A John Coltrane
Durante una fría y seca madrugada de verano del año 1926, mi denso sueño fue perturbado por vívidas premoniciones de bellos cuervos que al graznar su agudo pero único grito, excelsas alas negras- azuladas extendían tan fuera de dimensión que sentía asfixiarme. Desperté súbitamente, sudoroso y jadeante, siendo imposible por un breve lapso de tiempo incorporarme de mi frágil litera de madera de pino. Aunque apenas eran las cuatro de la mañana -de acuerdo al viejo y empolvado reloj triangular con la leyenda dorada: Equinox Hamlet, Carolina del Norte-, vi de reojo a través de mis ventanas de coloridos vitrales, la claridad matinal que evidenciaba otra cosa, y así fue, pues no se entregaba el periódico local hasta las seis de la mañana con una puntualidad bárbara.
Un negro mozuelo en bicicleta, a quien observaba al ventanear, arrojó con tal fuerza el diario dominical Impressions, de Birmingham, Alabama, que al golpear la puerta laminada, su estruendo sonido cortó de sopetón mis continuos bostezos. Abrí la puerta tan pronto como me fue posible para decirle unas cuantas malas palabras al granuja, pero éste ya había doblado hacia la calle Central Park West.
De vuelta en casa, en la pequeña cocina de gruesa alfombra derruida que le fascina a Trane, en cuyo grasiento lugar -entre platos sucios, speed o un buen reefer- compuso grandes piezas: Cousin Mary, Blue Train, Moment’s Notice o Chasin’ Another Trane. Me preparé una achicoria aromática e hirviente para medrar la jaqueca producto del canned heat que Morgan nos ofreció a Hancock, Rollins y a mí, al término de nuestra primera audiencia en el famoso Village Vanguard de la calle Naima, esquina con avenida Locomotion en Tupelo, Memphis, acompañando al maestro Muddy “Mississippi” Waters y sus Giant Steps Blues and Jazz Band.
Reposé mi fatigado cuerpo sobre los algodonados cojines en la mecedora de mimbre que da al luminoso pasillo y leí como de costumbre la crónica de Paul Chambers con fecha del 23 de septiembre. En su titular, con enormes letras en negrillas y en mayúsculas, se leía: “Ha muerto, el cuervo del jazz”.