-Pepe, por si no te has dado cuenta, hoy es viernes. ¡Arriba dormilón, tienes que escribir algo rápido para tus amigos del Facebook, antes de irte a trabajar!
-Sí, ya sé que es viernes, estoy mal, pero no tanto como para no darme cuenta del día en el que vivo.
-Pues escribe algo, hombre, no seas así. No eres el que eras.
-¿De verás crees que soy otro?
-Te siento distinto y distante desde hace unas semanas.
-Hace muy poco tiempo de la muerte de mi madre. ¿Tú crees que las personas cambiamos tras un suceso de esa naturaleza?
-No creo que cambie todo el mundo, pero, indudablemente, las personas cambian o reaccionan ante crisis o dramas, y cuanto más graves son estos, más profundo es el cambio que provocan. Por cierto: ¿Tú qué tanto lees últimamente, has leído qué las personas cambian completamente cada diez años?
-¿En qué sentido?
-Sí, según dicen los que saben de medicina y esas materias, una persona cambia todas sus células cada diez años aproximadamente. De ahí que se afirme que cada diez años somos una persona distinta.
-Entonces, según esa teoría, ¿en nuestra vida y en la naturaleza todo son ciclos? ¿Nuestra vida gira en torno nuestro, da una vuelta completa sobre nuestra conciencia cada diez años, y, al finalizar, ya somos otra persona?
-Algo así, más o menos.
-¿Entonces no soy el mismo que cuándo comencé a trabajar en esto de los cosméticos?
-¿Cuántos años llevas ya en ese trabajo?
-Parece que fue ayer, pero ya llevo casi veinte años.
-Pues está claro, Pepe, ya no eres el mismo. De hecho, has cambiado dos veces. Ya has sufrido, o estás a punto de sufrir, tu segunda gran transformación.
-¿Entonces no es únicamente por lo de mi madre?
-Todo influye, Pepe. Todo lo que nos sucede y todo lo que acontece a nuestro alrededor, indudablemente, nos termina afectando por muy duros que nos pretendamos hacer.
-Por cierto, ¿quién eres tú, que llevas ahí sentada en mi cama más de media hora y me hablas como si fueras la voz de mi conciencia?
-¿Qué importa quién sea o lo que yo sea?
-Espera, me pongo las gafas, que hay poca luz y este último cambio vital se me ha llevado más de una dioptría de cada ojo. ¡Te pareces mucho a mi madre de joven! ¿Eres mi madre? Dime, no te marches ahora: ¿Acaso eres mi madre? No te marches aún, por favor, mamá, sé que eres tú, quédate un rato más. Te echo tanto de menos, mamá.
-No, no soy tu madre, soy el otoño.
José Fernández Belmonte
Un maravilloso diálogo, una conversación onírica, un dolor sostenido en el que el otoño acaba sacudiéndonos. Creo que es mi estación favorita (de hecho, algo me dictó hace muy poco), a pesar o precisamente por su color melancólico y sus lágrimas de lluvia.
Un tremendo abrazo.
Hermoso diálogo donde se mezcla el dolor por una ausencia irremediable. Un otoño que parece ser nostálgico y que hace pensar que hay transformación en las personas con el paso de los años.