Icono del sitio V Certamen de Narrativa

141-Perturbación. Por Duveral

Alberto conducía bajo el calor de un abrasador sol de medio día; la furgoneta sufría el pésimo asfalto de la carretera. Nervioso, se limpiaba el sudor de la frente, le caían goterones pues el aire condicionado nunca había funcionado. Su brazo sangraba y se había liado un pañuelo a él para evitar manchar los sillones. Era un bocado.

Son muchas las cosas que pasaban por la mente de Alberto aquel día. Tan sólo quería llegar al final, quería acabar su trabajo y no volver a pensar en aquello hasta que tuviera que volver a hacerlo. Algo se movió y sollozó detrás de la furgoneta, Alberto golpeó de un puñetazo y gritó:

–         ¡Cállate desgraciada!


 Había sido un día duro. El piloto de repostaje de combustible se encendió y no era muy recomendable quedarse tirado con la carga que llevaba detrás, así que pararía en la gasolinera más cercana. Se compró un bocadillo pues necesitaba recuperar fuerzas. Antes de salir comprobó la cerradura de la puerta trasera, abrió un poco y tiró medio bocadillo dentro.ç
–         Más vale que comas, te podría haber matado ya, así que no llores más joder, o te vuelvo a dormir. Tras treinta minutos conduciendo, la carretera se puede convertir en el peor sitio para deprimidos; Alberto se dedicaba a contar el número de mosquitos que se pegaban en el cristal y por cada tres que se acumularan les pasaba el parabrisas.–         Jajaja, no creo que podáis descansar en paz jodidos.


 La herida del brazo no dejaba de sangrar, volvió a golpear la trasera del vehículo:
–         ¡Tú tienes la culpa, puta!
En realidad pensaba que ya que la pobre desgraciada iba a morir, debería tratarla con más cariño, aunque ya se habría hecho a tal idea, pues tonta no era; lo único que podría hacer era escapar, pero eso era imposible.
Cuando miró a lo lejos, vio lo que parecía ser alguien haciendo auto stop; cuando se acercó más pudo ver que era una chica de unos veinte años, paró.–         ¿A dónde vas?-preguntó Alberto con dulzura mientras la examinaba desde el coche.–         Voy al sur, a unos 50 kilómetros más adelante- contestó esta sin cerrar su sonrisa.–         Sube.

La chica llevaba unos pantalones blancos con una chaqueta marrón grande nada conjuntados; tenía el pelo recogido. Apenas se cruzaron miradas, tan sólo preguntas.

–         Oye ese brazo tiene mala pinta ¿Qué te ha pasado?- decía la chica mientras inspeccionaba rápidamente todo.

–         A veces, que sois muy malas…-Alberto cambió de tema-¿No te da miedo hacer auto stop sola y tan joven?

 La chica se estaba poniendo nerviosa, parecía preocupada

.–         Se defenderme.

–         ¿Cómo?

–         Que se defenderme, por eso viajo sola.

 Alberto la volvió  a mirar algo más detenidamente, le sudaban las manos y se estaba mareando.

–         ¿No tienes calor chiquilla?

–         Umm, no, oye ¿Te puedo hacer una pregunta?

–         Dispara.

–         ¿Para qué es eso?-preguntó la chica señalaba una extraña herramienta metálica.

–         Para ahogar.


 La furgoneta corría a unos cien kilómetros por hora, el trayecto se estaba haciendo corto para Alberto, en cambio, para la chica…El móvil de Alberto sonó, éste no dudó en cogerlo sin más preocupación por el volante.
–         Hola–         ¿Le molesto?–         ¿Quién es?

–         Soy Pablo. Tengo un trabajo para usted.

–         No sé si me dará tiempo ¿Dónde vive?

–         Calle Esperanto 12, junto a…

–         Ya, ya sé donde es, llegaré en- miró el reloj- veinte minutos.

–         Está bien, dese prisa, la tengo encerrada en el cuarto de baño y no quiero que mi hijo se entere de esto.

 Alberto colgaba pulsando el botón rojo cinco veces, sino lo hacía pensaba que aún le oían. Miró a la chica y ésta le miró a él, su mirada inspiraba desconfianza, le preguntó si quería poner la radio.

–         ¿Pongo la radio?

