Nº37- La niña del Ganges. Por Yapa Mala

       El cuerpecito inerte de la niña flotaba en las aguas sagradas del Ganges.

       –Esta niña es de los nuestros–susurró un anciano de inmaculado turbante y barba de nieve, sentado en la escalinata de Benarés–. Ha vuelto a su lugar. ¿Acaso no veis en su mano el tigre de ojos amarillos? –Y siguió salmodiando mientras deslizaba las cuentas de un rosario hindú.

       La niña, de nombre y padres desconocidos, fue recogida en las calles que acunan las aguas del río. Pasó su primer año en un orfanato hindú junto a otros niños de piel tostada y ojos hambrientos.

       Aún no sabía juntar los sonidos de las palabras en su boca, cuando llegó a la institución un hombre y una mujer de lejanas tierras, que no podían concebir hijos. Tenían la tez blanca y los brazos con ansia de entrega. Los cuidadores les hicieron pasar a una sala donde se amontonaban niños y niñas dispuestos para la adopción. La pareja se acercó a una niña que apretaba en su mano un pequeño tigre de madera y ojos amarillos, que le había regalado su cuidadora. La eligieron entre aquel enjambre de chiquillos de ojos llorosos y manitas al aire. La mujer la tomó en sus brazos y la elegida balbuceó “Gánga” (Ganges, en sánscrito), la única palabra que conocía.

       La niña viajó con la joven pareja en dirección oeste, donde todo se cree evidente y definitivo, surcando los cielos en un pájaro metálico que abría y cerraba las alas como un bengalí de la India.

       Se llamará Lucía…, Lu…cía… –anunció gozosa la madre adoptiva. Y la acunó entre sus brazos, mostrándole a los ojos oscuros de la niña el moldeado de sus labios y su lengua al repetir: Lu…cí…a… Fue la segunda palabra que aprendió la niña.

       Unos días después, ya en su nuevo hogar, la niña fue presentada a los amigos y familiares de la pareja. Todos deseaban conocer a  la criatura traída de la India.

       Y todos se sentían obligados a expresar sus comentarios:

       –¡Qué suerte la suya…!¡Entre tantos niños sin hogar…!

       –¡Aquí no le faltará de nada! Lucía ya será feliz con la gente que la quiere.

       –¡Lucía ya tiene papás…y tiene una bonita casa…y juguetes…!

       –Por suerte aún es pequeña, y le será fácil aprender la lengua y nuestras costumbres. Llegará a ser uno de nosotros.

       –¡¿Quién puede predecir el destino?!

       Sólo una anciana discrepó:

       –¡Esta niña no pertenece a esta tierra! Ojalá me equivoque…pero… ¿no os dais cuenta de cómo se aferra a la cola de su tigre?

       Lucía cumplió sus dos años entre mimos, abrazos, regalos y vestidos de color rosa,  incompatibles con su color cetrino. Varias docenas de palabras nuevas abultaron su vocabulario. Pero en la noche, cuando la vencía el sueño, una voz interior le susurraba:¡Gángaaaa, Gángaaaa…!

       Llegó el verano y sus padres adoptivos decidieron veranear en la playa.

       –A Lucía le encantará el mar. ¿No veis cómo disfruta en el baño?, no hay quien la saque del agua. Le compraremos un rastrillo, un cubito y una pala…y un precioso bikini…–dijo su madre, que se ocupaba con tesón del bienestar de la pequeña.

       Amaneció un caluroso día en las costas mediterráneas del Sur. La niña hindú adentraba y retiraba sus pies en el agua, una y otra vez, en un juego tanto de placer como de tanteo. Más tarde su padre le enseñó a rastrear la arena, a moldearla con el cubo y a trasegar el agua para construir un palacio como los que se alzaban en la India.

       Los días transcurrían felices entre arenas doradas y baños de sol. Lucía gozaba yendo y viniendo con su andar vacilante hasta el encaje blanco de la orilla. Hundía su cubito y lo vaciaba en la improvisada y fugaz arquitectura paterna.

       Cierto día los padres bajaron la guardia ante  la quietud de las olas y la confianza del uno en el otro en el atender de Lucía.

       La niña se acercó al filo de la mar atraída por el rizo y la espuma que se deshacía a sus pies. Era como el champú que ponía mamá en su bañera. Agarró su tigre y decidió bañarlo. Se agachó y hundió una manita, y luego la otra…Un golpe de ola inesperado la desequilibró. Sus brazos aletearon y sus piernas dejaron de sostenerse. Lucía flotaba ya cuando una ola recia rompió el suave vaivén de las aguas y la empujó mar adentro. Agarrada a su mascota, Lucía pronto enfiló las corrientes que corren de Oeste a Este y purifican las aguas. Ni sus padres ni los servicios de socorro la pudieron traer de vuelta.

