58- La traición de la distancia. Por Atribulado
Durante estos años, de una forma u otra, mis amigos supieron soportarme con paciencia y buena voluntad. Ellos conocen mi sinceridad cuando relato las vivencias en España, ya sea de forma tácita o velada. También saben el precio que se paga cuando alguien decide emigrar, de propia voluntad, en busca de un futuro mejor. Llevo tres años fuera de ese país de fantasía que es Argentina. En todo este tiempo enfrenté innumerables inconvenientes: la burocracia estatal, el papelerío inútil, la ignorancia y desidia de los empleados públicos, la discriminación, el pago de facturas propias y ajenas y, lo peor de todo, soportar las relaciones laborales que son la misma mierda en cualquier parte del mundo. A pesar de ello, tozudo y persistente como soy, siempre me mantuve con la misma entereza. Sin embargo, la distancia me pegó un golpe a traición del cual no me pude reponer y no sé el tiempo que me llevará hacerlo.
Una fría mañana de enero abrí mi correo y lo que parecía ser un e-mail más de un amigo, se convirtió en una nefasta noticia que comenzaba con… “Luis se suicidó”. Escueto y directo ¿para qué más? Luego seguían los detalles del suceso, los leí como una crónica policial de cualquier periódico pero sin asociar que el protagonista era mi amigo. Luis había decidido adelantársenos. Jamás seré capaz de adjetivar ni juzgar su decisión, lo que me jodió fue la distancia, la ausencia y la falta de despedida. Perplejo y sin poder creerlo, seguí con mi día habitual hasta que, por la tarde noche y acodado en la barra de uno de los tantos bares de Madrid, Luis volvió a mí. Su larga cara con grandes ojos celestes, sus torpes movimientos, su pingüino andar y la voz entre púber y galán. Parecía que el recuerdo intentaban tomarlo de la mano para retenerlo y traerlo de regreso; pero no, ese deseo era tan solo mío y nada tenía que ver con su decisión.
El intenso recuerdo fue interrumpido cuando sentí una mano en mi hombro.
diato miré como un boludo el
vaso que aún contenía la mitad de cerveza—. Dale che, pedime una que ando sin un mango.
Luis estaba parado junto a mí, bien empilchado, aunque estaba algo pálido.
Sí, me boletié anoche, y estoy pegando unas vueltas despidiéndome de los gomias.
. Decime ¿se puede saber por qué mierda hiciste eso?
es y el banco persiguiéndome todos los días, la hija de puta de mi ex que no me daba el divorcio y sólo llamaba para pedir más y más guita, los pibes cada uno en la suya sin darme ni cinco de pelota y la tía en el asilo que ni sabía dónde carajo estaba ni me reconocía cuando iba a visitarla. ¡Todos me tenías las pelotas por el piso!
¡Pero sos un boludo! Te dije mil veces que te vinieras para acá, que comenzaras todo de cero, de alguna u otra forma nos hubiéramos arreglado. Pero no…
hizo un silencio que respeté—. Che, ¿nos tomamos otra? Está buena, ¿verdad?
vale, venga, gracias.
ambos reímos como cuando éramos jóvenes.
Mirá que sos jodido Luis, boletearte en una iglesia, empastillado y mamado…
. Tendrías que haberle visto la cara al cura cuando me encontró, hasta me puteó y todo.
le pude preguntar recién cuando dejé de reírme con su ocurrencia.
se terminó la cerveza.
¿Te hago poner otra o estás apurado?
pedí otra cerveza—. Ésta será por los viejos tiempos. ¡Mirá que las hicimos en el secundario! ¿Te acordás del de Matemática Financiera? Y… ¡El de Estenografía! A esos vos lo tenías loco.
anto ¡no me jodás Luis!
asentí con la cabeza mientras tomaba—. Dale contala otra vez.
¡Pero si te la sabés de memoria!
¿Y qué hay? Dale, contámela.
ahí ya no aguantamos y
empezamos a reír. Le dijo que estaba progresando porque de 0,25 en el
primer bimestre había sacado 0,75 en el segundo.
¡Tu viejo casi te mata!
conomía, ¿te acordás?