–         No, mejor no, así está bien.

–         Vamos, ponla si quieres.

–         En serio, no quiero-insistió la chica.

–         Venga anda la pongo yo…- Alberto giró la rueda de volumen y la radio se encendió, luego comenzó a oírse:

 “…va vestida con unos pantalones de…”


 De pronto la chica apagó la radio y sacó de la manga de la chaqueta un pequeño cristal muy largo y se lo acercó a sí misma al cuello.–         Te he dicho que no la pusieses-le temblaban las manos.–         ¡Por Dios! ¡Tranquila! No hay radio si no quieres pero quítate eso del cuello!–         Pues no, no me lo voy a quitar y ¿Sabes por qué?- la chica se hundió más el cristal, comenzó  a salir algo de sangre.

–         ¡Por favor que haces! ¿Estás ida? ¡Quítate eso de ahí!- se le fue el coche hacia un lado pero logró enderezarlo rápido.

–         Ja, ja, ja, eso  es lo que quiero ¿Piensas que estoy loca verdad? No hay problema te pondré a mi altura a ver quien está más loco de los dos.

Alberto conducía intentando no mirar al lado, la chica mantenía una tenebrosa sonrisa mientras se acariciaba el cuello con la mano libre; luego la deslizó, manchada de sangre, hasta la cara de Alberto y le acarició.

–         No te asustes, sé que no es la primera sangre que ves hoy.

–         ¿Cómo? ¡¿De qué hablas?!

–         Ambos sabemos de que hablo…ese bocado, esos sollozos ahí detrás, esa llamada, cómo me mirabas….,soy joven, cariño, no tonta.

–         Sí, lo siento, pero yo sólo…

–         ¡¡Cállate ahora mismo!!-se clavó el cristal en la mano.

 El desvío al pueblo estaba justo al frente pero la chica le gritó que ni se le ocurriera desviarse. A la entrada del pueblo habían paradas dos patrullas de la guardia civil, al ver la gran velocidad que llevaba la furgoneta, uno de los coches arrancó y salió tras ella. Al escuchar la sirena, la chica miró por el retrovisor, pareció más satisfecha que antes aún; la situación le excitaba.

–         Ni se te ocurra frenar, te mataré si lo haces.

 El móvil volvió a sonar, ambos lo miraron hasta que la chica lo cogió y lo lanzó contra el coche de policía.

–         Segunda regla, como nos alcancen te mato.

 La furgoneta se estaba quemando a los ciento treinta kilómetros por hora. Era casi imposible que el coche de policía los pasase, pues la carretera era de doble sentido; pero sabían que ese vehículo no iba a durar tanto tiempo al límite.

–         ¡Dios mio! ¡Vamos a morir los dos, esto es una locura!

–         Bienvenido a mi mundo- se limitó a vacilar ésta.

Alberto pensó que rápidamente podría neutralizarla  y quitarle el cristal pero a esa velocidad no podía despistarse ni un segundo y si aminoraba lo mataría. De repente, sucedió lo peor, un neumático reventó, el sonido se volvió chirriante; la furgoneta, descontrolada totalmente, invadió el carril contrario; Alberto ya solo podía agarrar el volante con firmeza, con el afán de encauzar el vehículo pero era demasiado tarde. Impactó casi de frontal contra otro vehículo del carril contrario; el coche de policía tuvo que pegar un volantazo al arcén de tierra. La furgoneta quedó reducida a amasijos de hierro y fuego.

Cuatro días después…

  “Se confirma que uno de los cuerpos pertenece a Lucía, la paciente que escapó del hospital psiquiátrico Central…”


  –         Apaga la tele Cristian- le ordenó su madre al chico- vamos a dar una vuelta ¿Quieres un helado?


Madre e hijo salieron al centro del pueblo. Hacía un buen día, por ello el parque estaría repleto de niños de la edad de Cristian, el cual ya disfrutaba de un cono helado de chocolate. El niño se detuvo frente al cristal de un escaparate, intentando leer un letrero que había en éste: 
 –         C-E-R-R-A-D-O  P-O-R D-E-F-F-..

–         Cerrado por defunción- le corrigió la madre.

–         ¿Y arriba mamá? ¿Qué pone?

–         Perrera municipal.

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