Nº33- La última cena. Por Hypatia

           Desde el cielo, las ramblas de Barcelona son un torrente de cabezas de turistas que fluyen anárquicamente por el suelo en los dos sentidos de la vía.

           Estoy sentada en la terraza del café Emporium, justo enfrente de un gran edificio de piedra con los alféizares gastados y unas cenefas pintadas que, por efecto del tiempo, parecen un boceto apenas insinuado que recorre su cuerpo transversalmente.

           El sol me mira desde allá arriba y dejo que sus rayos me acaricien. ¿Sentir calor es estar viva?

           Es sólo un día más. ¿Qué lo distingue de cualquier otro? Lo intento, juro que lo hago con todas mis fuerzas, pero no soy capaz de encontrar nada significativo que lo diferencie del de ayer, del de anteayer. Miro mis uñas, la semana pasada las llevaba de color amarillo y ahora se han tornado en un rojo chillón que recuerda a la sangre y me gusta. Es un cambio nimio, no cuenta. El artículo sobre James Salter que, antes de salir de casa, envié a la revista Tinta y Carmín, es nuevo, pero tampoco cuenta, llevo tanto tiempo haciendo este trabajo que lo hago mecánicamente, sin alma.

           Leo con parsimonia las páginas de La Vanguardia. Es el único diario que tenía disponible el establecimiento como cortesía a sus clientes. Las letras saltan del papel y transitan con torpeza por mi hipocampo sin que les dé tiempo para que se conviertan en enlaces neuronales.

           De pronto, o, tal vez es mejor decir, sin saber por qué, una noticia me asalta y rompe la barrera de la insulsez que paladeo junto al cappuccino casi frio.

            En la penitenciaría de North Haverbrook, Rufus Driftwood fue ejecutado el mes pasado después de estar más de treinta años esperando en el corredor de la muerte. Lo recorrió muy despacio, pienso en un alarde de imaginación y de estúpido humor negro. Inocente. La cabecera resalta esa palabra en negrita. Ahora, han descubierto las pruebas que lo exoneran del crimen por el que fue condenado y ejecutado.

           ¿Viviré treinta años más? Es difícil saberlo. El sol sigue resbalando por mi cuerpo y noto cómo el calor llega hasta los dedos de mis pies. Yo también estoy condenada a muerte. Tampoco he cometido ningún delito, pero lo estoy, todos lo estamos. Me rio por la ocurrencia, echo la cabeza un poco hacia atrás y dejo que mi larga cabellera se muestre en toda su extensión. A través de los cristales de las gafas de sol, veo que el camarero me mira fijamente, pensará que estoy loca el condenado.

           Vuelvo a repasar la noticia del diario. Me imagino a Oliver Law, un cura negro sensiblero dándole consuelo moral en sus últimos momentos, sin saber que dentro de diez años le diagnosticarán un cáncer de pulmón por el que morirá pocos meses después. Es una paradoja, un condenado a muerte consolando a otro condenado. Es cierto que uno está en libertad y el otro en reclusión, pero cuánta gente se recluye en su casa, en su pueblo, en su ciudad, en su propio cuerpo.

           Rebobino mis pensamientos, me imagino a Rufus acercándose a la temida silla en la que la sociedad americana purifica las deudas morales como un bautismo macabro inverso de amperios y muerte, custodiado por dos agentes de prisiones veteranos de nombres: John F. Grey y Will Kane. Ignoran que al primero le quedan dos meses de vida, se verá involucrado en un asalto a  una gasolinera en la que nunca hubo de haberse detenido porque todavía le quedaban más de cinco galones en el depósito, y que aunque el segundo tendrá más suerte, sólo podrá conocer a su nieto durante un raquítico e insuficiente día. Dos condenados custodiando a otro condenado, vaya dislate.

           Treinta años esperando. Rufus no conocía la fecha de su muerte, yo tampoco. En la antigüedad, cuando las ciudades cercadas se veían cercanas a ser sometidas por sus enemigos, muchos de sus habitantes se quitaban la vida. Recuerdo que en la escuela nos lo repetían hasta la saciedad y nos ponían como ejemplo de valor a Numancia y Sagunto. Sus ciudadanos tampoco sabían cuál era su momento, sólo que estaba próximo. ¿Cómo saber cuál es el nuestro? ¿En qué rincón recóndito de nuestro cuerpo, el creador nos ha marcado la fecha de caducidad? Creo que me conformaría simplemente, con saber cuál es mi fecha de consumir preferentemente.