¡Cómo no! Le apoyé las patas del escritorio sobre cuatros tizas y cuando se apoyó,
¡se fue al carajo! seguímos riendo como dos adolescentes y eso que las anécdotas
estaban desgastadas de tanto repetirlasño, donde sabíamos que iba el de Contabilidad, el petardo atado al pedazo de espiral ¡qué boludo! Salió
corriendo al medio del patio con los pantalones por las rodillas, ¿te acodas? no
podía contestarle porque estaba ahogado de risa—. ¿Tomamos la última mientras te contás lo que le hiciste al de Estenografía? ¡Dale!
pedí otra caña y comencé a relatar mientras el
gallego traía la cerveza—. Fue cuando quiso tomar una prueba sorpresa, le firmé la
hoja en blanco y me senté sobre el pupitre e hice yoga durante los 45 minutos que
duró la clase.
¡Ja…ja…ja! ¡Qué turro! Era la época que en la tele daban Kung Fu. El enano se
volvió loco y te tocaba el hombro y vos nada y yo le decía “¡Déjelo que está en
trance!” y se fue, así como había venido, de repente.
¡Hombre! Ponme otra…
e manejar verdad? No es cosa mía pero ya ha tomado bastante…
el gallego puso otra y me fui.
Esa vez fue la última vez que vi a Luis. Sé que nunca más estará activado en el MSN la cara de “CHUCKY” con el mensaje “el limado de fábrica” o “el abrojo” como solía recibirme cuando estaba “on line”. Cuando le preguntaba “¿por qué esos mensajes?”, él decía “´limado de fábrica´ porque no salí bien del molde” y nunca explicó por qué escribía “el abrojo”. Quizás fue la manera de advertirnos a todos de su necesidad de aferrarse a algo. Me quedó un sabor amorgo ¡puta madre! Muchas veces traté de entusiasmarlo con la idea de un viaje a España pero siempre me respondía con una innumerable lista de necesidades de las personas que los rodeaban pero jamás me dio una sola razón ligada a lo que él quería hacer.
Salí del bar y, de camino a casa, no pude quitarme de la mente su recuerdo. Aquellos años compartidos en el secundario, el estreno de tantas vivencias, las travesuras y los intentos de convertirnos en invencibles conquistadores de mujeres imposible. Su verso de “amigo amor” que terminaba siempre en lo mismo, junto a otros compañeros, compartiendo cervezas en algún bar de cuarta en Constitución.
Llegué a casa. Como un autómata fui al ropero por la valija, la abrí y comencé a revolear lo poco que quedaba en ella. Sabía que la había traído. Ahí estaba, dentro de un sobre de papel madera, la típica foto enmarcada del viaje de egresados, todos apiñados frente a la cabaña del bosque Los Arrayanes en Bariloche.
Fui tocando la cara de cada uno de los compañeros como si los estuviera acariciando hasta llegar a la de Luis, sonriente, alegre, dando su mejor cara. Di vuelta el cuadro y empecé a leer las dedicatorias buscando la de él: “Gordo querido, el mañana nos pertenece. Luis”.
Lloré y maldije a la puta vida por no darnos la oportunidad para cambiar las cosas. Quizás nos faltaron más picados, más recreos, más travesuras, más asados, más vinos, más manos, más abrazos, más…
Recogí el sobre, metí la mano dentro y encontré otra foto, ahí estábamos todos frente a la puerta de quinto segunda, unos días antes de terminar el curso. Luis, por ser alto, estaba por detrás de todos, esta vez había quedado congelada en su carota una mueca diferente, como sabiendo que un ciclo se terminaba.
Me senté en el piso, recogí mis rodillas y tomando la foto con mis dos manos, lo miré y le dije:
s la vas a
pasar bien, te sobra clase , descansá en paz amigo y que DIOS te perdone, lo que es yo…no creo que pueda hacerlo.
Ya pasaron dos años desde que Luis decidió adelantársenos, quizás esté preparando la fiesta de bienvenida para cuando nos encontremos. Hasta hoy no he podido borrar su dirección en mi MSN, quién te dice “el abrojo” se vuelva a encender.
Siempre guardaré en mi corazón su recuerdo y el de todos los compañeros de quinto segunda durante esos años felices cuando, al ser jóvenes, empezábamos a desgastar la vida.