Estás frente al sol. Gotas de sudor en tus mejillas ardientes. Te incorporas sobre la cama, el tacto de las sábanas, Ella, a tu espalda, es la caída de níveas hojas electrificadas, Otoño, seroja crujiente entre tus párpados, Ella, La mano tersa, cálida la mañana, entre vahos rumorosos, fragua de los amantes, silencio, escucha, una paloma blanca, llega a posarse, para luego, desparecer, entre mares de agua, apaciguas la respiración, cara a la ventana, palpas tu torso desnudo y sonríes, hoy es tu cumpleaños, te repitas, imagina, extendiendo la mano al sol, que estás cruzando cielos, mientras ella observa ensimismada la afilada orografía de tu espalda, calma resbalando entre su pecho, nubes de algodón, casi no puedes mover las manos, ni los pies, súbitamente, te sientes paralizado, y dichoso, como una poderosa esfinge adosada al palacio de los cielos, una dádiva, tiempo silente, pequeño mundo, en la mañana se extiende el sol, tal día como hoy, vuelve a ser tu cumpleaños y no has llamado aún a tu familia, supones que te esperan en casa, como siempre, y recibirás el primer beso de tu madre cuando cruces la puerta, ahora que ya no estás con ellos, que has empezado tu primer año en la universidad, sabes que tu padre te abrazará con vigor, queriendo calibrar el peso, tu fortaleza, y que tus dos hermanos te rodearán con cariño, gastando alguna que otra broma, los mismos chistes, las sempiternas ocurrencias, desde más distancia, media docena de mundos, sin luz, ni árboles, habrá una gran tarta, y velas que quemarán tu resistencia a la nostalgia, también todos esos otros familiares, a los que apenas ya reconoces, gritarán tu nombre, palmearán tu espalda, el tacto ajeno como escamas de peces fríos, quieto, tranquilo, tontorrón, sonríe como un estúpido, lo piensas esta mañana, paralizado, eres un poderoso hércules absorbiendo sol, son ya diecinueve años y hoy te sientes distinto, lo notas en tus brazos, en los cuadriceps de las piernas, irrompible, el arcoiris pétreo que cuadra tu pecho, cuando el día eche a andar desearás sentirte solo, recibirás las llamadas telefónicas de los nuevos amigos, los abrazos y los halagos de los viejos camaradas, la interminable ofrenda de regalos, son tuyos, para ti, porque la gente te quiere y no te conoce, porque siempre has recibido más atención de la que has podido soportar, Su mano en tu espalda se resbala como inerte, y entonces planea un escalofrío que reverbera en la plúmbea atmósfera de la habitación, el flujo sanguíneo vuelve a activarse, se descomprime, un cañón, nieve, fuego, libera tus músculos, eres ya un hombre, llevas tiempo pensando en ello, tanto como no eres capaz de imaginar, todos los caminos han sido piedras y heridas, nadie te lo ha puesto fácil, extiendes la mano como si no fueras capaz de sostenerte, es divertido, ahora que el hércules ha mudado la ruda piel de batalla eres crisálida azotada por el viento, te has convertido, a merced de tu propio aliento, en un gladiador, esa paloma, pasado, presente, logras incorporarte, y caminas vacilante hacia la ventana, alargas la mano, desnudo, frente al sol, aprietas los ojos, casi puedes verlo, tocarlo, y tu desnudez no te avergüenza, más bien al contrario, sientes los ojos de ella en tu espalda, como un foco de luz que ya no te molesta, estás fuera de su alcance, de todos, levanta unos centímetros los talones, chico, búho, armadillo, duro, la piel se queda pegada, frío a ras de suelo, huellas en la nieve, los mueves con estudiada lentitud, tú mandas en este cuarto, ése que hace un par de horas parecía tan grande, inalcanzable en la indeleble profundidad de sus límites, ya no importan, deduces distancias, aplacas la voracidad de los pozos ciegos, los volúmenes, espacios abruptos, como si todo a tu espalda se hubiese deshecho, al carajo las inextricables aristas del alma, de un cubo, jirones en círculo, en pálido amanecer, en rojo algodón de feria, dulce, como sus manos en tu espalda. cuando emerges desde un nuevo concepto lánguido y blando que antes no existía, Feliz cumpleaños, grita el silencio en la opacidad de tu conciencia, alargas aún más el brazo y acaricias con delicadeza el gélido cristal de la ventana, el repicar de las gotas de lluvia en la ventana. Otro plomizo día de otoño. Está amaneciendo. Y te quedas quieto. Escuchando el imperceptible desgajar de las nubes en el horizonte. Abres los ojos. Sin ver nada. Eres ciego. Invidente, dicen ellos. Pero eso no importa. Hoy te has estrenado. Mujeres. Una flor. Pétalos amarillos, rojos, azules. Te ha gustado despertarte con el día. Y sentir la tibia somnolencia de sus manos en tu espalda.
Hoy es tu cumpleaños. Y eres dichoso escuchando el jubiloso pálpito de tu pecho frente al sol.