Icono del sitio V Certamen de Narrativa

85-Ese perfume. Por Anakina

Por fin recordaba el día que compró aquella colonia. Una mañana cualquiera de hace ya mucho tiempo, revolviendo uno de los cajones del mueble del baño, se tropezó con uno de esos frascos diminutos de muestra. Fue al destaparlo y aspirar su aroma, cuando se dio cuenta de que ése era el olor por el que le gustaría ser perseguida siempre. Y esa misma tarde salió a buscarlo.

            Su memoria estaba siendo benévola y, por tanto, podía acordarse de las numerosas tiendas que recorrió hasta encontrarlo. La dependienta le dijo que tenía buen gusto y ella se calló que en realidad era un capricho casual. Nunca había sido amiga de las explicaciones gratuitas a personas cuyo trato se limitaba a unos escasos minutos.

Ya dueña del preciado paquete, regresó a casa, se encerró en su habitación y, sin proponérselo, estrenó el ritual que repetiría cada día a partir de entonces. Entraba en el cuarto a oscuras, tímidamente iluminado por la luz del pasillo y, casi a tientas, asía con firmeza el frasco. Le bastaba abrirlo y disfrutar de su esencia para al instante sumirse en un aturdimiento de recuerdos sin imágenes. Era esa confusión lo que le fascinaba. El aroma no evocaba momentos concretos, sino simples impresiones del pasado que aseguraban que ella había vivido ratos felices. Sin embargo, no era capaz de ponerles nombres. No referían situaciones determinadas. No había caras, ni lugares, ni fechas.

Cuando la colonia comenzó a escasear, fue alargando inconscientemente las ocasiones de olerla, como si hacerlo se tratase de un derroche, y de sentirla resbalar por su cuello, como si el que ella poseyese fuera el único recipiente de aquel perfume sobre la tierra. Así es que volcaba un poco la botella y las gotas se agolpaban en la esquina. Allí las contemplaba, lamentándose.

Pero el tiempo siguió pasando. Ahora, en los momento lúcidos, sabía que ya había sido demasiado como para que la colonia no se hubiese agotado por completo. Aunque apenas derramase una pizca sobre su muñeca, tenía la impresión de que siempre se trataban de las mismas gotas, que nunca acababan, que permanecían intactas. En esas ocasiones acordarse de su cuento favorito de pequeña le hacía sonreír, aquel que aseguraba que cuando algo se ha perdido dentro de la casa, debes pronunciar en voz muy baja el nombre de un pequeño monstruo, porque con toda seguridad él lo ha escondido. Y se decía a sí misma que quizás el misterio residiese en la existencia de una brujilla de los perfumes. Aquello le divertía.

Luego, había otros momentos en los que se descubría riendo frente al espejo por algo que no entendía. Entonces, miraba con sorpresa el objeto que tenía en la mano y, desconcertada, lo dejaba sobre la cómoda, confusa, con una triste sensación de pérdida y una nostalgia no reconocida.

Han transcurrido los meses y su querido frasco permanece en el mismo lugar del tocador, con su contada cantidad de perfume. Ella sigue fiel a su ritual, que lleva a cabo los días que su dolencia le permite. Pero lo que no sabrá nunca es que tras cada ocasión en la que apura un poco más la colonia, unas manos conocidas rellenan la botella con unas gotas de otra que permanece escondida en el más profundo rincón del armario.

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