PE-Nº16 – El lenguaje del olvido. Por Pléyade

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          Estoy seguro de que la memoria no puede ser el único idioma. La memoria tiraniza. Te veo ahí, bajo la leve luz de la ventana, indefenso, meciendo algo en el aire con tus dedos torcidos, y quisiera colarme por las grietas de los recuerdos, para llegar al instante antes de que nacieran todas las palabras.

Las poderosas palabras. Aquellas que hubiera necesitado aprender de ti y cada una de las otras, las que abrieron un abismo atroz cuando fueron pronunciadas, como puñales o bocinas estridentes que rompieron los espejos de la inocencia, de la ternura y del amor.

          Cuando te fuiste, yo era demasiado pequeño para comprender. A medida que crecía iba aprendiendo a odiarte. Tus llamadas siempre acababan alejándonos, sin quererlo, sin saber que el cariño era tan débil como un pájaro que abandonamos en la jaula y nos sorprende al aparecer yerto una mañana.

          Odiaba la grafía torpe de tus manos rudas en aquellas cartas escasas e imprecisas, cada vez más desabridas. Las dejaba semanas en el buzón para que sufrieran, para que se marchitasen, no sé bien para qué. La última no tenía nada dentro.

          Yo hubiera necesitado cientos, miles de palabras tuyas, papá. Pero ahora es tarde, ahora los dos estamos aprendiendo el lenguaje del olvido.

          >Cuando los servicios sociales me avisaron de tu ingreso pensé en colgar. Hoy, transitamos como nómadas este paisaje desnudo de hospital y veo lo absurdos que somos. Es en la tierra árida de la enfermedad o de la muerte, donde nos empeñamos en plantar la semilla de la reconciliación. Pero te miro y no encuentro nada que pueda comprender, nada que nos aproxime. Ni siquiera nos parecemos.

          En ocasiones hay un niño que se asoma a tus pupilas, me saluda y se esconde, es tierno y travieso. Otras veces adivino que sufres, quizá cuando te atacan los recuerdos. Entonces te desesperas y me agarras fuerte repitiendo esas palabras obsesivas: amarillo, amarillo, amarillo…

          Sé que tendría que callarme para desaprender, para desertar de los reproches, pero no te imaginas cuánto hubiera necesitado tu mano en mis primeros asombros, en mis primeros miedos.

          De madrugada a mí también me atacan los recuerdos. Son fluviales, alcohólicos; aúllan queriendo comerse el silencio. En esos momentos el olvido es un bálsamo.

          Amarillo, amarillo, amarillo…

Tu última palabra golpea las paredes de los corredores, rebota en el neón parpadeante de la sala vacía, se amplifica en las enormes calderas de gas y trepana mi cráneo con su ocre olor a renuncia. Es insoportable.

          La doctora dice que tenga paciencia, que la enfermedad sigue sus fases, que antes decías más cosas y que pronto no dirás nada. Como si eso fuera un consuelo.

La idea de desaparecer igual que lo hiciste tú, igual que lo sigues haciendo un poco cada día, se impone brutal y definitiva. Esta noche daré el portazo final al pasado.

          El tiempo no cura nada, solo se vuelve indefinido mientras nos miramos para reconocernos sin éxito. Tú sonríes y yo me busco en las desbaratadas hebras blanquecinas de tus sienes. Creo que nunca me quisiste. Somos dos extraños en mitad del mundo.

          En el armario del baño encuentro una bolsa de deporte con tus únicas pertenencias: un pantalón, una camisa sucia y una raída chaqueta de lana. La cartera solo contiene el carnet caducado y unas monedas.

          Voy a dejarte papá, aquí te cuidarán bien.

          Se ha puesto a llover y la luz almibarada de las farolas impregna la habitación de esa nostalgia de las fotos viejas, perdidas en los desvanes llenos de recuerdos deshabitados.

          Me pruebo tu chaqueta de punto y en un último gesto estúpido la huelo aspirando hondo. En el bolsillo hay un pequeño avión de juguete manoseado y roto. Sin pensarlo, instintivamente lo elevo, lo mezo en el aire… Como hacías tú. Y de pronto, desde algún rincón del olvido, vuelven aquellos remotos momentos felices, contigo. Un ejército de lágrimas se me atrinchera en los ojos. ¡Has guardado esos instantes toda una vida, hasta el final! Algo me ha mordido la garganta y solo acierto a abrazarte llorando y balbucear:

          Es mi avión de plástico amarillo, amarillo, amar…

 

 

9 comentarios

  1. Recreándome de nuevo en tu maravilloso relato que es el mejor homenaje que puedo rendirte. Enhorabuena de nuevo!!

  2. De nuevo, ¡felicidades, campeona!
    Un abrazo fuerte de este hombretón llamado Deucalión 😀

    • Jajaja, mira que creernos las dos que éramos un hombre. Si es que somos unas románticonas. Me encantó conocerte. Creo que este concurso lo ganamos todos con nuestras historias de reconciliación y nuestros deseos plasmados en ellas. Muchos besos guapísima.

  3. Enhorabuena!! Merecida recompensa tu nominación a tu hermoso trabajo. Un abrazo Pléyade.

  4. Te lo dije, este relato no necesita suerte. Tienes una sensibilidad muy grande para describir emociones y sentimientos sin disfrazarlos. Enhorabuena, Pléyade.

  5. ¡Hola, Pléyade! Ya me tienes aquí. Tu relato me ha dejado triste, buen síntoma, como suelo yo decir. 😉
    Consigues introducirnos fácilmente dentro de la historia que narras tan bien.

    Quizá la barrera para no dejarnos expresar nuestros sentimientos en situaciones así sea nuestra autodefensa frente al sufrimiento. Ante la posibilidad de echar de menos a alguien con el que no podremos estar, inconscientemente elegimos odiarle, así es más fácil de llevar esa falta de cariño, o eso creemos, porque todo lo que sea un engaño se volverá contra nosotros. En fin, la naturaleza humana, tan sencilla y compleja a la vez.

    ¡Suerte, Pléyade!

  6. Gracias Colibrí y Tía Julia, pero esto que parece tierno, es también una realidad «atroz» que ocurre demasiado a menudo. El que nos pasemos la vida ocultando lo que sentimos y solo en el último momento, cuando nos enfrentamos a la pérdida sea cuando nos vemos en la urgencia de recuperarlo. Hay demasiado miedo a hablar, incluso a «escribir» sobre sentimientos. Como si se hubieran convertido en un tema poco interesante o manido. Habrá que crear el «Frente romántico», como yo lo llamo, y enarbolar la bandera de la inocencia. La inocencia es el único lugar donde hay sitio para todo. Mucha suerte a todos.

  7. Hola Pléyade.
    Tengo la seguridad de que debes estar muy conten@ de haber escrito algo tan maravillosamente tierno y tan maravillosamente narrado..también.¡Enhorabuena!

  8. Pero qué cosa más bonita, entrañable y dulce. La tía Julia va a sacar los kleenex ya, sin remedio. Qué lenguaje perfecto en la ternura. Felicidades, Pléyade: no necesitas suerte.

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