           Escondida tras el luto de mis gafas, miro el río de gente que pasa ante mis ojos. Todos son condenados, sin uniforme, sin sentencia conocida, sin poder elegir el contenido de su última cena, pero iguales en la espera. A algunos tal vez sólo les quedan unos días, quién sabe si horas. Un accidente, un infarto, un asesinato, una enfermedad. Tenemos muchas maneras de morir, pero la propia sólo la conocen los condenados a muerte, como Rufus, y los suicidas.

           ¿Quién, de todos los que desfilan ante mí, puede ser un suicida? ¿El gordo de las chanclas? No, no me cuadra su complexión como suicida. Su aspecto me grita, con el megáfono de su camisa hawaiana de flores exageradas, que está muy a gusto en su particular corredor de la muerte deglutiendo uno a uno los días que le restan. No, definitivamente no. En cambio, esa chica delgada sí que podría serlo. Está inmóvil junto a un árbol, con la boca fruncida y una vaga expresión resignada. Lleva mucho rato allí, reparé en ella cuando me acomodé en la silla. Tiene la mirada lánguida, apagada, inexpresiva, diría yo incluso que febril, como si algo la reconcomiese por dentro. Mira de soslayo y elude los ojos ajenos, nada de lo que ocurre a su alrededor tiene que ver con ella. Si no te veo, no me ves. Estoy a punto de otorgarle la etiqueta de primera candidata, cuando una voz a lo lejos hace que se gire. Otra chica, de edad parecida a la suya, se le acerca corriendo. Se besan en los labios, larga y profundamente. Cuando se separan, veo como el sol brilla en sus ojos y las sombras han desaparecido de su cara. Me guardo la etiqueta o mejor, la cambio por el de condenada uno y condenada dos.

           Vuelvo la vista hacia la abundancia de condenados que remontan el paseo embarullándose como salmones desorientados. Recuerdo una frase que me decía mi madre: “¿si tú te ves guapa, los demás también te verán guapa?” y me pregunto: ¿sí yo los veo como condenados, ellos me verán a mi igual? Reconozco que las dos preguntas son igual de falsas, pero lo peor es pensar en el motivo que me lleva a hacérmelas. ¿Quién es tan inconsciente para verse a sí misma de ese modo? ¿Quién es capaz de pensar que sólo somos unos condenados a muerte a la espera de que se cumpla la sentencia? ¿Tú? No me hagas reír.

           El camarero sigue observándome. Es joven, pero ya ha pasado de los veinte. Seguro que Anne Marie no me calificaría de infanticida si me lo llevase a la cama. Le sorprendo mirándome el escote desde lejos. Le hago el gesto de escribir en el aire y en pocos momentos se presenta con la cuenta en un platillo de plástico de un color indeterminado. Intenta no mirarme los pechos, pero no puede evitarlo, está algo turbado.

           –Tout va bien?

           –Oui madame… –balbucea azorado.

Cuando va a recoger el cambio, alargo mi mano y con el dedo meñique alcanzo a tocar su suave piel. Mis uñas resplandecen al sol como una declaración de intenciones. Se pone rojo, pero mantiene su mano junto a la mía más de lo que sería necesario para recoger la vuelta.

           –Comment t’appelles?

           –Marcelo.

           –Voluez-vous être mon dernier dîner?

 
 

47 comentarios

  1. Y aquí estás en la final, Hypatia, como esperaba. Enhorabuena. Me encantará compartir contigo mesa, mantel e ilusiones en la cena de Murcia. Y que no sea la última. Un abrazo.

  2. Te felicito por estar entre los diez finalistas.
    Abrazo.

  3. Enhorabuena, Hypatia. A ver si en la cena nos cuentas si has pensado en continuar… Aunque me temo que la nominación ha demostrado que el relato es perfecto así. Un abrazo.

