– ¡Tienes que venir, papá! Verás lo que hecho uno de los chavales. Creo que nunca has visto algo así.
Estaba claro que, definitivamente, el descanso que iba a darse se le había acabado de forma súbita. Y la causa no estaba tan sólo en la vehemencia con que su hijo había pronunciado las palabras, sino en que las acompañaba con un tironeo de uno de sus brazos.
– ¡Ahora que estaba a punto de dormirme!…
Por el camino, mientras se aproximaba al espacio acotado con cinta de plástico para el concurso, se fue sacudiendo inconscientemente la arena. Y es que su atención se centraba en el avance progresivo, muy apreciable, que la pleamar había ido dando a las olas hasta acercarlas a los pies de algunos espectadores, aquellos que observaban de espaldas al agua los trabajos de los chicos.
Su hijo ya se encontraba junto a un castillo bastante aceptable. También había muchos palacetes, tortugas, serpientes enroscadas, perros durmiendo. Pero la obra que atraía las miradas de los presentes era, efectivamente, la del chico que trabajaba al lado. Aquel niño, de unos once años, que parecía retraído y ausente, ajeno por completo a los comentarios, había realizado una labor propia del virtuosismo de un pequeño sabio. Se trataba de la intrincada sección de una mina abierta en canal, con todo su laberinto de galerías principales, transversales y pozos puesto al descubierto, a la luz radiante de un día imposible en su interior. Para conseguirlo, había excavado una zanja y apelmazado la arena sobre uno de los bordes. En la superficie, había simulado el castillete de extracción (con un prisma de cartón doblado y perforado, a modo de celosía). Más abajo, supo trazar distintas secciones de galerías y pozos de ventilación, fortificándolas con otros canutillos de cartón y palitos de helados que había traído de las papeleras de la playa.
– No podemos darte el premio –sentenció un miembro del jurado-. Tenía que ser sólo arena. Has utilizado materiales prohibidos.
– No me importa; no buscaba ningún premio. Sólo quería hacerle un homenaje a mi padre; se lo debía. Murió por un derrumbe en una mina como ésta tal día como hoy, hace justamente un año.
Cuando el concurso finalizó, fue la primera obra en desaparecer: una ola se encargó de anegarla por completo.