       La niña continuó bordeando las costas del Mar Mediterráneo, que durante el día era azul y por la noche muy negro. Algunos peces se acercaban queriendo morder al extraño animal rayado de ojos amarillos. Pero la mano de Lucía era como un pequeño garfio, que nunca lo soltaba. Algún recuerdo escondido en su joven cerebro le repetía: “Es para Gánga”.

       Recostada en la ola veía pasar extraños peces con bocas de espada, saltarines delfines de morro largo que ejecutaban acrobacias en derredor, y miríadas de otros más pequeños que entraban en la boca de algunos más grandes, de color oscuro y dientes amenazadores. A punto estuvo de ser engullida por uno de aquellos seres hambrientos.  Escuchó la llamada de las crías de cetáceos, que añoraban a sus hermanos y abuelos, y el crujido de los mástiles y el lamento de los náufragos ahogados, vagando en los abismos siderales.

       Una tormenta azotó su cuerpecito y la llevó tan lejos que vio dos veces la salida del sol y de la luna, en un solo día. Cuando las aguas se apaciguaron, Lucía ya se adentraba entre jardines de corales que forman el fondo del Mar Indico, cálido y verde. Más adelante percibió olores ajenos al mar: de fluidos con viscosa textura, de maderas quemadas, de restos de carne podrida, que eran devorados por extraños animales cubiertos de escamas. Aquellos  residuos presagiaban la muerte.

       Tan largo viaje no había descompuesto el tierno cuerpo de la pequeña, que ahora estaba recamado de moluscos y conchas marinas de mil colores. Voces antiguas y familiares llegaron hasta ella. Y percibió que ya no estaba sola.

       Lucía había llegado al final de su viaje. A su alrededor se agolpaban mujeres vestidas con túnicas y velos rojos, azules, ocres, verdes, dorados…, que flotaban como globos; otras hundían grandes conchas en las aguas y se las echaban en la cabeza; niñas sin velo, y con el pelo tan negro como el de ella, llevaban cestitas con pétalos de flores que arrojaban al transitado río. Ancianos sentados sobre sus piernas cruzadas rezaban con los ojos cerrados. A Lucía apenas le llegaban aquellos sonidos ancestrales cada vez más lejanos.

       –Esta niña es de los nuestros…No veis el tigre que lleva en su mano. ¡Recogedla! Aún puede estar viva.

       Y otra voz, con dote de visionaria, exclamó:

       – ¡Ha vuelto de una tierra y unas gentes extrañas a nosotros!  El destino a veces se equivoca… Ya es demasiado tarde… Preparad la pira. Y dejad que Gánga se encargue de su cuerpo para la regeneración… Renacerá al amanecer, como corresponde a los que ya pagaron su karma.

       Y el anciano, de barba de nieve, cerró los ojos y siguió con su mantra dando vueltas a las 108 cuentas del Yapa Mala, mientras Lucía se transmutaba en las sagradas aguas del Ganges.

 
 

24 comentarios

  1. Muy bonito. Bien ambientado, buena mezcla de realidad y fantasía. Excelente prosa en su punto justo de almíbar. Se nota que hay oficio y talento.

  2. Engancha en la primera frase.
    Muy bonito y simbólico. Todos viajamos con nuestros orígenes y has hecho volver a ellos a tu niña con la magía de la literatura.

    Suerte!

  3. Una historia bien contada.
    Mucha suerte.

  4. Me ha gustado leerla, es una bonita historia entre Oriente y Occidente. Un relato que acaba como empieza, con el viejo hindú dando vueltas a las 108 cuentas del Yapa Mala y a su mantra. Un relato bien escrito (quizá algo corto) con el tema de las adopciones de fondo (viajan al oeste donde todo se cree evidente y definitivo, ¡qué suerte la suya!, ¡aquí no le faltará de nada!, ¡Lucía ya tiene papas y una bonita casa y juguetes…!). Pero quizá eso sea otra historia.

    Suerte, Yapa Mala

  5. Siempre ne ha encantado leer novelas que nos narran episodios de la India. Tu relato también me ha llenado de esos sentimientos.

    • La India nunca deja indiferente, a veces es excesiva en su naturaleza, en su sensualidad, y otras veces invita a los más variados sentimientos.
      Gracias por tu comentario, Anaconda.