  4. La última cena será en Murcia ¿La servirá también Marcelo?
    Enhorabuena y mucha suerte en la entrega de los Oscar.

  5. No me equivoqué. La suerte es para los que carecen de talento. Todo lo que había que hacer, en tu caso, era sentarse y esperar.
    Felicidades.

  6. Hay quien necesita suerte y votos y otros que sencillamente tienen que permanecer sentados, como la protagonista de tu historia, hasta que alguien que sepa valorar el talento se fije en este texto. Inútil decirte a cuál de los dos categorías perteneces. Una delicia de crónica urbana, un día de tantos.

  7. Hypatia, de mayor yo quisiera escribir con la facilidad que lo haces tú. Y crear un relato tan profundamente inquietante como el que tú has construido. Sabes darle al tema universal de la muerte una atracción hipnótica, no exenta de un distanciamiento irónico y rebelde, como la atracción que ejerce la protagonista sobre el inocente camarero.
    La originalidad de tus imágenes («las letras saltan del papel y transitan con torpeza por mi hipocampo…» o «el megáfono de su camiseta hawaiana») demuestra un dominio de las capacidades expresivas del lenguaje.
    Lo dicho, me encanta tu relato.
    Enhorabuena. Y que te veamos en la final.

    • Muchísimas gracias por tus amables comentarios. Son como una pastilla de ánimo para la semana que comienza.

  8. Tienes mi voto

  9. En algún momento de nuestra vida (o en muchos), todos nos hemos planteado lo mismo que tu protagonista. ¿Qué tengo seguro? Sólo este segundo y te lo estoy dedicando por tu buena prosa.

    • Hola, Duna,
      Muchas gracias por tu lectura y por este segundo que me dedicas y que es mucho más que una sesentava parte de un minuto.

  10. Hypatia, creo que es porque me veo en cada uno de los pensamientos de tu personaje, pero este relato me ha parecido uno de los mejores del concurso. Tras su aparente sencillez esconde una filosofía vital profunda y actualísima, como de pesimismo mágico. Un retrato social espeluznantemente real. Muy bien escrito. Mi enhorabuena y voto.

    • Gracias, Epicúrea,
      Son muy halagadores tus comentarios. Me alegra mucho ver que en lugar de nadar por la superficie te has sumergido entre mis líneas. Desde un punto de vista inhabitual e irreal, intento reflejar algo terriblemente real, tomándome la libertad de sugerir una manera de abordar el tema: vivir, que no consiste en estarlo, si no en sentir que estamos vivos.

  11. Reflexiones desde la terraza. Pensar en cual será la fecha de caducidad de cada uno. En fin, muy ocurrente, a mí, la verdad, no se me hubiera ocurrido hacerlo: pensar en cómo morirá la gente que veo a mi alrededor revisando sus caras, su forma de andar, lo que hacen en cada momento. Y visualizar paso a paso como habrán sido los últimos momentos de un condenado a muerte: conducido por los guardias tras cenar bien, consolado por el cura y finalmente ejecutado…, sin ser culpable. Se me ocurre que faltan el juez, el verdugo y el público, que algunas veces también asiste, para completar una especie de metáfora social de la injusticia. Menos mal que, al final, lo arreglas un poco y salvas a esa chica delgada que acaba besándose con otra. Al menos esa parece feliz en su vida.

    Bueno, no me hagas caso, Hypatia, al final, sin proponérmelo, he acabado yendo más lejos que tú. Literariamente, me ha gustado, está bien escrito con una prosa en presente muy escogida.

    Suerte, Hypatia

    • Gracias, Enara,
      La victima que resulta ser inocente, la joven que puede parecer que tiene tendencias hacia el suicidio pero no es cierto… Las cosas no son siempre como nos parece o como nos dicen. En el fondo, quería hacer una llamada al aprovechamiento del tiempo, de ahí la determinación con la que la protagonista se lanza en la escena final. Carper diem.
      El juez me sobra, pero no se me ocurrió incluir al verdugo y al público, creo que hubiesen ayudado a redondear la escena. Gracias por la sugerencia.

  12. Sí el relato es muy bueno ¿Por qué me recuerda tanto La grande belleza? No lo sé pero, en cualquier caso, también se merece un Óscar.

