¿Qué hay dentro de una palabra? (1) Por Amelia Pérez de VIllar

Traduciendo del italiano hace unos días me encontré con una palabra desconocida que tampoco encontré en el primer diccionario en que busqué: mazzesorda. Por el contexto, se refería a algo del campo, probablemente un tipo de planta sin flor, pero con eso no se conformaría mi editor. Así que googleando, googleando, llegué a massagat, y luego a masa gat. Y de ahí, a la imagen. Es ésta:

typha-latifolia
Claro está que todos los de mi generación han visto eso en el salón de su casa, colocado en un jarrón de barro, metal o cristal, según la moda del momento. Pero seguía sin ayudarme mucho. Tampoco alegraría al editor que sustituyera la imagen por la palabra, como esos libros de pictogramas con los que aprenden a leer los niños. Cuando esto ocurre, todos los traductores lo saben, hay que ir a la madre: a la madre de todas las lenguas. Encontré entonces Typha latifolia. Ese es su nombre en latín. Y de ahí al castellano, sólo un paso. Las cañitas de marras tienen en nuestra lengua una infinidad de nombres, muchos más de los que cabe esperar incluso de un idioma tan rico como el nuestro. Todos estos:

aceña, anea, aneas, bayón, bayunco, boa, boga, bohordo, bohordos altos, bordo, carriza, carrizo, cohete, cuca, enea, eneas, espadaña, espadaña ancha, espadaña de agua, espadaña de laguna, espadaña de mazorca, fuso, inea, junco, junco de la pasión, maza de agua, nea, paja real, pelusas, peluso, pelusos, plumino, puro, suca, totora, varilla de corte, velote

Ni que decir tiene que me costó decidirme. Aceña me devolvía al tiempo remoto del río de los domingos de mi primera niñez, y me venía al pelo. Pero… ¿sería así para todo el mundo, para cualquier lector? Dudé un poco. Anea, enea… eso de lo que están hechas las sillas de pueblo. Habría podido valer, también. Pero yo quería una palabra que “tuviera dentro más cosas”. Ríos, campos, verano, hojas, holganza, sol, pueblos mediterráneos o castellanos. Todo ello, ma non troppo. Junco era poco concreto. Paja real se me desviaba del camino. Puro me recordaba otra cosa. Varilla de corte… ¡no! Me gustaban mucho bayunco, carriza y carrizo y espadaña. ¿Os animáis a adivinar con cuál me he quedado, casi, al fin?


espadaña_2Los nombres de Linneo son un universo por derecho propio. Nada queda tan culto, tan fino y tan elegante como citar en un texto el nombre de un animal o de una planta y, al lado, su denominación latina. Sólo esa belleza debería bastar para hacer de esta magnífica obra un uso abusivo. Pero no lo hacemos. Me apena enormemente que los chicos de ahora no tengan esa llave que les permite adentrarse en él, cada vez menos. Y aun cuando sólo unos cuantos locos lo miramos todavía por el simple placer de encontrar esos nombres exóticos, precisos, tan perfectamente exactos y descriptivos como el término ideal con el que tanto nos cuesta dar al escribir o al traducir, los nombres de Linneo son tremendamente útiles para saber de qué estamos hablando. Para llamar al pan, pan y al vino, vino. Con todos sus matices. O sin ninguno en absoluto.

Amelia Pérez de VIllar

Blog de la autora

3 comentarios:

  1. Mi pregunta es: ¿Nos vas a decir en la próxima entrega por cuál te decidiste o hacemos, como la Fundéu (lo vimos hace poco), una encuesta? Lo digo porque yo también tengo mi preferida…
    No, ahora en serio, pues me ha venido a la cabeza alguna que otra conversación mantenida sobre las dificultades de la traducción y lo que simplificamos pensando que todas las palabras tienen su correspondencia en otro idioma sin pararnos a reflexionar sobre que cada lengua tiene su propia idiosincrasia, su cultura y su historia; también sus referentes. No hace mucho he visto (no he llegado a leerlo en profundidad) que el gallego tiene un buen racimo de palabras para designar a la lluvia. Me imagino que, en un sitio donde no llueve mucho, con una les basta y les sobra.
    P.D.: Me gusta «bayunco», pero es un término propio de Andalucía occidental y Extremadura, mientras carrizo es más «universal»… Ay, que no sé. Dímelo tú.

  2. Cristina Cifuentes

    Aunque sea mera anécdota, os diré que en Aragón no se corresponde el carrizo (de espiga grande, suave, abierta y suelta, hermosa sobre todo en los días de sol y cierzo) con la planta de la fotografía, que yo conocí en Valencia y no he visto por mi tierra. Por eso, alegremente y sin razón alguna, voto por una de las variedades del junco o la espadaña.
    Respecto a las traducciones, me gustaría mucho dominar otros idiomas… para evitarlas: no envidio el trabajo del traductor. Me paralizarían las dudas y la amenaza de que me aplicasen el «Traduttore, traditore», Sin embargo, sospecho que debe ser hermosa la búsqueda del término exacto, el juego del deslinde, el aprendizaje constante de materias variadas al que aboca. Espero la siguiente entrega.

  3. A mí la planta de la imagen me recuerda a las que habitaban en muchas casas de mi infancia y que llamábamos juncos. En Galicia, familiarmente, se les llama plumachos y en otras partes de España se les denomina pelusas.

    Ya nos dirás con cuál te has quedado, has despertado mi curiosidad, y yo, desgraciadamente, no soy Linneo.

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