Siempre he sido raro, diferente, peculiar, maniático, preciso, incluso algo hipocondríaco, tanto, que cuando el Doctor me sugirió que para estar sano debería apuntarme a un gimnasio, no lo dudé; me calcé unas deportivas, unas mallas y una camiseta, adquirí un pulsómetro e inicié la peregrinación por Pilates, Fitball, Step, Aeróbic, Spinning, pesas, cinta andadora y otros y otros santuarios de la vida sana en los que me dejo cada día la los ahorros.
Subido en la bicicleta elíptica fortalezco mis glúteos y mi corazón; observo pasar la vida mientras escucho a mi cantante favorita y tarareo sus canciones soñando que estoy en el escenario junto a ella, que me mira, que agarrados del micrófono cantamos las palabras que resumen a la perfección mis sentimientos. Todo está medido, cronometrado; 15 canciones, 63 minutos veinte segundos; memorizadas en el orden perfecto en mi Mp3.
Unos días se me hace largo; otros el tiempo pasa volando. ¿Será verdad que el tiempo es relativo?. En mis canciones siempre repetidas, encuentro nuevos matices, palabras diferentes que me llevan a lugares donde un día estuve, a los escotes que respiré, a los sabores que un día degusté; recuerdos que me hacen olvidar que me encuentro en un gimnasio pequeño, oscuro y apretado. Un momento de escape de la realidad circundante
Algunas tardes mientras pedaleo enérgicamente cierro los ojos,. Varias mujeres jóvenes y esbeltas se mueven a mi lado. Algunas sudan y emanan aromas de batalla, los aromas que nos empeñamos en erradicar, otras gimen por el dolor en las piernas, cada uno moviéndonos en nuestra soledad, concentrados en nuestras vivencias, en salir de los sufrimientos cotidianos. Entonces me gusta imaginar que bailo con ellas, que el sudor y los gemidos se producen para mí. Es un momento placentero en que mi mente vaga por el mundo.
La música suena mientras muevo mi cuerpo, todo el gimnasio se mueve a mi ritmo, como si yo fuera el que marca el devenir de la vida, no deseo abrir los ojos. Es como si un extraño presagio me abstrajera de la realidad. Algo me dice que si los abro antes de tiempo, todo se echará a perder. Aguanto, quedan sólo cuatro canciones, soy fuerte y no debo adelantarme. El ruido de una pesa que se golpea contra el suelo me sobresalta, una corriente de aire procedente de la puerta refresca mis gotas de sudor. Me encuentro feliz, soñando, gimiendo, sudando, bailando. Mi corazón late con rapidez, la voz delicada de mi adorada cantante me susurra lo que nunca nadie más que ella me ha dicho al oído; primero un rock, luego un corrido, después una bachata…y yo bailo, bailo y bailo sin parar.
Falta una canción, se me agita la respiración, y alguien me toca la mano sudada y me saca de mi estado extático, es Arturo, el colega de la oficina que me devuelve a la realidad, me saca de un empujón de mi pista de baile favorita para recordarme que no olvide llevar los informes mañana a la auditoria, mientras con un gesto de cejas, me señala lo “buena” que está la rubia que hace abdominales. Nunca se lo perdonaré. Yo deseaba seguir bailando.