    • Gracias Benito P. por tus comentarios.
      Tengo que ver La grande belleza par ver ese parecido, me has despertado la intriga.

  13. Estupendo y fresco monólogo interior con un tema que nos guste o no, todos estamos condenados a vivir. Un final dulce con el camarero-bombón. Muy bueno, te deseo suerte.

  14. Estupendo relato que también nos hace reflexionar pero con encanto, me gusta la naturalidad con la que trata un tema tan universal como que la muerte es cierta y que juzgamos denasiado ligeramente.
    Una prosa excelente.Enhorabuena Hypatia.
    Suerte
    Freya

    • Realmente es un tema que la sociedad occidental oculta para que sigamos teniendo el ansia del consumo como leitmotiv.
      Freya muchas gracias por tu comentario

  15. Tu relato me ha dejado un excelente sabor de boca Hypatia, la excelente prosa nos imbuye hasta las introspecciones de la protagonista, la mesa y el café como único decorado (si exceptuamos al camarero,,, por cierto, también apoyo la continuación con una segunda y tercera parte) y la gran vía como extra en este acto.
    Magnífica la línea argumental desde las divagaciones de la protagonista.
    Un saludo

    • Madroca, muchas gracias por tus comentarios.
      Al final tendré que hacer un pensamiento para indultar a la protagonista.

  16. Por lo que respecta al fondo del relato, mi punto de vista, válido como cualquier otro, es el de que la narradora, en primera persona y tiempo presente, realiza un ejercicio de introspección sobre la sustancia de la misma vida, sus servidumbres y vulnerabilidades, con una mirada múltiple, caleidoscópica y, sobre todo, libre. Y, para mi gusto, es esa impagable libertad de pensamiento lo que destaca más en cada reflexión de la mujer. Con la herramienta de un estilo sencillo pero inteligente, en las antípodas del sensacionalismo narrativo.
    En cuanto a la forma, salvo en dos o tres mínimos detalles, durante el tiempo que me ha llevado leerlo parecía que estuviera escuchando un quinteto de cuerda preciosamente afinado.
    Un relato-beso.

    • Hola, Alex,
      Como el tema trata de distorsionar una noticia hasta llevarla a un extremo, elegí un narrador en primera persona para acercarlo al narrador. Me ha gustado mucho lo del relato-beso. Muchas gracias por tus comentarios.

  17. Impecablemente escrito y con un buen dominio narrativo, un relato con varios niveles de lectura. Casi una clase práctica: cómo escribir a partir de una noticia, introspección, y un final abierto que lo convierte en relato (o quizá más). Muy interesante, felicidades.

    • Hola, Greta,

      Intento que siempre tenga más de una lectura, igual que la vida. Gracias por tus comentarios.

  18. Vengo atraido por el título, muy parecido al de otro relato, aunque de contenido diferente.

    Muy bueno, muy bien escrito, y coincido con Gaia en que es ocurrente. Felicitaciones y suerte.

  19. He tenido muchas sensaciones leyendo su relato, un «déjà vu»: las gafas («a través de las gafas de sol, veo que (…)». «Escondida tras el luto de mis gafas, miro (…)»); la referencia a la madre —una madre que intuyo guapa y que quizá dude la protagonista de sí misma ante ella—; el nombre de Anne Marie…etc. Quizá sean solo coincidencias que tenemos los humanos por el solo hecho de vivir (y de condenados). ¿Sí?

    Me ha gustado mucho ese vaivén de pensamientos, ideas, recuerdos, sueños, deseos… Es acertado y ocurrente. Está muy bien escrito, el ritmo tiene el mismo vaivén que el baile de pensamientos de su protagonista. Aunque es un final muy abierto —parece que pide continuación—, es un gran relato. Enhorabuena y suerte.

    • Muchas gracias, Gaia,

      Son muchas más las cosas que nos unen, que las que nos separan.
      Al principio del relato, incluyo una imagen de gente moviéndose sin orden y la palabra «anarquía» deliberadamente, como anticipación de la sucesión de pensamientos de la protagonista. Me alegra que hayas reparado en ello.
      Suelo sumergir un montón de símbolos en los relatos, aunque después la mayoría de ellos pasen desapercibidos.

