79- Querido amigo. Por Ariadna
Ni en mis más benévolos sueños habría jamás llegado a imaginar tan vívidamente la desnudez de tu alma, la obviedad de tus adentros bordada en palabras en la que ha sido tu última misiva.
No, yo no te he pedido nada, jamás pido, y menos aún osaría demandar que desabrigases así tus hechuras. Solamente puedo decirte que lo que quieras mostrarme es lo que de ti tendré, lo que me dejes ver es lo que podré acurrucar en mis manos para henchirlo de verdes y azules y devolvértelo de otro color que rebata tus grises y negros. No hay caminos fáciles, lo se, pero hay veredas suaves y coquetas que sirven de refugio para cuando arrecian las tristezas en tu corazón y esas son justamente las que yo te quisiera mostrar siempre, las que siempre he intentado que delimitases.
Invariablemente mis ojos reciben tus palabras desgranándose como puñados de mariposas, invariablemente. Y, acto seguido, se cuelan divertidas e inquietantes por mi nariz para prenderse en mi cabeza y revolotear con alegría mientras las recibo y voy meciendo con afectos y ternuras.
No temas mi juicio, no te inquietes, pues yo no te juzgo, no soy quién, tan solo mi terquedad acaba deviniendo rudeza porque la impotencia de no ser capaz de alumbrarte sendas nuevas para que descanses es lo que termina por sublevar mis adentros, pero en absoluto son dictámenes contra ti sino el modo en que yo misma me lucho incansablemente para ofrecerte sosiegos.
Se que eres un solitario, yo también lo soy, lo admito como tú. Se que tus días a veces son gris oscuro transformando quizá en más sombrío aún, a mí también me ocurre. Lo único que nos diferencia es, como ya habrás sabido entrever, que yo he conseguido despertar la paleta de días verdes, rosas, naranjas…y que ésta es la que yo anhelo que tú conquistes.
La soledad seguramente te hace tanto daño a ti como a mí y, a menudo es, a pesar de todo, nuestro refugio. Nos rodea la nada, en silencios y brumas de espanto y los estridentes chillidos de nuestras almas atormentadas se deslizan por nuestro pecho arañando la carne desesperadamente como en un acto revelador de locura. El raciocinio que da paso a la locura…
Comprendo lo que es verte arrojado en medio de la nada sin saber muy bien de qué huyes y queriendo, a la vez, huir de todo y, a pesar de huirlo, sentir pavor por encontrarte a ti mismo, por hallarte de una vez por todas a ti mismo. Esa sensación, ese poso que en la breve lucidez de esos momentos te deslumbra es de lo más escalofriante que he podido llegado a experimentar. Por eso mismo, porque vislumbro muchos de tus fantasmas por haberlos vivido en mi propia piel es por lo que me entrego en cuerpo y alma intentando traer verdades donde tú siembras dudas o luces donde siempre ves y crees que hay sombras. Ojalá fuera un Mesías pero tan solo soy yo, y todo lo que se y he aprendido te lo ofrezco si de algo puede servir.
A veces, cuando hablamos, mi mente es asaltada por la imagen del tenebrismo. De pronto surca mis adentros el cuadro de La Piedad, de Ribera, y me parece como si tus miedos, tus angustias, tu relato vital, tu dolor, como si todo lo que te corroe por dentro se convirtiera en ese lienzo en el que un dios es atendido y mimado y los súbditos le prestan sus manos para el alivio de los males. No es un tenebrismo puro porque ya viste de algo de color, que es el que yo pretendo insuflarte, pero necesito que tú lo veas y lo extiendas, que lo tejas, que le des vida, lo continúes…Aquí tienes un súbdito.
Me hablas de la necesidad de afectos y yo me pongo en tu pellejo porque también los necesito, todos los necesitamos, aunque unos somos más huérfanos que otros, para qué negarlo, y cada día me da la impresión de que me son negados aún más. Y justo cuando todo se recrudece, cuando la cosa parece torcerse hay alguien a quien siento que puedo ayudar y dejar de lado lo que parece que la vida me niega, lo que siempre acabo por pensar que me está vetado.
Entiendo que a veces te falta aire y no puedes articular palabra o incluso movimiento, es el pánico adueñándose de ti, se lo que es sentirte mareado y sin aire, encontrarte desamparado, perdido, sin norte, llenando tu cabeza cada mañana al despertar de demasiados por qués mientras intentas atinar con la máquina del café que tanto parece resistirte a veces.
Conozco la agonía esperpéntica de experimentar la prisión de una mente en ebullición constante, que incesantemente se te adelanta y de la que no hay forma humana de escapar…no hay resquicio de paz en el que poder posarte un solo instante, así que has de imitar al colibrí aleteando frente a la ventana. Y entonces es cuando te das cuenta de que ese yo al que rehuyes cruje y rechina tras insufribles alaridos que van explotando en tu cabeza y te van conduciendo a lo de antes, a la locura, porque tu verdadero yo pretende salir a superficie al tiempo que tus temores, tus monstruos plantan batalla y lo pisotean.
