Juan Santos, es su nombre, pero ya nadie lo recuerda. Para nosotros él es Jhonny Seis Dedos, uno de los mejores skaters de Madrid. Su apodo es parte de aquellas leyendas urbanas que aparecen cada cierto tiempo para explicar aquello que nos sorprende. El mito que circula dice que en los pies, él no tiene cinco, si no seis dedos. Únicamente así justificábamos su increíble talento, que nunca se le despegue la tabla de los pies, que sea capaz de hacer maniobras que desafían las leyes de la lógica y de la gravedad.Pero además de un virtuoso del skateboard, por encima de todo, él es un iluminado. Una de esas misteriosas fuerzas de la naturaleza que este mundo, que todo lo mezcla y donde todo confluye, nos regala cada cierto tiempo. Un ser de espíritu paradójico, que al igual que las flores más rebeldes encuentra su espacio entre las grietas del asfalto, y que desafiando a la más dura realidad se desarrolla, lleno de vida, lleno de esperanza.
Budismo, cábala, cristianismo y por su puesto el Islam se mezclan de forma inexplicable en la cabeza de Jhonny. Y tal vez debido a que lo inexplicable va más allá de las palabras, él ha decidido que su forma de comunicar sus creencias sea a través de dibujos. Quizá es por eso que de su taller de Skates de Malasaña, surgen los diseños más increíbles que haya visto esta ciudad. A él no le puedes decir << Jhonny, quiero que me hagas una tabla con la siguiente imagen >> Porque simplemente te ignora, o si tienes mucha suerte te suelta uno de esos aforismos que cada cierto tiempo se le escapan y que pueden significar mil cosas distintas al mismo tiempo.
Cuando vas a verlo, el asunto es muy simple, él decide por ti. ¿Cómo lo hace? pues eso nadie lo tiene claro. Lo único cierto es que cuándo entras en su taller él te invita a sentarte en un rincón y luego simplemente sigue trabajando. De tanto en cuando te hecha una mirada, algunas son pequeñas casi como si te espiase. Otras son frontales y agudas, como si estuviera viendo aquello que sólo guardas para ti mismo. Después te pide salir a la calle para que hagas unas cuantas maniobras. Y quién sabe cómo, al final él acaba encontrando tu verdad interior. Dos semanas después una tabla con un diseño impreso sobre ella te es entregada. Jamás he conocido a alguien que se haya quejado del resultado.
Ninguno de los diseños se parece, pues a fin de cuentas, cada uno de nosotros tiene su propio camino, su propia verdad. Solo hay una cosa que las tablas de Jhonny tienen en común, las ruedas. Él siempre les pone el mismo grabado. Unos enigmáticos símbolos que representan un antiguo mantra tibetano, con el que se invoca el amor y la misericordia presente tanto en el corazón de los hombres, como en las propias fuerzas de la naturaleza. Jhonny tiene muy claro, que él no hace tablas de skate, sino instrumentos de transformación espiritual.
Y al final cada una de las ruedas de las tablas que él hace es una máquina de rezar. Iguales a aquellos cilindros que los budistas hacen girar para elevar sus plegarias al cielo. Cilindros que sobre su superficie llevan pintados o tallados los símbolos poderosos de una única oración. Cilindros que desde hace cientos de años giran sin cesar en los de los templos más antiguos de la India, de China y del Tibet. Máquinas de rezar en las que de manera circular y perfecta, se repite una y otra vez un pedido de compasión. Un rezo en el que Jhonny no ve ni dioses ni creencias, sino fe en la propia vida.
Hace mucho tiempo que no llueve en esta ciudad, las reservas agua están casi vacías. Los parques han quedado reducidos a yermos terrenos. Los árboles se levantan secos como momias a largo de las calles. El calor sofocante ya ha reclamado a sus primeras víctimas. Como siempre sucede han caído los más débiles: los niños de las chabolas, los ancianos y muchos de aquellos desposeídos que vagan sin rumbo ni esperanza por las calles. El agua está racionada, solo disponible unas pocas horas al día. La situación es crítica, como nunca antes lo ha sido.
Máquinas de rezar y una ciudad muriendo de sed. Fe y desesperación, únicamente así puedo explicar que tantos de nosotros, muchachos de orígenes y de condiciones tan diversas, nos hayamos reunido este día en Plaza Castilla. No tenemos las cosas claras, nuestras creencias son distintas, pero aún así compartimos una única intuición. Estamos dispuestos conjurar esta larga sequía. Dispuestos a cubrir los tres kilómetros de esa pendiente que llamamos La Bajada de la Cabra. Hoy seguimos a Jhonny seis dedos.
A pesar de nuestro gran número nos deslizamos como un grupo compacto. Los más fanáticos llevan sobre sus hombros equipos de sonido a través de los cuales, a todo volumen, reproducen cantos tibetanos. Los más escépticos vamos a la saga, sin saber bien que esperar, quizá por eso nos mantenemos callados, haciendo circular uno que otro porrito para disipar la tensión. En las ruedas de nuestras tablas girando sin cesar, están los símbolos de una misma oración. Bajo inclemente sol del medio día, cerca de mil personas deslizándose sobre una ardiente superficie de asfalto.
En poco menos de quince minutos todo ha acabado. Mientras esperamos a ver que sucede, alguien calcula que el giro combinado de las ruedas de todas nuestras tablas, deben haber elevado al cielo cerca de treinta y seis millones de plegarias. La policía, que ahora nos rodea, ha arrestado a Jhonny Seis dedos por inducir al desorden. Mientras lo esposan, no faltan aquellos que quieren enfrentarse a los agentes y liberarlo. Está a punto de iniciarse una revuelta, sin embargo, con un gesto Jhonny detiene a los enardecidos. Finalmente dos guardias lo conducen hasta uno de sus coches. Una extraña humedad se siente en el ambiente. Antes de entrar a la patrulla Jhonny mira al cielo, que repentinamente se ha nublado. Desde las alturas una solitaria gota cae sobre su frente. Parece que pronto va empezar a llover.