  20. ¡Hola, Hypatia! Me he dicho: «Hoy leo la última entrada…», y ha sido una grata sorpresa encontrarme con tu seudónimo. No sigo ningún patrón para leer, salvo que algún compañero me visite en mi relato, en cuyo caso le devuelvo, en cuanto puedo, la visita.

    Relato de lectura fluida y suavemente intrigante gracias al arte con el que envuelves el tema del inevitable e incalculable momento de dejar este mundo. Me has arrancado una gran sonrisa al leer «Creo que me conformaría simplemente con saber cuál es mi fecha de consumir preferentemente.»; yo también 🙂

    Respecto a la protagonista, tal y como la ha creado mi mente, no es realmente peligrosa para nadie salvo para ella misma.
    ¡Suerte!

    • Muchas gracias, Juno,

      Me alegro que te haya gustado.
      Creo que a todos nos gustaría saber nuestra fecha de consumo preferente, cambiaríamos nuestro sistema de valores a mejor y, tal vez, no seríamos tan materialistas. Carpe diem.

  21. Pues yo me he quedado con el estómago revuelto. Como cuando me dio por ver a la gente como futuros muertos… con lo que me costó quitarme esa manía.
    Vale, tengo que reconocer que está escrito de puta madre.
    Y ese pobre chico… ¿Se lo comió esa misma noche asado con la manzana en la boca? ¿fue testigo de un suicidio? ¿tenía turno de noche y se escapó de las dos opciones anteriores?
    Pues sí, da para continuar revolviendo las tripas al personal.
    A ver cuando puedo quitarme ahora de la cabeza que el pasillo de mi casa es el corredor de la muerte. Muchas gracias Hypatia.

    • Gracias, Noniná, por tus comentarios.
      No se come a nadie, simplemente la vida sigue y dentro de esa visión pseudo negativa, es una invitación a vivir cada día (cena, en este caso) como si fuese el último.

      • ¡Que descanso si no se come ni mata al chaval! las uñas pintadas en rojo me hicieron temer lo peor. Pero lo del pasillo no tiene solución.

  22. Estupendo. Y yo también quiero el segundo capítulo, y el tercero… Aunque funciona perfectamente como relato cerrado, por supuesto. Felicidades.

    • Gracias, Bogardilla,
      Es muy alentador tu comentario. No había pensado en una continuación, pero me lo apunto como posibilidad.

  23. Esa fina ironía merece un aplauso. Sinceramente pienso que solo puede pertenecer a una mente femenina y te considero el mejor relato que he leído. Enhorabuena

    • Gracias por captar esa ironía que he intentado impregnar al relato. Eso debe ser porque, aunque no nos conozcamos, seguro que tenemos muchas cosas en común.

  24. Odiseo González

    Estupendo relato el que Hypatia nos regala. Una prosa excelente. Y sus reflexiones viendo pasar la vida por delante de la mesa de la terraza del Café, ¿quién no las ha tenido alguna vez? Yo sí, pero peor hilvanadas. Me doy la enhorabuena por haber encontrado tu relato. Gracias Hypatia.

    • Gracias, Odiseo,
      Muchas veces me pregunto cómo será la vida de la gente que pasa ante mí e improviso pequeñas historias, dependiendo de las características de los viandantes. Es un ejercicio muy recomendable. A veces, cuando alguien se me queda mirando, pienso si hará lo mismo conmigo.

  25. Genial!qué personaje ,me ha encantado. Me has hecho entrar en esas divagaciones con fuerza con guiño con sarcasmo. me ha encantado en la forma en el pensamiento en la expresión.Felicidades!!

    • Muchas gracias, Furtiva,
      He intentado distorsionar la mirada hasta un nivel que puede parecer absurdo, aunque razonado no lo parece tanto.

  26. Interesante ensayo sobre la brevedad del ser. Tan bien escrito, que merecería ser el primer capítulo de una novela larga. Entran ganas de seguir leyendo.

    • Gracias, Anaconda,
      Me estimula mucho tu amable comentario. Al final tendré que hacer una continuación.

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