Posiblemente al final de todo esto te de hasta miedo ésta que escribe, quizá lo que te cuento te sobrepasa, no se, pero la realidad es que yo viví todo eso y contra ello luché y salí victoriosa.
Soy capaz de vislumbrar tus noches de insomnio, a ratos refugio, a ratos absurdo. Estar despierto en ese universo en el que el mundo se vuelve tranquilo por unos instantes y dejar de temer y de sofocarte pero a la vez darte cuenta de que es efímero y que pronto habrá que despertar. Y entretanto, en medio de las paredes desnudas preñadas de oscuridad, en el silencio, se que ese abismo tenebroso te da alas para crear mundos en los que perderte e inventar realidades paralelas, las tuyas, porque ya liberado de tiempo y deberes, lejos del mundo de rutinas y de esa fría soledad te calzas tu propia piel y surcas los universos que has creado por y para ti.
Yo también lo hacía. ¿Qué maravilla, verdad?. Seguro que estás sonriendo y asintiendo. Pero te doy toda la razón, son casi tan efímeros como pompas de jabón pero, Javier, son nuestros. Siempre serán nuestros. Y es verdad, viven mientras nuestro aliento los llena de vida, mientras toman forma en nuestras mentes, mientras les damos color y respiramos para ellos. Después fenecen.
Intuyo que tus fuerzas flaquean, lo comprendo, noto que charlar conmigo de esta ausente forma te da vida y eso me llena, y anhelo que renueve tu rigor, tus bríos, porque puede que tanto me necesites tú como tanto te precise yo querido amigo. No te imaginas cuántas noches mi desesperanza, mi hastío y mi vasto desamparo se han subido de la mano a lomos de la barcaza de Caronte y han navegado la Estigia.
Has de resguardar tus recuerdos, de darles cobijo, no quiero que te conviertas en ese álbum sin fotos, eso sería morir, eso supondría vencernos el abrupto cansancio que en ocasiones pretende cebarse en nuestras flaquezas. Aquellas burbujas que hacía de niña con la caña del boli vienen a ser el vestido que se ponen tus recuerdos, que se pusieron los míos y que ambos sabemos que rompen si alcanzan peligrosa altura. Una vez quebrados tan solo resta el rocío que surca las mejillas.
Yo también soy un cúmulo de errores, fracasos, pocos o casi ningún disimulo y alguna que otra huída, más bien de mí misma por desconocerme y tenerme miedo. Hubo días en los que todo ello era mucho más fuerte que la que soy hoy y esa otra se erguía victoriosa ante mí, se alimentaba de mi fragilidad y decaimiento para reirse ante mis propias narices hasta que reuní el valor suficiente, el que más bien siempre me había faltado, para patearle el culo y ponerla en su sitio. A partir de entonces te aseguro que mi vida ha sido otra. Por eso precisamente insisto en decirte que en tu mano está la batuta con la que dirigir la partitura que, desde ya mismo, quieres que sea tu vida. Porque tú puedes elegir siempre cómo vivirla, cómo respirarla y de qué manera deshacerte de los fantasmas que te atenazan.
Claro que me gustan las fotos. Son esos microcosmos en los que me pierdo, en los que me sueño despierta, por los que hago transitar mis pasos camino de los naranjas y rosas de esos atardeceres de melancolías; soy esa valla que serpentea la finura de la arena que se agolpa frente al mar; la gota que resbala por el helecho tras la lluvia y el tojo picajoso que irrita tu tobillo cuando pasas; a veces me vuelvo seta que emerge en la temporada sobre la humedad del bosque y en la solana me transformo en el fulgor que ves sobre el agua a través de tu objetivo y que llega hasta donde se dibuja el contorno de de las rocas que sobrevuelan las gaviotas hambrientas; soy el diente de león que estás a punto de soplar y la tormenta que se cierne sobre el pueblo en esos días del mes de abril. Y cuando más nostálgica me pongo, al ir oscureciendo el día, mudo en ese faro que a ratos te guía.
Tanto son para mí las fotos, tanto llenan mi vida que siempre intento atraparlas en clicks que dibujen mis sentimientos en determinados instantes. Y les pongo nombres de lo que en esos precisos momentos me llevan a experimentar.
Tu pregunta perfila en mis labios una sonrisa. Tienes razón, conoces mucho de mi vida, podrías incluso soñar mis sueños pero desconoces de qué color se tiñe mi mirada. Encuentro lógico pues en este envío mandarte una prueba de lo que ignoras, encontrarás posiblemente una mirada cansada pero servirá al menos para despejar tu incertidumbre.
Concluyo diciéndote que no es necesario preguntarse tantas cosas, que solo estoy aquí para ayudarte en lo que pueda, que lo que iba a ser una despedida pasó a ser el punto de inflexión que nos permitió empezar a conocernos y que espero arrancarte más sonrisas que lágrimas, confío en poder llevar luz a tu vera.
Eres poeta del amor, Javier, poeta de las imágenes, de los recovecos áridos de la soledad y el alma y pienso hacer todo lo posible porque el mundo se entere de ello y porque tú empieces a mirarlo de otra forma…
Recibe un cálido abrazo.
Eva.