscientes de que en tu corazón hacía ya tiempo que se había instalado el frío. ¿En qué nos equivocamos?

Estoy observando tu foto, la que descansa sobre la mesita de noche. Tenías siete años y acababas de ganar el concurso de belleza. Tus ojos brillan como dos estrellas, los mismos que ahora, apagados, se hunden en sus órbitas, como si miraran hacia adentro, buscando quizás algún recuerdo amable que te permita sostener tu esqueleto un día más.

Solo han transcurrido diez años desde esa instantánea y la niña linda que sonreía a la cámara con un cheque entre las manos casi más grande que ella hace seis meses que perdió la sonrisa, los mismos que llevas recluida en la habitación de un hospital, alimentada a la fuerza, con sueros que recorren tus venas buscando vida, una vida que se te escapa entre piel y huesos.

La noticia de hoy ha sido demoledora. No solo no has aumentado ni un gramo sino que has perdido dos kilos. Los médicos no se lo explican. Dicen que el fallo multiorgánico se producirá en cualquier momento, que estemos preparados.

Querida hija, quiero abrazarte, quiero que se me claven tus costillas hasta que me duelan, como cilicios sangrantes, pagar mi culpa si la tengo, sentir tu sufrimiento y castigarme con él por haberte robado la infancia, pero me falta valor. He huido del hospital, he salido corriendo para refugiarme aquí, en tu dormitorio, rodeada de las muñecas con las que nunca jugaste, buscando un aroma que jamás se impregnó en tus sábanas porque apenas dormiste en ellas. Me escapo así de tu imagen de muerta viviente, de tus veintinueve kilos repartidos en un metro setenta, del dolor de mirarte, de la angustia de perderte. ¿De qué sirve tener a una madre al lado cuando esa madre está ciega? No supe ver en ti la desesperación que te llevó al abismo. Qué egoísta, qué cruel.

¿Fuiste feliz? Si al menos supiera que en algún momento de tu vida fuiste feliz podría tal vez encontrar un poco de paz en el infierno en que ahora mismo me consumo, pero creo, querida hija mía, que ya no voy a tener ocasión de preguntártelo.

Maribel Romero Soler

Blog de la autora

3 comentarios:

  1. Terrible lo que cuentas. Ni el murmullo de hojas secas puede calmar la pérdida.

  2. Como ha dicho Elena, terrible historia. No por ello deja de ser un testimonio valioso, sobre un problema real y gravísimo, que azota a nuestros jóvenes y complica la existencia de familias enteras.
    Es tan difícil la paternidad como difícil es, no ser transmisores de nuestros propios errores; no sería yo quién juzgara a ningún padre por sus decisiones. Como simple opinión, la mía es que la niñez debe ser eso: niñez.
    Basta poner la televisión para observar como cientos de niños cada día confunden: ambición con meta, y fama con felicidad.
    Quiero darte la enhorabuena por esta historia y por las reflexiones tan magníficas que plantea; por no decir de la dureza necesaria de las emociones que transmite.

    Un abrazo enorme, y muchas gracias.

  3. Tremendo relato el que nos cuentas. Imagino el dolor de esa madre y su culpa inmensa y me estremece. Como dice Amelia, confundimos cosas sin comprender bien las prioridades. Pero al final, hasta con la mejor intención, todos cometemos errores.
    Un beso Maribel

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