  6. Me ha gustado mucho.
    Suerte.

    • Me alegro que te haya gustado, Benito P.
      He leido casi todos los relatos, algunos muy buenos.
      Espero que se animen a enviar algunos más.
      Estoy disfrutando este certamen con vuestros comentarios.

  7. Esta historia podría incluirse, tanto por su idea como por su forma de narrarla, en la atractiva biblioteca de leyendas ancestrales, desde las numerosas narradas en «Las mil y una noches» hasta algunas del Antiguo Testamento como la de Moisés. Quizá no tanto por el desenlace como por su trasfondo.
    El trabajo de redacción sin duda habrá sido arduo, para lograr ensamblar sin altibajos el ambiente cosmpolita de la sociedad occidental con la atmósfera pausada y ascética de la India.
    Un buen relato, en resumen, lleno de hallazgos interesantes y con un lenguaje escogido y asequible.

  8. Odiseo González

    Un cuento bien contado, con imaginación y misterio. Suerte.

  9. Me ha encantado la historia y como esta contada Yapa Mala. No conozco la cultura India, pero he vívido este imaginativo viaje lleno bonitas metafóras e imágenes.
    Te deseo mucha suerte.

    • Alex, Odiseo, Freya, me alegro que os haya interesado mi Niña del Ganges. No viajé nunca a la India, pero la historia surgió debido a un hecho real, bastante triste para sus padres adoptivos, que ocurrió hace unos años.

  10. आप अपने शब्दों में हिन्दू आध्यात्मिकता का सार ले.
    नमस्ते Yapa Mala

    (Llevas en tus palabras la esencia de la espiritualidad hindú.
    Namasté Yapa Mala)

    • Namasté,(te saludo),madroca.¿Conoces la escritura devanagari? En tu comentario he reconocido este saludo hindú. Apenas sé nada sobre dicha escritura. Me parece preciosa.Quizás tú me puedas desvelar algo de su significado.

  11. La historia de una corta vida de una cultura contada con imaginación, calidad y buen hacer.
    Te deseo mucha suerte.

  12. Andrés Ortiz Tafur

    Muy bueno. Me han gustado especialmente las descripciones, tan llenas de magia. Has conseguido llevarme de viaje… Un viaje muy bello.
    Te deseo toda la suerte del mundo. El relato la merece con creces.
    Un abrazo.

    • Gracias, Andrés. Pero deseo que tu karma sea menos agitado que el de la niña del Ganges, y que vivas muchos años.

  13. Es una historia muy bien contada, con un bello argumento, pulcra y con buen ritmo. El principio, es el final centrado en la reencarnación como creencia de esa religión. Parece que este año la India ha sido la inspiración de más de un relato, creo recordar que Chudakarana también alude a esa cultura.
    Enhorabuena y mucha suerte.

  14. Hola Yapa:

    Después de leerte me quedo con cierto regusto agridulce… Me ha gustado la historia y como nos la has contado. Los viajes, hasta los más adversos, siempre encierran preciosas metáforas sobre la vida… En pocas palabras has condensado interesantes simbolismos y bellos sentimientos.
    Namasté, Yapa 😉

    • Hola, Caléndula. Nuestra vida es el viaje más importante que tenemos que recorrer, y en su camino no caben las metáforas como en la literatura.Celebro que te haya gustado mi relato.

  15. Yapa Mala hola :

    Creo que has adaptado perfectamente ese sentido religioso hindú a tu historia. Me han encantadodo esas imágenes reflejando la grandiosidad y misterios del océano frente a la pequeñez material de la niña, ese viaje predestinado .. Mucho simbolismo en ése pequeño tigre, y me ha gustado mucho cómo lo has contado. Felicidades!!

    • Te agradezco el comentario a mi niña del Ganges,y más viniendo de una escritora tan sensible como muestra tu relato, Apagar un lucero, que acabo de leer.

  16. Hola, Gaia.
    Me acabo de incorporar a Canal y solo he leido algunos relatos. Te agradezco el comentario, y me dispongo a leer el tuyo.
    Creo que para un occidental la idea de la muerte es muy distinta a la de la cultura hindú. Para nosotros, como tú bien apuntas, todo es tristeza. No la vemos como una forma de regeneración para otra vida, sino como el final de todo.

  17. Me ha gustado el modo como está contada la historia. El final me ha parecido muy triste, porque antes que pensar que renacerá, como occidental veo la tristeza de la muerte. Pero dentro de la lógica del cuento, ocurre lo que debe ocurrir y el final es el broche que necesita. Enhorabuena y suerte.

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